“Dolor y dinero”
Título
original: “Pain & Gain”
Director: Michael Bay
EEUU
2013
Sinopsis (Página Oficial):
Del aclamado
director Michael Bay nos llega “Dolor y Dinero”, una nueva comedia de
acción con Mark Wahlberg, Dwayne Johnson
y Anthony Mackie. Basada en el
increíble hecho real de un grupo de entrenadores personales en el Miami de los
noventa, que persiguiendo el sueño americano, acaban atrapados en una trama
criminal con un final inesperado.
Desconozco
si Michael Bay quería tratar en “Dolor y dinero” la estupidez implícita
en el sueño americano o simplemente se ha puesto nostálgico y ansiaba
desvincularse de las entregas de “Transformers”
que han marcado su camino cinematográfico desde 2007. La realidad que se ha
encargado de plasmar el séptimo arte es que el sueño americano ha mutado desde
cualquiera de las adaptaciones de “El
gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald
a “Todo por un sueño” de Gus Van Sant. En el Siglo XXI, “Scream 4”, “Kick-Ass: Listo para machacar” o “La red social” nos ha recordado los resortes del triunfo y la fama
son afiladamente virtuales y tan oscuros como las pantallas que los exponen;
una transcripción que Charlie Brooker
tan sobresalientemente ha representado en “Black Mirror”. Pero tiempo atrás, no existía internet… salvo los lóbregos
fulgores de la televisión y, por supuesto, el dinero. Los mecanismos de la
codicia del sueño americano han sido enflaquecidos desde rebajados a «ganar,
sea como sea» si eres americano jugando con la doble moral y las trampas. Los
héroes de las infancias de los protagonistas de “Dolor y Dinero” seguramente fueran los mismos que los de Chris Bell, autor del documental “Bigger, Stronger, Faster*” (2008), que
podría servirnos como articulación hacia aquello que nos plantea en parte el
director de “Dos policías rebeldes”. Las
aspiraciones proyectadas en tubos de imagen, esteroides y muñecos de plástico
iconizados pasan por una intersección entre “Los tres chiflados” y “Scarface”
sobre una guionización de unos artículos publicados en 1999 en el Miami New
Times. Efectivamente fueron tiempos donde la fama costaba y el precio iba
incluso más allá del simple sudor…
Trabajar
duro o atajar por la vía fácil para conseguir el sueño americano es el enésimo
planteamiento interno de una eterna historia de fines, finales y antihéroes que
ha replicado a lo largo también de la historia del cine. El extremismo de ser
un hacedor o no-hacedor marca y señala una comedia negra donde la víctima puede
ser confundida con el verdugo. No hay grises entre el éxito o el fracaso, entra
la razón y la idiotez, parece indicarnos Michael
Bay. Los grandes hombres tratan de alcanzar lo inalcanzable, nos recuerda
Daniel Lugo (Mark Wahlberg), dejando
claro que el fin justifica los medios. La simplificación del
american-way-of-life a la burla y la sátira perfilada sobre el dinero como
motor del éxito se lleva a cabo desde el título remarcando el ‘dolor’, como
pago tanto metaficcional como moral, para sus musculados personajes. Bay mete su sexo cinematográfico de
nuevo por nuestras ya escasamente virginales y lubricadas retinas. Nos da un
repaso y magreo de ralentíes, escupitajos renderizados y babas pixelizadas al
vapor de insertos, que bien pudieran estimular la entrepierna más
guy-ritchieiana; el montaje desea ser tan sudado como visiblemente remarcado y
muscular siguiendo la supra-hormonización de sus protagonistas.
Pero incluso
Michael Bay es consecuente del
delirio que tiene delante y trata de atestiguar al espectador que la retahíla
de burradas y berridos fueron completamente verídicos. La justificación
argumental del director amplifica el resultado del juego de la sandez que se
escurre por la propuesta a cada movimiento. ¿Es “Dolor y Dinero” un tratado sobre la estupidez engendrado desde la
ejemplificación de la misma o de la pérdida de neuronas como alegato de la
narración? Sea olvidable, descartable o simplemente considerada como la
película más profunda a la que ha podido aspirar su director, la seriedad
cinematográfica de la cinta parte del pasatiempo y la comedia negra como
colchón de temas provocativos e incluso tabús para el mainstream: el robo de la riqueza a los judíos por considerar que
no se la merecen, el aborrecimiento hacia el sobrepeso en un país donde la
obesidad es la mayor epidemia, la caricaturización de la religión sobre sus
clichés o frases como «No hay nada más sexy que un negro llorando». La bufonada
se simplifica hasta la representación y moraleja de la historia: fueron
culpables de todos los delitos menos de una titulación a su más absoluta estupidez.
Bay se ha rodeado de secundarios
netamente cómicos como Tony Shalhoub,
Rob Corddry, Rebel Wilson o Ken Jeong como placer del ridículo y enjuto del teatro de toda obra que cede a
la auto-parodia. Los puntos de vista se suceden como narradores tiene la
historia pero uno de ellos, la voz de la razón encarnada por Ed Harris, nos recuerda que desafortunadamente
aquello que vamos a ver está basado en hechos reales. He aquí parte de la lucha
interna del filme por estabilizarse entre un sujeto de la conciencia y
honestidad contra otras voces manchadas de la parafernalia de la insensatez. Un
enfrentamiento intrínseco que establece el propio cineasta entre lo superficial
y el espíritu crítico (y cínico) para ejercitar una película tan perspicaz como
netamente estúpida. Que la bandera estadounidense se muestre como radiografía y
evolución de la puesta en escena, quedando finalmente atrapada entre la misma
maraña de rejas y espinosos alambres que su protagonista, no deja de ser un
síntoma de que habita inteligencia detrás de esa cortina de idiotez. También,
una lucha aprisionada entre los dos principales narradores como simbiosis de la
mentalidad del pueblo americano ostentada en un libre albedrío, tan manipulado
como conducido directamente al fracaso ante un engaño retorcido llamado cultura
del éxito. Así es el sueño americano, donde la creencia irracional, firme y directa
al mismo es sinónimo de una sentencia de muerte.
Versión redux de la reseña publicada en Cinema ad Hoc
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