Muchos nos imaginábamos, por el póster promocional, que el cierre de “Mad Men” sería una secuencia en la que Don Draper abandone la ciudad con su coche e inicie una nueva vida y camino vital. La reinvención definitiva a decisión de la voluntad de la propia audiencia. The End. Precisamente “Lost Horizon”, duodécimo episodio de esta séptima y última temporada del show de AMC, nos plantea ese espejismo evasivo y eterna huida del personaje. Que Betty Francis se ponga a estudiar psicología y tenga a Freud encima de la mesa de la cocina de su casa no deja de remarcar muchos conflictos expuestos. También vamos a retomar esa instantánea de Don en “New Business” (7x09) enlazando con esa vida familiar que decidió no vivir. Gracias también al personaje de esa torturada camarera (Diana, Elizabeth Reaser), queda clara una vía para exteriorizar todo ese gran conflicto freudiano entre insatisfacción y deseo de nuestro personaje e icono de la serie. Con la absorción de SC&P por parte de McCann se avecinan grandes cambios para todos los protagonistas que han formado parte del show y la cercana despedida del drama invita a pensar en que se trata de un gran punto de giro del que posiblemente —y para muchos de ellos— no exista retorno. Repasemos ese horizonte perdido que propone “Lost Horizon”.
“Mad Men” siempre ha incluido un componente de demencia transitoria en muchas de sus entregas; ese capítulo en el que los protagonistas cometen y hace locuras para finalmente volver al orden establecido. Don va a conformar la introducción para la audiencia del mundo McCann-Erickson desde los elementos habituales de la serie: un ascensor… y un recibidor. Aquí tenemos un largo pasillo para dar la bienvenida a los creativos de un modo un tanto kafkiano y posiblemente así lo haya querido reflejar Matthew Weiner; como esa travesía en la que faltan los habituales casilleros de un instituto americano. Parte de ese tono opresivo —del autor de ‘La metamorfosis’— sigue vigente con Meredith esperando a Don en el pasillo, dándole un café, hablándole mientras caminan hacia su despacho, informándole de que su nuevo apartamento prácticamente ya está preparado… Esa nueva vida que espera a Don Draper está ante sus ojos pero sabemos que es un inconformista, que siempre ha deseado tocar el cielo por más alto que pueda escalar e incluso volar. ¿Cuál es el límite de los sueños de un hombre? Meredith es la bofetada, el elemento del regreso terrenal de Don. Nos da la respuesta sobre el resumen de la actual vida de Mister Draper gracias a un sobre, donde cogió todo aquello que consideró de valor al no fiarse de los trabajadores de la mudanza de SC&P: la tarjeta de seguridad social, el anillo de diamantes de su última ex esposa y un fajo de billetes… En resumen, una identidad, el precio de la infidelidad, la insatisfacción de su pareja y/o la soledad y, por supuesto, dinero… Mucho dinero. Todo comprimido en un pliego de papel con el añadido informativo de que su hija Sally cada vez es más independiente (y distante de él) o de que su secretaria Meredith —a falta de esposa— será la diseñadora de su apartamento. ¿Le espera algo más a Don Draper en McCann-Erickson aparte de su soledad y vacío existencial? ¿Algo más de ese choque de felicidad y tristeza en ese mundo de pisos separados sin escaleras que los unan?
Matthew Weiner está jugando mucho con la audiencia respecto a esa caída de Don anunciada desde el principio del show y reiterada en los créditos de cada capítulo. Siempre hemos sabido que era alegórica pero el creador de “Mad Men” la ‘deja caer’ en los últimos episodios y “Lost Horizon” no es una excepción. Don escucha que el viento resopla contra la ventana de su nuevo despacho pero cuando se acerca y presiona sobre el cristal, la vibración se detiene, el ruido se esfuma… Él es la clave, siempre lo ha sido. Pero la serie de AMC siempre ha tenido ese componente coral y nos interesa mucho el futuro del resto de los personajes y cómo van a asimilar esa absorción y reboot en sus vidas… cuando han dado al trabajo todo el margen y espacio trascendente y capital. Roger es el más rebelde, manteniéndose prácticamente hasta el último aliento en ese fantasma que es SC&P. Harry nos va a dejar claro que en la gente de McCann piensa a lo grande y los abandonos se suceden como el Shirley, que revela a Roger que el mundo de la publicidad no es ese lugar donde otros se mueven como peces (y tiburones) en el agua. Algo parecido pudiera pasar con Ed, alentado por Peggy para que acabe el trabajo pendiente de Dow y finalmente no tomándose en serio ni su encargo ni la posibilidad que eso le cierre puertas en el futuro. Su renuncia es un punto y aparte, como si el éxito o fracaso de Peggy dieran alas tanto para volar a McCann como para escapar definitivamente de allí.
Joan va a formalizar ese contrapunto de sonrisas y el machismo reinante en McCann con la bienvenida de sus redactoras y ese ‘club de damas informales’ que la relega a su rol. Joan tiene que informar a sus mayores clientes, como Avon, que la cuenta seguirá siendo manejada por el personal de SC&P pero el idiota y machista de Dennis mete la pata al ignorar que Barry está en una silla de ruedas. Da la impresión de que a McCann poco o nada le importan las cuentas de la agencia publicitaria que ha absorbido y el machismo de Dennis acaba en una discusión. Joan pide ayuda a Ferg pero esas sonrisas realmente esconden algo evidente: una insinuación a una aventura como modo de pagar ese quid pro quo. Planteemos las opciones de Joan para lidiar con esos nuevos compañeros: someterse a su machismo por no querer tenerla como una superior o bajarse las bragas para mantener su estatus. Richard, esa gran esperanza vital en la vida de Joan, acaba siendo el confidente que necesita. Joan pidió ayuda en el trabajo a la persona equivocada y no va a poder escapar de esa sombra de acoso sexual. Richard precisamente abre ese par de vías de solución que no son en absoluto agradables: o abogados o matones… no hay término intermedio en ese ámbito que precisamente él conoce. Y en la solución legal nadie ganará. Joan sigue, por lo tanto, la jerarquía y acude al jefe de todo esto: Jim Hobart. El sexismo está a la orden del día y no es un problema de Ferg y Dennis sino de la propia estructura laboral y sociedad. Si todavía lo sigue siendo en la segunda década del Siglo XXI en los 70 no distaba demasiado a lo visto en el show en los años 50. Nada a cambiado o evolucionado poco de una década a otra, como mucho el maquillaje y la ropa. El enfrentamiento entre Jim y Joan no acaba bien, con amenazas y desprecios. Jim está dispuesto a deshacerse de ella pagando a 50 centavos cada dólar del medio millón que le corresponde por ser socia de SC&P. Es el fin de la cita e incluso Jim la expulsa de su oficina. Ni siquiera Roger podrá ayudarla y la sugiere aceptar la oferta. No sé si Joan al coger la foto de Kevin sobre su escritorio y su Rolodex sugiere al propio padre de su hijo que todo ha acabado para ellos dos a todos los niveles. Bastante desagradable y triste la trama aunque, en cierto, modo sea como tenía que ser en esa fidelidad social que nos vende la serie.
Los cambios tampoco van a sentar nada bien a Peggy y a Roger. La primera no tiene despacho y es confundida con una secretaria en su regalo de bienvenida. ¿Marca del machismo de McCann? Peggy tiene claro que no pisa esa empresa si no tiene una oficina preparada pero sus planes para trabajar en los restos funerarios de SC&P son abortados por Ed. Mucho más con ese café caliente derramado que se niega a limpiar sobre esas ruinas. Antes llegaron los cortes en la luz y, finalmente, ese encuentro un tanto fantasmal y humorístico con Roger tocando un órgano eléctrico. Matthew Weiner quiere plantear el adiós definitivo a esas oficinas con esos toques de acidez y negrura, de locura y muchos guiños al pasado. Que Roger saque un fajo de billetes ante Peggy nos remite a algunas de sus escasas interacciones en la mitología de la serie. Ambos acabarán bebiendo vermú en su oficina y Roger anima a Peggy a que lleve a su nuevo despacho de McCann el cuadro de Cooper en el que un pulpo da placer a una mujer. Peggy está allí como voz de la conciencia para recodarle que él fue el que tenía que vigilar por los intereses de la agencia pero la creativa publicitaria también va a recibir consejos (y reproches velados por el contexto) en ese quid pro quo. Posiblemente Peggy se equivocó de estrategia para hacer que tanto los hombres se sientan a gusto con ella como que la respeten. El vermú, una ración de patinaje sobre los pasillos ya prácticamente vacíos de SC&P (y nuevo homenaje y conexión con el pasado en esas oficinas del personaje) y un Roger borracho y tocando el órgano, son suficiente material para hacer una de las entradas de oficina más anacrónicas que se recordarán de la protagonista en “Mad Men”. Peggy —con gafas de sol, pitillo colgando por unos insaciables labios, pose a lo ‘bad girl’ y con la pintura de Cooper— atravesando el pasillo de McCann no tiene nada que envidiar a ningún o ninguna bad-ass del cine contemporáneo. Al fin y al cabo, todos en SC&P eran rebeldes aunque cada uno responda de un modo distinto a ese gran cambio laboral.
Ese cambio de aires tampoco es que vaya a sentar del todo bien a Don y eso que McCann ha desplegado las alfombras rojas para su llegada. Jim reconoce que Don ha sido su gran ballena blanca aunque ya conocemos la historia con Moby Dick y seguramente no puedan controlar en McCann a tan ingobernable bestia, incluso consiguiendo a Cervezas Miller para él como parte del cortejo, boda y consumación del matrimonio. Don va a darse cuenta de cómo funcionan las reuniones con otros directores creativos en la sala de conferencias. Todo en McCann es a lo grande y Don detecta la alienación de todos los empleados allí. Son máquinas, no existe la independencia y la libertad. De Kafka hemos pasado a Capra. Un avión, que atraviesa y surca el cielo con el Empire State de fondo hacia ese lejano horizonte que remarca el título del capítulo, es la epifanía. Es momento de levantarse y huir de allí ante la sonrisa cómplice de Ted. Y es que Don siempre fue un animal independiente, ligeramente insubordinado, y parte de nuevo a perderse porque él siempre estuvo perdido. Algo le impulsa a atravesar Pennsylvania y los fantasmas del pasado aparecen, imaginándose una nueva conversación con Cooper tras conducir durante siete horas hacia la dirección equivocada. ¿Hacia dónde vas Don Draper? Sabemos que el destino es Racine, Wisconsin. Don necesita localizar a Diana y únicamente tiene la vía de su antiguo hogar, donde encuentra a la nueva señora Bauer. Laura no es Diana y el marido de ésta decidió rehacer su vida. Con algún truco y engaño es invitado a pasar bajo la promesa de un nuevo refrigerador lleno de cerveza Miller y simulando una nueva identidad: Bill Phillips, empleado de Conley Research. El marido de Laura, Cliff Bower, llega a casa y se da rápidamente cuenta del engaño pero ciertamente en sus palabras no sabemos si hablaba de Diana o de Don. «Es un tornado, simplemente dejando un rastro de cuerpos quebrados detrás de ella». Ella pudiera ser él, dos seres perdidos condenados a ese infierno existencial. Cliff indica a Don que éste no podrá salvarla… solamente Jesús y, entendemos por extensión, la religión. Tendrá tiempo de recapacitar en un regreso que va a demorar lo máximo posible, recogiendo a un hippie autoestopista para llevarlo a St. Paul. Ambos saben que son especies en extinción de un tiempo que cada vez es más pasado. Puede que Don tenga que esperar a que Betty acabe sus estudios porque Mister Draper es un animal de diván, atrapado entre el deseo, la insatisfacción y la histeria de (re)vivir, ese tornado errante que quiere dejar de una vez de dar vueltas y asolar todo a su paso.
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Don viaja sin rumbo claro buscando un lugar que no conoce, que no existe... siempre está en camino, y la meta es el fin...
ResponderEliminarGran análisis del capítulo, me uno a los seguidores del blog! Un saludo!
Voy terminando de ver el capítulo en HBO, sencillamente me dejo sin palabras desde principio a fin, digna serie para ver y más si conoces el ámbito publicitario como es mi caso.
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