¿Quién entiende a Hannah Horvath? ¿Llega a comprenderse ella misma o esa simbiosis con Lena Dunham ha acabado por confundir al personaje con su intérprete? Puede que la autora quiera plasmar todo ese dramatismo, egoísmo, egocentrismo, ombliguismo, narcisismo… —y todo lo que acaba en -ismo—, enfrentar todos esos conceptos a las críticas de la propia audiencia. La idea es que sigamos acompañando a esas ‘girls’, que dan sentido al título como a la narración. Esas chicas a las que hace referencia el título posiblemente nunca fueron Marnie, Jessa o Shoshanna sino Dunham y su álter ego en pantalla. Lena y Hannah tiene que crecer, madurar, viajar por esos paisajes de decisiones equivocadas… para encontrar ese lugar donde crecer y florecer definitivamente. La misión cada vez es más complicada y, para muchos, demasiado insoportable y aburrida. Tiempo atrás, “Girls” era una serie elástica y sorprendente, loca y divertida. Del mismo modo que la vida y el destino han ido castigando a las heroínas del subidón inicial impuesto, todo ese erosionado ha perfilado figuras más uniformes y carentes de profundidad que explorar. Prácticamente ya nada de lo que pueda ocurrir a esas veinteañeras sin rumbo existencial estable —que utilizaron el sexo como descubrimiento y reinvención personal— nos atrae. Son viejas conocidas. Al final, la impresión general es que la pantalla se ha hecho transparente y Hannah, Marnie, Jessa o Shoshanna pudieran ser personas al otro lado del cristal, a nuestro lado. ¿Qué ha deparado ese nuevo ejercicio de trasparencia y madurez en la cuarta temporada de “Girls”?