sábado, 9 de abril de 2016

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Julieta: Todo sobre mi hija

“Julieta”
Director: Pedro Almodóvar
España
2016

Sinopsis (Página Oficial):

Pedro Almodóvar vuelve al drama y al universo femenino, aunque el tono de “Julieta” es muy distinto al de Volver La flor de mi secreto. “Julieta” habla del destino inevitable, del complejo de culpa y de ese misterio insondable que nos hace abandonar a las personas que amamos, borrándolas de nuestra vida como si nunca hubieran significado nada. Y del dolor que ese abandono provoca en la víctima. La película narra treinta años de la vida de la protagonista, desde el año 85 del siglo pasado hasta el actual 2015. Resulta casual que la mejor época del año de Julieta corresponda a los años 80, y en la actualidad su vida sea una catástrofe sin solución. Sólo un milagro le salvará. Y los milagros a veces ocurren…

Crítica Bastarda:

Alice Munro. Destino. Pronto. Silencio… En el último film de Pedro Almodóvar existe un componente trágico encapsulado dentro de una metáfora literaria y claramente visual, como si todas las ventanas que van componiendo el espectro de la cinta revelaran un fondo inalcanzable y que fuera imposible de tocar. Nos hallamos frente a ese telón rojo de fondo al que se suma el icónico objeto del conflicto, estableciendo así la escultura de Miquel Navarro el concepto respecto a la pérdida que pretende ‘envolver’ el cineasta mediante plástico de burbujas. El film alveolar pudiera suponer una metáfora de aquello que representa en la película el cine almodovoriano como puesta en escena: transparente, aunque dejando huella, con un claro propósito de circundar la fragilidad (dramática) e invitando a explotar bolsitas de aire que desprenden referencias a la propia obra del director manchego y a la cultura y arte que le interesa. Fondo y forman se impermeabilizan. Podemos convertirnos en espectadores de esas imágenes, dejarnos llevar por esa marea audiovisual hasta alcanzar la epifanía o, simplemente, tratar de analizar la alegoría del retrato a través de nuestros sentimientos. La tragedia griega ocupa el espectro del discurso tanto en su sentido formal como conceptual, siendo la historia de una maldición aquella que yace sobre la cruda y colorida epidermis. Se trata de que los hombres queden extractados como animales atrapados en su destino dependiente del influjo de la mujer, condenados a acercarse a un peligroso filo que bien pudiera hacerlos desaparecer. Esa reiterada idea ofrece su germen en la historia y referencia de Ulises y Calipso, como si la inmortalidad y juventud eterna fuera el símbolo ―tatuado en la piel― de un amor condenado a desvanecerse y perderse en la mortalidad. Esa condenación a sumirse en la tragedia ―abandonando incluso la sabiduría, la belleza y vida eterna― la personifica Xoan (Daniel Grao) siendo Julieta la ninfa y la difunta esposa su Penélope, la representación del mar como parte de una huida y destino final. Todo ese sentimiento al tormento acaba conformando el propio conflicto de la heroína almodovariana, relegando como un virus su capacidad para someter a la tragedia a todos los hombres que ‘abandona’. Esa herencia acaba atando a Julieta como a su hija y, contrariamente, provoca su ruptura y separación. El retrato es descrito desde los títulos, en esas dos letras que acaban hallando una conexión aunque formen parte de cuerpos distintos y espacios colindantes, otorgando el propio concepto implícito del póster: dos mujeres atrapadas en el mismo personaje amplificando los ecos del suspense respecto a sus vínculos en la misma imagen y plano.


En esa otra línea donde se amplifica la coincidencia, observamos el espacio distante sobre el que el autor desea recrearse, sometiendo a sus personajes a la contención y fragilidad de sus emociones y dejando que la puesta en escena y los objetos construyan su cosmos emocional. Almodóvar suele remitirnos a la propia cultura como filtro de esos conflictos, como imagen definitoria de los personajes, como si fueran reflejos de esos cuadros que tienen a sus espaldas o parte de un opresivo papel que les envuelve a través de los escenarios. Incluso los protagonistas dan la impresión de ser réplicas de otros ficticios, condenados a someterse a su condición ―como, por ejemplo, esa referencia a Patricia Highsmith―. Y es ahí donde Julieta delimita su discurso a la propia esencia mitológica. El director de “Volver” regresa sobre toda su filmografía, revisando toda su obra desde su actual posición de madurez, poseyendo a su protagonista ―incluso en el peinado que representa a la movida madrileña―, escarbando entre viejos apuntes, recomponiendo imágenes, escribiendo un relato para exorcizar todo aquello que yacía en su interior y que no se había atrevido a contar a un lector que acaba siendo el propio espectador. Se hablará de sequedad o deconstrucción, como si el melodrama hubiera acabado en una mesa de cocina y fuera privado de su canto para ser preparado respecto a su fatalidad e implícita odisea. En realidad, “Julieta” es la historia de una madre que nunca llegó a conocer a su hija, siendo una tragedia aquello que marcó su separación desde el mismo instante en el que conoció la ausencia del rol paterno. Antía (de nuevo el concepto de origen griego) acudió a los brazos de otra mujer (Bea) para expresar su duelo, privando a su madre de aquel papel que representaba hasta el momento. Ciertamente, iremos descubriendo ―al igual que la protagonista― que su primogénita nunca llegara a sentirla como tal, acercándose incluso a Marian (Rossy de Palma) como su madrina, confidente y protectora. Desde ese instante, madre e hija acabaron distanciadas, perdiendo Julieta toda su identidad y sumiéndose en una ‘zombificada’ depresión al no encontrar un papel que representar salvo el de la hija de ese nuevo extraño matrimonio y familia conformado por Antía (padre) y Bea (madre). A Almodóvar también le interesa explorar en ese juego de roles la represión sexual: ¿reniega Antía de su condición y se refugia en el fanatismo religioso al considerarse una pecadora? ¿O por qué se sintió tan agobiada y acosada Bea para huir (de nuevo hacia el mar)? ¿Volvió a regenerarse aquí el conflicto al ser incapaz Antía de encajar en el mundo si no es un molde familiar completo? Las líneas de misterio que van recomponiendo las piezas expuestas lentamente en el tablero, dejando al espectador la interpretación final.


Y es que en el film del director de Los abrazos rotos los personajes revelan sus sentimientos entre líneas, reiterando el concepto de la correspondencia como su lenguaje, sirviéndose de un simple remite para subrayar ese silencio que nunca desvela sus completas intenciones. Julieta también es la historia de la separación de una madre y una hija, retratando la influencia maternal como una enfermedad y buscando ambos personajes la soledad y la reinvención espiritual como medicina para sanarse. El mutismo acaba siendo el síntoma a ese mal, enraizando el dolor y únicamente el conflicto replicado puede provocar que cada una de ellas ocupe el rol de la otra. Almodóvar encapsula ese torrente de sentimientos ―además de los componentes informativos― para que el espectador tenga que ir construyendo el relato desde distintos escenarios y a través del tiempo, recomponiendo ese gran mural y fotografía que incluso es esquivo al final de la cinta. Puede que también el director manchego desee rendir tributo al pasado, siendo Chavela Vargas la catarsis visual y musical y su tema ‘Si no te vás’ aquel elemento que desmigaje el alma de la obra: 
Si tú te vas 
se va a acabar mi mundo 
El mundo donde sólo existes tú 
No te vayas, no quiero que te vayas 
Porque si tú te vas 
en ese mismo instante 
muero yo. 

Al fin y al cabo, “Julieta” es un film sobre la pérdida para que entendamos los sentimientos de Calipso tras la marcha de Ulises, utilizando el director ecos fordianos (Innisfree) y de Antonioni, siendo la soledad divisada como un inmenso desierto ‘rojo’ y acrecentando el poder de esa imagen de una tela roja que envuelve inicialmente a la protagonista. El autor de “Hable con ella” da la impresión de lanzar finalmente una mirada esperanzadora y positiva, ofreciendo en un magno y bello paisaje el aire sobre el que podrá respirar su heroína y suspirar por un reencuentro que rompa la maldición al que fueron sometidas tanto la madre como esa hija, que acabó siendo madre para entender el rol que había declinado ocupar. Pese al potente material, no esperen un torrente de emociones más allá de los brillos de ese plástico de burbujas autoral, donde el silencio da paso al pronto y, por supuesto, al destino…


Reseña publicada originalmente en Cinema Ad Hoc.

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