sábado, 23 de abril de 2016

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Unbreakable Kimmy Schmidt: Segunda temporada


Regresemos al nuevo universo televisivo de Tina Fey y Robert Carlock para seguir con las aventuras de la inquebrantable Kimmy Schmidt en Nueva York, tras poner entre rejas al ‘reverendo’ que la convirtió en una mujer topo y le hizo perder 15 años de su vida. Ese búnker vital sigue ahí, esperando que nuestra heroína consiga lograr la completa libertad e independencia… si es que una sociedad basada en refugios blindados alcanza a ser la pieza para descubrir su catarsis. Richard Wayne Gary Wayne sigue siendo ese pasado y lastre del que Kimmy no puede desprenderse, ejerciendo como esa kryptonita de la que todavía ha sido incapaz de obtener un antídoto. Y ahora vamos a descubrir más sobre el pasado de la protagonista y a construir un todo alrededor de ese trauma y acto en el que todavía sigue atrapada. Ahora, su liberación física ha de pasar a la emocional y psicológica. Regresemos al pasado, emulando el suspense hitchcockiano de “Marnie, la ladrona” o “Recuerda”, para comprobar que todo gira al instante en el que Kimmy Schmidt se subió a la furgoneta del reverendo y su vida cambió para siempre. Pero, ¿qué había antes? En realidad, los escritores prefieren centrarse en la identidad de su heroína y las heridas que quedaron latentes desde entonces para ir desarrollando su colorista obra repleta de canciones, sofisticación e incluso mal gusto. La serie, además, sigue despuntando por su notable complacencia por la cultura popular entre el musical (en cualquier modulación) y ese conglomerado de referencias que catapultan la dulzura con cierta locura y excentricidad del mundo en el que habita Kimmy. Unbreakable Kimmy Schmidt sigue siendo, en definitiva, un show capaz de articular una sofisticada screwball y, al mismo tiempo, una sitcom sobre la lucha de clases e incluso ciertas reivindicaciones respecto a los habitantes de los suburbios más infames de una gran metrópolis. Repasemos aquello que nos han dejado estos nuevos trece episodios.

La segunda temporada deUnbreakable Kimmy Schmidtda la impresión de centrarse en la idea de una falsa Navidad como si fuera una especie de primer y cíclico circuito sobre el que debieran desarrollarse sus personajes. Todos han quedado atrapados en una espiral entre la celebración y la farsa sirviendo tal alegoría a la descripción de la propia serie. En cierto modo, la comedia de Netflix siempre trató sobre la adaptación de una mujer topo al actual reino y cosmos existencial estadounidense, amparado en la cultura popular para sobrevivir (y sobrellevar) el día a día. Se puede sentir aquí que muchas veces el show se comporta como Mimi Kanassis (Amy Sedaris): de manera errática, excesiva, espontánea, que viene y va, que desaparece… alocada dentro de los márgenes de la clase que ha de mantener. La creación de Robert Carlock y Tina Fey es conocedora de moverse en sus breves líneas de comedia sofisticada pero también en ese sórdido trasfondo y barrio marginal en el que habitan Kimmy, Titus o Lillian. Al fin y al cabo, la ficción siempre trató sobre personajes outsiders que tratan de recomponer tanto sus vidas como sus espacios vitales. Y ahí incluso aparece ese discurso de esta temporada en el que todo el escenario evoluciona empujando a los protagonistas a un cambio. Jacqueline ha perdido su mansión, su familia está ya separada, su hijo es el futuro anticristo con el que es incapaz de conectar e incluso sus raíces empujan a la diva con una destartalada cabeza a regresar a recuperar su trono en Nueva York. Pero, ¿cómo evolucionar cuando la farsa de la alta sociedad gira sobre importarle un bledo todo y simplemente sacarle provecho económico al asunto? Unbreakable Kimmy Schmidtdesea centrarse en sus personajes, dramas y esperanzas, pero también trazar una línea evolutiva sobre esa capacidad de integrar todo tipo de referencias de la cultura pop a modo de traje. Incluso Las ‘introreferencias’ ―esos androides que van poblando la serie, por ejemplo― sirven como guiño para esa nueva vuelta en una montaña rusa de un parque de atracciones. 


Precisamente Kimmy es el perfecto catalizador para una historia que podría desembocar en un drama sin concesiones sobre la supervivencia (La habitación) bajo el optimismo y la alegría de vivir de nuevo tras pensar que un apocalipsis había acabado con el mundo. Evidentemente nada enUnbreakable Kimmy Schmidtpuede ser normal, incluso su vertiente psicológica es tremendamente excéntrica gracias a la psiquiatra (con doble personalidad) que interpreta Tina Fey para amoldar ese discurso final sobre la psique de la protagonista. Todos, en realidad, han quedado atrapados en su búnker personal: Kimmy sigue sin haber superado aquello que originó su encierro (desencadenando un conflicto maternal y una fobia en el proceso), Titus ha quedado encerrado en esa represión sexual de su hogar natal (causa de su fallido matrimonio), Lillian se niega a aceptar que su barrio marginado pueda cambiar o ser rescatado por los hipsters y clases burguesas y, por supuesto, Jacqueline sigue aferrada a esa espiral de ser siempre la mujer florero de un millonario como única vía de sobrevivir en la alta sociedad. Los protagonistas van a tener que hallar ciertas vías para poder encontrar su nuevo lugar en mundo, evolucionado y completando sus transiciones (siempre bajo esquemas extravagantes). Precisamente esa exploración de cada uno de ellos nos acerca a su humanidad y a los motivos que les llevaron allí, como si el pasado fuera la pieza clave de todo. «Pero, ¿qué rollo llevas? ¡Eres como de dibujos animados!». En realidad, ese coloreado universo en la mente de Kimmy para hallar la paz interior y eludir revelar su ira, trata de amoldarse al mundo real. Kimmy se siente como una piruleta envuelta en un interrogante sin saber lo que hay dentro, pero la verdad es más dolorosa y traumática siendo acrecentada por la reiterada separación con Dong Nguyen (pronúnciese en español como ‘pollón’). Kimmy descubrirá que no es culpa suya que la gente alrededor suyo se marche ya que se trata de un problema materno que ha establecido un ciclo y patrón, que provoca que su rabia fluya de manera automática e incontrolada… como esos eructos espontáneos y desagradables. Y ya no importa estar al volante (literalmente también) de su propia vida.


El final de la segunda temporada de Unbreakable Kimmy Schmidt es normal que se establezca en un parque de atracciones, donde descubrimos que Lori-Anne Schmidt está interpretada por Lisa Kudrow y entendemos ese compendio de meta-referencias junto al fichaje de David Cross o los cameos de Fred Armisen. La comedia de Netflix quiere hacer que otras vivan en su interior a modo de atracciones, que ese parque temático de la comedia norteamericana contemporánea habite en todos sus rincones. Es coherente, además, que todas las piezas reveladas sobre el conflicto de Kimmy tomen forman de catarsis en un viaje conjunto con su madre en una gran montaña rusa. A veces, hay que dar dos vueltas o más a un mismo y enrevesado lugar para aceptarse a uno mismo y comprender todo. Y ahí surge todo, el odio de Kimmy al velcro o ese sentimiento de culpabilidad sobre su madre por no enseñarla a atarse los cordones. Ese ‘abandono’ se materializó en la abducción por parte de Richard Wayne Gary Wayne y ese germen de la discordia permaneció allí enterrado junto a su alma en ese búnker que la persigue. Pese a la catarsis en Orlando en el parque temático de Universal, todavía no ha hallado una completa sanación y una llamada final del reverendo revela que hay asuntos pendientes por resolver… Veremos a qué fue debido ese ‘matrimonio’ en la tercera temporada. Por parte de Titus Andromedon su relación con Mikey Politano fue clave para empezar a construir aquello que desea en la vida,  aunque acaba en un mar de dudas tras conseguir el puesto para trabajar en un crucero durante varios meses. ¿Obtendrá las respuestas en Titusville o simplemente sigue encerrado en su búnker existencial para eludir enfrentarse con el mundo real? Su epifanía surge gracias a un astronauta y ya no puede dejar que sus sueños mueran… de nuevo. Tendrá que sobrellevar sus miedos y buscar respuestas mar adentro. Lillian, para complementar, se dará cuenta de que no está tan sola como creía en su estrafalaria cruzada personal, reincidiendo en su propio búnker tras tratar de superar su conflicto al poner en venta su edificio. Jacqueline, para concluir, sacrifica todo por Russ al darse cuenta de que realmente lo ama, pero descubrirá que su nueva familia rica son unos auténticos hijos de fruta que se comportan como ‘bullies’ con aquel que aspira a ser su nuevo esposo. En realidad, todo el mundo parece odiar a su nuevo esposo. Incluso da la impresión de que él se odia a sí mismo. Para colmo, su nueva familia son propietarios de los Washington Redskins acrecentando el conflicto interior racial de la protagonista. No obstante, todo lo anterior supone un punto de encuentro entre Russ y Jacqueline para iniciar no sólo su aventura de amor sino un objetivo conjunto para acabar con los Redskins. Uno se vengará de su familia y la otra utilizará la misma contra su cruzada en contra de aquellos que siguen haciendo daño a los nativos que habitaban en la tierra sobre la que se construyó el imperio estadounidense. Ese círculo de celebración un tanto navideña da hondura a su cierre circular, siendo Titus aquel gran ausente pero siendo sustituto por la propia cultura pop sobre la que se viste habitualmente la comedia. Todos encuentran ya un sentido para seguir adelanta, aunque queden muchas cuestiones por responder.



Pensemos en que esta segunda temporada de Unbreakable Kimmy Schmidt quiere ir construyendo su propio reino dentro de la comedia televisiva, utilizando la meta-referencia («el reverendo era un psicópata mentiroso que decía que había creado el anuncio hippie de la Coca-Cola»), generando el debate popular («¿es Cate Blanchett buena actriz o simplemente alta?») e incluso planteando grandes cuestiones metafísicas: «pareces Morgan Freeman de joven aunque se dice que no existió». ¿De verdad que cuatro meses son el equivalente a la duración de Judd Apatow juntas? Es normal que incluso no extrañe en absoluto ver la restauración del Ecce homo como la perfecta simbiosis de aquello que representa el show de Netflix. En cierto modo, la propia serie se conforma como un gran mural repleto de personajes en los que todos tratan de hallar su camino, incluyendo esas mujeres topo capaces de fundar una nueva secta o de encontrar la catarsis en ese marco que propicia la propia televisión. Y es ahí donde ese espacio que presenta el Dr. Dave (Jeff Goldblum) ratifica esa simbiosis de temperamento, locura, surrealismo y delirio sensacionalista, como si fueran las credenciales del retrato de la comedia que protagoniza Ellie Kemper. Hay una parcela psicológica en el asunto y la ha explotado bastante bien el espectáculo humorístico, que vuelve a incidir en la parodia estructurada de modo similar al de esos ‘hits’ modificados convenientemente por cuestiones legales: la melodía es la misma, la letra y sus intérpretes copias y reciclados de otros anteriores. Pero, sobre todo, sus intenciones son las mismas que esos créditos en los que la realidad queda reformulada en un concepto viral cambiando completamente su tono por un objeto cómico repleto de alegría y ritmo. O, por el contrario, su capacidad es la misma que ese musical sobre la geisha Murasaki que ejecuta Titus sobre una de sus reencarnaciones: por encima del maquillaje y el concepto controvertido y racial (o del propio poder dictatorial de internet), existen sentimientos auténticos y reales enterrados en ese pasado al que siguen encadenados esos caricaturescos personajes a los que nunca debemos juzgar por las apariencias.

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