“La gran belleza”
Título original: “La grande bellezza”
Director: Paolo Sorrentino
Italia
2013
Sinopsis (Página Oficial):
Roma, un verano en todo su esplendor. Los turistas acuden en masa a la colina Janículo: un visitante japonés se desvanece al observar tanta belleza. Jep Gambardella (Toni Servillo) es un hombre atractivo y seductor irresistible, que te hace ignorar sus primeros signos de envejecimiento. Jep disfruta al máximo de la vida social de la ciudad. Asiste a cenas y fiestas chic, donde su ingenio y deliciosa compañía son siempre bienvenidos. Periodista de éxito y seductor innato, escribió una novela de juventud con la que consiguió un premio literario y su reputación de escritor frustrado. Esconde su desencanto tras una actitud cínica que le lleva a ver el mundo con cierta lucidez amarga.
En la terraza de su apartamento en Roma, con vistas al Coliseo, organiza fiestas donde “el aparato humano” –título de su famosa novela – se muestra en toda su desnudez mientras se desarrolla la gran “comedia de la nada”. Cansado de su estilo de vida, Jep sueña con volver a escribir, aferrándose a las memorias de un joven amor en el que sigue anclado. ¿Lo conseguirá? ¿Será capaz de sobrevivir a esta profunda repulsión que siente hacia sí mismo y hacia los demás, en una ciudad cuya belleza, a veces, lleva a la parálisis?
He aquí la historia del autor atrapado, de aquel que desea olvidarse del pasado y queda encerado en esa tela de araña que conforma el recuerdo. De aquel que trata de ser el cronista de la Ciudad Eterna y acercarse como si fuera la primera vez a los monumentos que la componen… pero queda confinado en sus propios recuerdos. Ya sea el primer amor, ya sea Fellini, ya sea por adentrarse en la dicotomía de lo sagrado y lo profano. Es normal que “La gran belleza” lleve la etiqueta (que no título) de ser “La dolce vita” del Siglo XXI pero considero que Paolo Sorrentino da la impresión de establecer un diálogo entre Marcello Rubini y Guido Anselmi en la figura de Jep Gambardella, en traer la melancolía y sus anécdotas personales para sacar a relucir la nostalgia que habita en el cinismo y el la crónica de lo mundano. Pero, aparte del recuerdo y la obsesión por el sentido de la vida entre una lluvia de fugaces planos en constante movimiento, brota la espiritualidad avocada a la ironía en toda esa puesta en escena religiosa. Como si las monjas, cardenales y santas fueran en sí mismas una evolución en las preguntas más profundas que se plantea el personaje principal. Y el fondo es el gran escenario: Roma, la belleza, la gran belleza… sobre la que tratan de amoldarse sus terrenales habitantes. Aquella belleza que permanece imperturbable y silenciosa, testigo de las oportunidades perdidas durante las generaciones desde que fue alzada.
Y en ese punto es un escritor decepcionado por su vida aquel que descompone su deprimente entorno carnal sobre otro eterno muerto de fondo pero, al mismo tiempo, con más vida por ser una constante sobre esos entes variables. El choque de esa miseria humana respecto a la inalterable e inamovible belleza forma parte de ese ‘aparato humano’ y extasiada burguesía que se esconde en la mascarada de la orgiástica y hedonista fiesta para evitar enfrentarse a sí misma, a su vejez y al recuerdo de una biografía cada vez más condenada a ser una simple hoja en blanco. Todo el teatro vital que conforma “La gran belleza” queda empequeñecido por el conflicto de la vulgaridad latente y de una ciudad que, en realidad, parece distanciada de sus propios habitantes. Es la chispa de ese primer amor la única luz entre esa oscuridad que viene y va, como las olas de un mar malogrado de falsa eternidad. De un sueño inexistente sobre la cabeza del autor que ha sido devastado por su propia insolencia, por ese mundo repleto de fama, dinero, mujeres, fiestas y drogas para rellenar un vacio inabarcable.
El viaje a la imaginación que propone Sorrentino abarca desde la desilusión a la fatiga dentro de ese final que ejerce la muerte, el fin del camino y experiencia. Pero, antes, Jep Gambardella se replantea su vida… bajo esa membrana que palpita por el ruido y los murmullos, por los sentimientos y el silencio, iluminados por la belleza frente a la miserable observación. Porque más allá, efectivamente, está el más allá… nos recuerda en sus líneas finales el propio Gambardella, como parte de una crónica de un circo de excéntricos y de la vida como truco por encima del sueño. Y desde la cita de apertura de Louis-Ferdinand Céline la ilusión se torna en un viaje del día a la noche, en el que la propia película se convierte en monumento y el espectador en un turista que aprecia la (gran) belleza de la obra con vocación de ser eterna y productor de interminables infartos y desvanecimientos.
Tienes razón amigo.
ResponderEliminarBuena crítica. Me encantó esta película.