sábado, 21 de diciembre de 2013

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Kick-Ass 2. Con un par: Promesas

“Kick-Ass 2: Con un par”
Título original: “Kick-Ass 2”
Director: Jeff Wadlow
EEUU
2013

Sinopsis (Página Oficial):

Tras el éxito en todo el mundo de su anterior e irreverente aventura, Kick-Ass, Hit Girl y Bruma Roja vuelven a la carga con “Kick-Ass 2: Con un par”. La insensata valentía de Kick-Ass (Aaron Taylor-Johnson) ha inspirado a toda una oleada de nuevos defensores del bien, dirigidos por el implacable Coronel Barras y Estrellas (Jim Carrey), a quienes nuestro héroe decide unirse. Pero cuando Bruma Roja (Christopher Mintz-Plasse), que regresa con el nombre de El Hijoputa, decide deshacerse de esta panda de superhéroes aficionados, solo Hit Girl (Chloë Grace Moretz) podrá impedir que los aniquile.

Crítica Bastarda:

Vamos a desquitarnos de las innumerables denuncias propiciadas por el defensor del menor en “Kick-Ass: Listo para machacar” (2010): niñas de once años que no paraban de decir palabrotas, tiroteadas por su propio padre, que éste fuera Nicolas Cage, que asesinasen a decenas de personas con ensañamiento, sorna, sadismo, por arma blanca y descuartizándoles y, lo peor de todo, ataviadas con un traje escasamente conjuntado con una peluca barata. Superado el trauma y llegada la adolescencia, “Kick-Ass 2: Con un par” tiene elementos muchos más interesantes por encima de la forma que delimitaba la cinta de Matthew Vaughn. Podríamos centrarnos en ese relevo que ejerce Hit-Girl / Mindy Macready sobre su padre —iconizado correctamente en ese traje bastardo de Batman e ironizado en el complemento mortal con la foto sonriente de Cage— sobre Kick-Ass / Dave Lizewski. Más allá de la lectura de un filme de maestra y discípulo —e incluso entendiendo ambas partes como una gran prólogo a una película de superhéroes que posiblemente nunca exista, como ocurrió con “El protegido” de M. Night Shyamalan— nos encontramos ante un componente dramático y existencial jugoso por encima de sus capas y pulpa pop.


Es cierto que en “Kick-Ass 2: Con un par” habita una piel donde se siguen mencionado a las redes sociales y los patrones de popularidad, pero esta vez llega como un punto de encuentro para otros superhéroes encadenados a trabajos sociales como nuevo rumbo de la sociedad contemporánea. Sí, ser superhéroe (sin ánimo de lucro) es comunista / socialista / progresista y no entiendo cómo en EEUU el Tea Party no se ha pronunciado al respecto o el ámbito político más conservador ejerce como antagonista. Y si nos apartamos del fondo, nos quedamos en la superficie. En “Kick-Ass: Listo para machacar” sonaban desde ‘El Barbero de Sevilla’ a Prodigy, pero ahora la banda sonora pasa a un segundo plano escénico. La carcasa y fachada se desmorona, la historia se impone y estamos ante un cuento de promesas con los paralelismos de Mindy y Dave al mismo tiempo que surge otro supervillano de las sombras: la propia vida y cosmos de instituto. Hit-Girl se tendrá que enfrentar a los más terribles villanos encarnados por las chicas malas de secundaria mientras que Dave se une Justicia Eterna, un grupo dirigido por un ex miembro del hampa reconvertido —El Coronel Barras y Estrellas interpretado por Jim Carrey, que protagonizó cierta polémica durante la promoción de la cinta a rebufo de la matanza de Sandy Hook—. 


Jeff Wadlow se desquita de la poca mordida real (que no visual) de la propuesta de Vaughn para lanzar un pequeño discurso sobre el sentido de la responsabilidad y del poder, tanto por parte de ese villano tan infantil como sanguinario y estúpido, que paga todo a golpe de talonario, como de su antagonista que trata de ser un héroe como mecanismo de una sociedad (y damnificados del destino) necesitada de cierta esperanza. ¿Estamos ante un discurso socialista y sobre el poder del pueblo por encima de la opresión del poder desmedido? Los tutores y vigilantes, tanto de Mindy (Hit-Girl) como de Dave (Kick-Ass) constan como contraplano moral, ejerciendo en sendas promesas un compromiso y madurez frente a la venganza (o ajusticiamiento criminal) sinsentido. “Kick-Ass 2: Con un par” podría incluso considerarse como una película sociológica por encima del individualismo (y ombligüismo) habitual del subgénero anexado a la misoginia, homofobia, racismo o el bullying; elementos que ofrecen en paralelo una capa transgresora sobre lo políticamente incorrecto con una oda a la escatología y el mal gusto gramático para que la inmadurez exterior contraste con la lucidez interna de la obra. El deliro, pues, queda compensando con el heroísmo en su sentido más moral y propicio, como si el propio pueblo exigiera la figura del enmascarado como nuevo icono democrático y caricaturesco de una realidad accidentada. La violencia mostrada justifica la respuesta dentro de la cinta como una sanación metaficcional y el fiasco (injusto) de público y crítica presumiblemente eluda la confirmación de una precuela dividida en dos actos y dos películas que, internamente, muestran la cruz y cara de la misma moneda.

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