sábado, 14 de diciembre de 2013

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12 años de esclavitud: A Michael Fassbender sólo le faltó dar latigazos con su monstruoso pene…

“12 años de esclavitud”
Título original: “12 Years a Slave”
Director: Steve McQueen
Reino Unido
2013

Sinopsis (Página Oficial):

En los años previos a la Guerra Civil de Estados Unidos, Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un hombre negro libre que vive en Nueva York, es secuestrado y vendido como esclavo. Solomon deberá luchar no sólo por continuar vivo sino también por preservar su dignidad frente a la crueldad de su amo (Michael Fassbender). 

Su esperanza, alimentada por inesperados gestos de amabilidad y ayuda, no le abandonará a lo largo de su odisea de doce años. La oportunidad de Solomon de conocer a un abolicionista canadiense (Brad Pitt) cambiará su vida para siempre.

Crítica Bastarda:

Se han pasado un poco, ¿verdad? Hablo en general. De esa crítica norteamericana que considera a esta cinta como la obra maestra del Siglo XXI y de la propia recreación de Steve McQueen para retratar todos los abusos y torturas de los esclavos norteamericanos a manos de sus amos. Con tanta sobredosis ‘racista’ para esta año (42”, “Fruitvale Station” o “El Mayordomo) uno puede perderse entre intenciones, mensajes y honestidad de las obras. ¿Se conciben para ganar premios o con un fin cinematográfico, consciente y honorable sobre la frase de McQueen «No existía ninguna película realista sobre la esclavitud»? El director de “Hunger” y Shame da la impresión de cerrar su peculiar trilogía sobre la privación de la libertad (el cuerpo como arma política, el cuerpo como prisión) esta vez impuesta desde la esclavitud de un hombre libre y ese prisma y matiz aporta precisamente aquello que no suele contener el cine más proclive al énfasis y la manipulación emocional. Una manipulación, no obstante, que impacta a golpe de látigo, plano secuencia y una imposibilidad de escape para el propio espectador, que es posicionado rápidamente en el punto de vista del sufrido Solomon Northup y queda encadenado junto a él en ese survival horror en los márgenes de una película cuyo título es su propia y transparente sinopsis; una película humana y universal, he ahí su gran secreto.


“12 años de esclavitud” es en el fondo una película de terror donde los esclavistas bien pudieran ir vestidos con uniformes de oficiales de la SS o llamarse Amon Goeth en vez de Edwin Epps. Puede interesar, por lo tanto, el diálogo que establecen los relatos escritos por Solomon Northup o Ana Frank y esa interrelación entre sendos holocaustos que todavía siguen vigentes en nuestra actual cinematografía. Steve McQueen ha cedido al academicismo y relegado su habitual firma del guión para concebir ese film que siempre se le ha escapado a Steven Spielberg y no pudo materializar satisfactoriamente ni “El color púrpura”, “Amistad” e incluso la reciente Lincoln. Diferentes miradas, inclinaciones y manierismos que bien pudieran enlazar con la oscarizada “La lista de Schindler” frente a la permuta ofrecida (más valiente y satisfactoria) por Roman Polanski en “El pianista”. Y si Quentin Tarantino se desligó del habitual relato bélico sobre la Segunda Guerra Mundial y los nazis en “Malditos Bastardos” hizo lo propio con una lectura transversal e hiperbólica en Django desencadenado, donde desafiaba la esclavitud desde el arrebato gracias al dialogo que establecían el blaxploitation con el spaghetti western. Del mismo modo, el universo antológico de Ryan Murphy y Brad Falchuk en American Horror Story: Covenestá ofreciendo una originalísima afrontanción al polémico tema a través del pasaje de los horrores de esa asesina en serie con leyenda macabra y verídica llamada Delphine LaLaurie. McQueen, por el contrario, se ciñe a los cánones clásicos, quedando encandenado a los resortes y clichés de «Basado en una historia y real», conocedor que tendrá que concluir la historia de supervivencia y epopeya con un epílogo informativo de su personaje, héroe y lucha; una película repleta de gritos, sangre, sudor y lágrimas, he ahí su gran punto risible y débil.


El director de “Shame” utiliza hallazgos anteriores y resonancias internas en un impecable conjunto (uso del sonido, banda sonora, interpretaciones, etc.) para forjar la obra más formal e imperecedera sobre el racismo y la esclavitud de los afroamericanos ¿jamás concebida? Puede que haga historia e incluso que disimule mejor sus maniqueísmos entre sus toneladas de efectismo y salvajismo con lugares comunes divisados en “La pasión de Cristo” dentro de los márgenes de hiperrealismo. También estableciendo un discurso entre el latigazo del esclavista y la brecha que abre sobre su propia conciencia, sobre la propiedad privada, el drama de pagar al banco un esclavo (sí los malos son siempre los mismos) y esa herencia histórica ideológica y religiosa desde el fin del reino de los antiguos faraones. Como si la humanidad estuviera maldecida con repetir sus mismos errores y vender bajo una mascarada los crímenes que comete contra otros seres humanos. Pero, al final, todo se reduce a recibir o no 100 latigazos… a que los malos son muy malos y los esclavos son todos unas víctimas que desconocemos cómo pudieron sobrevivir con semejantes amos. Sí, se han pasado un poco. Bastante. Y si el protagonista de “12 años de esclavitud” remarca desde el peso de sus grilletes el memorable «No quiero sobrevivir. Quiero vivir», la realidad es que se ha perdido en parte la cabida dramática de la obra por su posicionamiento manipulado, por poner en carne viva el horror. Por encima de esa epidermis de una mirada costumbrista, por encima del sentido metafórico que ejerce ese violín, por esa carta que se desvanece como si ya no quedaran estrellas en el universo o ese canto espiritual que emana de su obra y la belleza dentro de las orilla del horror de ese río teñido de sangre y el dolor de esas almas perdidas como el auténtico sentido de la propia película. Por encima de todo eso nos seguirá quedando el recuerdo de que a ese villano que interpreta Michael Fassbender sólo le faltó dar latigazos con su monstruoso pene… Del carrusel de ‘celebrities’ y la moraleja del cuento —nunca te fíes del hombre blanco que no sea canadiense (y produzca tu película)— mejor no hablar... no vaya a ser que un gigantesco falo me saque un ojo.

FINAL ALTERNATIVO (SPOILER):

Solomon Northup: ¿Y quién es ese?
Margaret Northup: Es tu nieto… Le hemos llamado… Platt. 
Solomon Northup (gritando, con las rodillas hincadas en el suelo y los brazos en alto): ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

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