Lady Bird: De Christine a Lady Bird, de Lady Bird a Christine

“Lady Bird”

Director: Greta Gerwig

EEUU

2017

Sinopsis (Página Oficial):

Greta Gerwig se revela como una nueva y atrevida voz en el mundo del cine con su debut como directora, “Lady Bird”, que explora en profundidad tanto los aspectos cómicos como los patológicos del turbulento vínculo entre una madre y su hija adolescente. Christine McPherson (Saoirse Ronan) es una joven incontrolablemente amorosa, profundamente obstinada y de opiniones férreas. Por mucho que luche contra ello, es exactamente igual que su madre (Laurie Metcalf), una enfermera que trabaja incansablemente para mantener a flote a la familia después de que el padre (Tracy Letts) se quedase sin empleo. Ambientada en el año 2002 en Sacramento, California, en mitad de un panorama económico marcado por cambios vertiginosos, “Lady Bird” es una conmovedora visión de las relaciones que nos modelan, las creencias que nos definen y la belleza inigualable de un lugar llamado hogar.

Crítica Bastarda:

No es en absoluto casualidad que una década después de “Juno” de Jason Reitman se haya estrenado con gran éxito de crítica un film también destinado a dejar huella gracias a la temporada de premios. “Lady Bird” revela también ciertas señas de trasladar el ‘indie’ a las alfombras rojas y esconder su aroma de producción de bajo presupuesto detrás de una distribuidora internacional como Universal. Greta Gerwig no nos está contando tampoco una historia nueva o desconocida por el espectador —al igual que el director de “Up in the Air”— pero, sin embargo, se trata de una manera de pulir y matizar ese momento en el que los sueños de juventud quedan rotos y llega la hora de madurar. Juno MacGuff lo hizo con un embarazo no deseado y en el caso de Lady Bird McPherson su propio apodo remarca ese viaje de crecimiento emocional; en el que Christine pase a ser Lady Bird y, lentamente, ésta comience a ser de nuevo Christine. Ese recorrido vital remarca la idea de que todos esos anhelos y perspectivas de futuro serán expuestos a la dura y cruda realidad. Nuestra protagonista va a darse cuenta al acabar el instituto —y comenzar a buscar universidad— de que la vida no es en absoluto un sueño o fantasía. Existen problemas reales, personas reales… todo es demasiado complicado. Gerwig utiliza una escuela secundaria católica de Sacramento como parte de esa esencia alrededor de la fe y la posibilidad de creer. El ‘abandono’ de esas creencias de la heroína, para enfrentarse a su idea de futuro universitario lejos de Sacramento, supone una hábil metáfora para trasladarnos al otro núcleo de la propuesta: la tensa relación de amor/odio con su madre. “Lady Bird” cuelga sobre las espaldas de las grandes interpretaciones de Saoirse Ronan y Laurie Metcalf el peso dramático del conjunto, mientras que la actriz y guionista aporta una afinada y talentosa visión de la comedia independiente americana como aporte de credibilidad y autenticidad. En realidad, el film trata de adueñarse de ese sentimiento interior de la protagonista para plasmar la dicotomía entre su aborrecimiento por todo aquello que le rodea y sus intentos de dar vía libre a su inconformismo en una época de cambios. Ronan combina a la perfección su aparente fragilidad con una fiereza interior y, al mismo tiempo, supone un inteligente recurso para manifestar la inestabilidad de la adolescencia y todo ese espectro de contradicciones alrededor de una generación que se niega a aceptar que es un reflejo de sus progenitores.

La película de Greta Gerwig se rinde a ese espectro de lugares comunes y cotidianidad de la comedia norteamericana para utilizar la substancia fílmica como material sobre el que fluya el choque de Christine ‘Lady Bird’ McPherson y Marion. Pensemos en que esa madre es el realismo reencarnado frente al existencialismo que personifica la protagonista y, asimismo, su vínculo vital representa ese legado y huella en un viaje directo a la transformación y a un tema recurrente: encontrarse con uno mismo. Christine va a decidir transmutar en Lady Bird al comprobar que no ha encontrado las respuestas que esperaba en su vida. Su novio no es aquella persona que esperaba, su mejor amiga puede que no sea la persona más popular y perfecta, su búsqueda para perder la virginidad antes de cumplir los 18 años puede quedarse en un intrascendente y amargo recuerdo, su familia tampoco es capaz de rellenar todos sus huecos emocionales y demandas materialistas… ¿Es hora de renovarse completamente e interpretar a un personaje en una sociedad basada en las apariencias y en personas nihilistas incapaces de darse cuenta de la suerte que han tenido? ¿Será Nueva York esa ciudad de los sueños o, por el contrario, ha de descubrir que es realmente ella misma aquella que los transporta dentro de sí misma? Las ansías de libertad de Christine se rodean de todo tipo de elementos y personajes para adaptarse a un universo en el que todo se reduce a ese choque de un territorio material frente a otro existencial. La heroína tampoco va a tener las respuestas que esperaba en un paquete de cigarrillos, un boleto de rasca y gana, hojear las fotografías de una Playgirl e incluso en sus peripecias en Nueva York para escapar de aburrida y frustrada vida en los suburbios de la capital del estado de California. En cierta medida, “Lady Bird” habla sobre esas respuestas interiores que nos negamos a entender y, sobre tal percepción, el cordón umbilical familiar o los sentimientos interiores suelen ser las respuestas emocionales que toda persona necesita. Pensemos que estamos atrapados por aquello que nos rodea pero, en realidad, nosotros conformamos nuestra propia prisión. Es coherente que la obra de Greta Gerwig decida redimirse ante esa metáfora religiosa y ‘juramento’ para dejar patente ese simbolismo alrededor del leitmotiv: nunca hay que perder la fe, nunca hay que perder la esperanza, somos aquello que somos… nos guste o no. 

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