domingo, 27 de octubre de 2013

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El mayordomo: Servilismo cinematográfico (I)

“El mayordomo”
Título original: “The Butler”
Director: Lee Daniels
EEUU
2013

Sinopsis (Página Oficial):

Cecil Gaines (Forest Whitaker) es un joven que trata de escapar de la segregación racial del Sur de EEUU en busca de una vida mejor. A lo largo de su arduo viaje a la madurez, Cecil adquiere habilidades inestimables que le permiten acceder a una oportunidad única en la vida: un trabajo como mayordomo en la Casa Blanca. Allí, Cecil se convierte en testigo directo de la historia y del funcionamiento interno del Despacho Oval, mientras se gesta el movimiento por los derechos civiles, los asesinatos de John F. Kennedy y Martin Luther King, los movimientos de los Freedom Riders y las Panteras Negras, la guerra de Vietnam y el escándalo de Watergate. Pero, al mismo tiempo, la dedicación de Cecil a su trabajo comienza a distanciarlo de su esposa Gloria (Oprah Winfrey) y crea conflictos con su hijo Louis (David Oyelowo). Con un reparto secundario estelarque incluye a Yaya Alafia, Mariah Carey, John Cusack, Jane Fonda, Cuba Gooding, Jr., Terrence Howard, Elijah Kelley, Minka Kelly, Lenny Kravitz, James Marsden, Alex Pettyfer, Vanessa Redgrave, Alan Rickman, Liev Schreiber y Robin Williams, “El mayordomo” es una historia sobre la resistencia de un hombre, la maduración de un país y la fuerza de la familia.

Crítica Bastarda:

Me parece curioso que “El mayordomo (The Butler)” hable sobre Sidney Poitier, a modo de esa idealización y fantasía del hombre blanco sobre cómo debería ser el hombre negro, cuando Lee Daniels —habitual provocador de amor y odio a partes iguales— ha embellecido hasta la nausea el viaje de su protagonista para mostrar la evolución de la segregación racial en el Siglo XX y principios del Siglo XXI con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca con final ¿feliz? de un cuento familiar. Aunque más que el emperifollado académico con todos los trucos bien aprendidos de “Precious” —2 estatuillas de 6 nominaciones en los Oscars de 2009— se ha asociado correctamente con Weinstein (& Company) y marcado con su propio nombre el título como única composición autoral de una película que es simple suma de clichés y placas conmemorativas. Si las desventuras de Clareece ‘Precious’ Jones nos remitían a “Dos mujeres” de Vittorio de Sica —y su memorable reinterpretación con el perfecto «Mange, mange... Mange puttana»—, en “El mayordomo” somos condesados al influjo de Poitier en el Hollywood (de alfombra roja) de los años 60 como parte de la maquinaria de la integración social de una de las principales industrias del país, que ahora da la impresión de cumplir una cuota tanto de mercado como de premios para este tipo de producciones que van de negro pero que resultan ¿tan-tan blancas como el algodón? A Daniels, no obstante, le faltó dedicar unas palabras finales a sus haters del tipo «Mange, mange... Mange puttana» a modo de sal de frutas o agradecido laxante para evacuar rápidamente todo lo visto en su última premeditada y pretendida obra ¿maestra?


Se agradece que una película deje claramente sus intenciones en sus primeros cinco minutos y que el discurso de “El mayordomo” nos narre el viaje vital desde un campo de algodón en 1926 en Macon (Georgia) hacia el mismísimo despacho Oval de la Casa Blanca partiendo de una cita de Martin Luther King: «La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad, sólo la luz puede hacer eso». Y Lee Daniels sabe, al parecer, aquello que es un buen puñado de oscuridad: violación, asesinato, locura y un niño como motor del cambio y futuro. Que Cecil Gaines sirva a siete presidentes de Estados Unidos o que su historia esté inspirada (presumiblemente al 2%) de Eugene Allen poco debe importar en ese juego de pelucas y cosmética que acaba siendo en sí mismo mero maquillaje. Que Lafayette Reynolds de “True Blood” se convierta en Martin Luther King, Jr., que Alan Rickman y Jane Fonda jueguen a ser Ronald y Nancy Reagan, que John Cusack sea Richard Nixon y mienta en la cara de los protagonistas, o que James Marsden sea Kennedy así como Robin Williams se meta en la piel de Eisenhower no deja de ser parte del espacio cómico… Sobre todo cuando Obama es Obama, aunque, eso sí y ya puestos, ¿por qué no hubiera sido interpretado por Will Smith? ¿Y por qué no Jaden Smith con kilos de maquillaje? Los 50 años de historia evidencian la escalada social hacia la igualdad de los afroamericanos y nos recuerdan como colofón el síndrome pre-electoral del primer mandato de Obama y el mítico «Yes We Can» como elemento disonante (e incluso irónico y socarrón) desde nuestra perspectiva presente.


Que desean removernos las entrañas con el asesinato de Martin Luther King Jr. y John F. Kennedy es evidente pero aquí Daniels muestra sus mejores armas para salir de la tangente emocional dentro del sobrepeso dramático de su obra. Pudiéramos ceñirnos a que se trata de una dramatización en su sentido práctico e insultantemente manipulado y no un documental, pero el director de “El chico del periódico” utiliza resortes e instantáneas sacadas de hemeroteca para respaldar la maniobra emocional. Esa lucha interna entre la evidente falsedad deliberada y la condensación del conflicto a la familia y la reconciliación queda simplificada a su éxito comercial: ¡EEUU ama a “El mayordomo” de Lee Daniels y, por supuesto, a Oprah! Desde un comienzo más cercano al subgénero autobiográfico con una voz en off característica y un posicionamiento al pasado como conflicto/trauma del personaje, el filme que monopoliza Forest Whitaker (y su cara-palo más propicia para una partida de poker) se diluye rápidamente en el foco familiar y la bifurcación de distintas luchas de padre e hijo que les posiciona como antagonistas el uno del otro. La lucha por la abolición del apartheid en los 80 y la liberación de Nelson Mandela bien pudiera ser esa catarsis conjunta al reflejo de una situación dentro su alegato: la lucha de los derechos civiles se puede hacer desde la pasividad del mayordomo —en casa del propio ‘enemigo’ como voz de la conciencia del hombre más poderoso del país— focalizada en la presencia del eficiente servicio o en plena calle y cárcel como ejerce el hijo del protagonista con sus ‘siempre’ pacíficas manifestaciones. Esa tensión familiar y lucha interna del filme no hacen más que acentuar la irregularidad del discurso, que da la impresión de predicar poco con su ejemplo. Desde la amoralidad de las Panteras Negras —que la separaban del idealismo pacífico de Luther King—, los tiralíneas históricos son tan gruesos que “El mayordomo” elude el matiz y se posiciona ante una clara auto-complacencia. Como si quisiera ser el cruce imposible de “Forest Gump” y “Paseando a Miss Daisy”, Daniels mea fuera del tiesto al comparar los campos de algodón con campos de concentración y que todo el mundo de piel blanca es poderoso, tiene pasta o es un pobre racista ignorante que se pone una capucha blanca para quemar autobuses llenos de afroamericanos. Además sigue con su metralleta ideológica revelando que todas las personas de color de EEUU son buenas personas y trabajan mucho y muy bien ganando menos y que Gandhi fue el ejemplo a seguir… ¡Qué den el Premio Nobel de la Paz a Cecil Gaines YA y se lo quiten a Leatherface! En fin, a esas alturas el cúmulo de manipulación emocional e histórica, similar al racismo que evidencia criticar, poco o nada importa aunque a muchos nos encantaría ver una versión del KKK sobre este mismo material y la cara que se le queda a Daniels para que entienda cómo nos quedamos otros con tanto algodón, blancura y que digamos lo que digamos EEUU ama (y seguirá amando) a “El mayordomo” y, por supuesto, a Oprah... Sí, nos toca mangiare... ¿y callarnos también como puttanas?

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