“13 Asesinos”
Título original: “Jûsan-nin no shikaku”
Director: Takashi Miike
Japón
2010
Sipnosis (Página Oficial):
La época de paz del Japón feudal se ve amenazada por la ascendente carrera en el poder de Lord Naritsugu, el despiadado hermano del Shogun. Un oficial del shogunato, harto de sus excesos, pedirá secretamente al samurái Shinzaemon que reúna un grupo de hombres para asesinarle. “Los 13 Asesinos” de Miike son un remake del film homónimo dirigido por Eichi Kudo en 1963. Una inmersión en el jidaigeki protagonizada por Koji Yakusho. El ascenso al poder del joven y sanguinario Lord Naritsugu supone una seria amenaza para la paz en el Japón feudal. Simplemente por ser el hermano de Shogun, Lord Naritsugu está por encima de la ley, y asesina y viola a su antojo. Afligido por la masacre perpetrada por el sádico Naritsugu, el oficial Sir Doi contacta secretamente con el samurái Shinzaemon Shimada para acabar con Naritsugu. El noble samurái, indignado por la crueldad de Naritsugu, acepta de buen grado la peligrosa misión. Para ello, reúne a un selecto grupo de samuráis, entre los que se encuentra su sobrino Shinrokuro y el devoto aprendiz Hirayama. Juntos, traman una emboscada para atrapar a Lord Naritsugu. Shinzaemon es consciente del peligro que conlleva. Naritsugu va escoltado por una comitiva encabezada por el letal e implacable Hanbei, uno de sus antiguos rivales.
Crítica Bastarda:
No es que esa batalla de espadas final, que se extiende a casi tres cuartos de hora, sea una extensión de “Kill Bill: Volumen 1” aunque ambos cineastas comparten una visión reivisionista que divaga entre el clasicismo y los géneros que fueron subgéneros para formar parte del colectivo y cultura popular. Si Beatrix Kiddo se enfrentaba ella sola (y misma) a esos terribles ’88 maníacos’ en el filme del japonés Takashi Miike son 13 samuráis frente a 200 guerreros, que puede resurgir el espíritu de “Los siete samuráis” de Kurosawa.
El autor no desaparece sino que esclarece su autoría en secuencias. “13 asesinos” sigue siendo auténtica y genuinamente cien por cien Takashi Miike y parece una hija bastarda nacida de anteriores revisiones del cineasta. “Cementerio Yakuza” (2001) fue un excelente remake de “Yakuza Graveyard” (1976) de Kinji Fukasaku y su reciente “Sukiyaki Western Django” (2007) se apropiaba del “Django” (1966) de Sergio Corbucci. Ahora, y después del su revisión del cine de yakuzas y el spaghetti western, es el Japón feudal el punto de mira para un cineasta que se había acercado al Jidaigeki en una película dividida en capítulos, “Kumamoto Monogatari” (2001), o como vía de adaptación de un manga en “Waru: Final” (2006). Poco bagaje para un director que posee más 80 títulos a sus espaldas en una dilatadísima trayectoria desde el v-cinema en los 90.
Ahora es “The Thirteen Assassins” (1963) de Eiichi Kudo pero la grandilocuencia realista del cineasta pretende agotarnos con un tercer acto demoledor como si fuésemos uno de sus protagonistas. Llega el verdadero Japón feudal, la verdadera cinta de samuráis y remake esclarecedor. Llega “13 Asesinos” para mostrarnos que el autor mutante y enfant terrible es capaz de madurar desde el formalismo como extensión de la lúbrica. Dicen que su “Hara-Kiri”, revisión por remake de la excelente cinta de Masaki Kobayashi de título homónimo, no salió tan redonda como su ampliación del universo de Kudo, pero el filme muestra la capacidad de un cineasta que es capaz de mayores logros con mayores presupuestos.
Una mutilada por ese terrible, depravado, sádico y vil villano que podría llevar a la auto-destrucción a Japón mira a cámara y al vengador justiciero: sin brazos, sin piernas, sin lengua… Pero es precisamente en esos breves momentos donde el incomodo cineasta y autor de cintas violentamente transgresoras como “Visitor Q” o “Ichi the Killer” nos recuerda su autoría. Miike nos habla en muchas imágenes intentando sobrevivir al clasicismo que quiere auto-imponerse como forma de subsistir a su registro. Su perdurable empeño en cuánto el dolor de la muerte como mensaje final de unos personajes condenados a yacer entre lodo y sangre y erigirse como discurso del gran villano: la felicidad, al fin y al cabo, está dónde un busca o quiere buscar. En los lugares más oscuros del alma humana. Así es, en definitiva, el sinsentido y locura de la guerra.
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