Más y mejor, más bruta y más brutal. La línea ascendente de “The Americans” da la impresión de no tener fin y su tercera temporada ha vuelto a ratificar sus excelentes críticas. Puede que estemos ante la serie más infravalorada en cuanto presencia en premios se refiere y, contrariamente, más destacada en las listas anuales de los seriéfilos. FX ha decidido seguir con esa elevada irrefrenable e imparable línea concediendo una cuarta entrega al show protagonizado por Keri Russell y Matthew Rhys. Tampoco la audiencia parece acompañar a una de las series más notables del panorama actual pero la creación de Joseph Weisberg ha revelado desde “EST Men” (3x01) hasta su excelente y comprimido season 3 finale, “March 8, 1983” (3x13), que desea ser más sobresaliente y madura, más oscura y tenaz para revelar los entresijos de ese matrimonio de espías soviéticos en suelo americano que ya se sumergen en los 80 como parte del ‘Directorio S’. El cerco cada vez está más estrecho, el FBI sigue sus pasos y todavía queda un último sacrificio. La Central ahora quiere que Elizabeth y Phillip utilicen a su hija de 14 años como parte de un programa para entrenar agentes a los que llaman ilegales de segunda generación. Ese espejo de sus crímenes se vuelve en su contra, todas esas mentiras y asesinatos nos llevan a grises morales y antihéroes, a una gran revelación que les va a llevar a sus propias raíces.
Obviamente esta temporada es la de Paige Jennings y una gran réplica sobre los sucesos de ese otro reflejo divisado en la anterior entrega. Nadie quiere que vuelva a suceder algo similar al caso de Jared Connors. En “I Am Abassin Zadran” (3x12) vamos a tener una conversación entre ese ‘viejo’ supervisor del matrimonio protagonista —interpretado por Frank Langella— y Claudia (Margo Martindale). Ese hecho fue un cataclismo para la central pero, tal y como revela Claudia, la dirección desea intentarlo de nuevo… con Gabriel esta vez a cargo. El juego de Gabriel da la impresión de formularse sobre la división al matrimonio aunque, en realidad, dé la razón a Philip, que acaba siendo un elemento demasiado volátil e inmaduro. Ellos son sus padres, ellos son aquellos que tenían que tener la última palabra aunque finalmente no vayan a tenerla. El problema es que hay otra lucha ideológica de fondo. El trasfondo y contexto para la tercera temporada de “The Americans” es la Guerra de Afganistán (1978-1992) donde la ejecutiva del gobierno de EEUU quería convertir la intervención soviética (o invasión, según se mire) en el Vietnam ruso. En “EST Men” (3x01) nos remitieron a ejecuciones de los talibanes que han pasado de la cinta de vídeo al streaming e internet. Siempre ha existido una conexión con el presente por parte de Joseph Weisberg, como si el pasado explicara muchos de los sucesos presentes. Ya en “La guerra de Charlie Wilson” el Congreso de los Estados Unidos le negó al protagonista un millón de dólares para construir escuelas en el desolado Afganistán y el fanatismo religioso fue la educación recibida por esa generación que ahora domina ideológicamente. De hecho ese discurso se introduce en la propia Paige, como si su corriente de devota del catolicismo exorcizara a esa otra nueva ideología que desean imponer sus padres. El fanatismo religioso, en resumen, acabó con el fanatismo sociológico y político. No obstante, en esta tercera temporada de “The Americans” los muyahidines quedan retratados como incontrolables perros salvajes capaces de asesinarse entre ellos mismos y sin posibilidad de colocarlos un collar. Ese discurso, de hecho, de Abassin Zadran (el que raja las gargantas de los comunistas) es extrapolable a la brutalidad y motivaciones del Estado Islámico: «Los encontraba nadando, con las armas en la orilla, riéndose, cantando, después de tirar bombas en nuestros pueblos, profanaron a nuestras mujeres, mataron a nuestros hijos. Son cobardes. Si hubiera 200 infieles en la carretera, les destriparía a cada uno como a una cabra».
Pero en “The Americans” no hay una moraleja o un sermón, no hay línea en la que se quiera imponer un panfleto. Hay demasiada mierda política, crímenes, asesinatos y conspiraciones a ambos lados de ese gran telón de hierro. No es la primera vez que viajamos a Moscú pero los guionistas han aprovechado para crear una trama con todos los personajes que sabemos que volvieron allí. Nina tiene cualidades que el KGB tampoco desea perder y aparece una oportunidad de rescatar al científico Anton Baklanov y al antiguo jefe de Nina: Vasili Nikolaevich. ¿Recuerdan cómo le traicionó? En EEUU, Oleg y Stan buscan una vía para traerla de vuelta y trabajarán juntos si es necesario aunque finalmente no sepamos quién utiliza a quién. Con la llegada de Zinaida Preobrazhenskaya del ‘Institute for US and Canadian Studie’, cual caballo de Troya en un componente claramente alegórico, nos indican que la propaganda manda pero también la paranoia de una nación que nos revela Stan en “Dimebag” (3x04). No es que Stan, que sigue lidiando en esta temporada con su divorcio, sea un paranoico sino que ha demostrado tener un sexto sentido para este tipo de cuestiones. No se equivoca y Tatiana (Vera Cherny), nuevo personaje de la Rezidentura, nos revela que es una agente al servicio de la causa… ¿Conseguirán Oleg y Stan ese soñado intercambio o Nina se liberará de su condena y regresará a EEUU como nuevo golpe de efecto del show? En toda esta trama aparecen tanto la burocracia (el gobierno está más interesado en utilizar ese intercambio para rescatar a uno agente de la CIA que a Nina) como de poder dentro la agencia para Stan y sus investigaciones en paralelo a ese juego de despachos y jerarquías.
El punto de partida lo marca una Elizabeth caracterizada tratando de conseguir una lista de agentes que participan en las operaciones en Afganistán a través de una agente de la CIA descontenta y molesta. Todo falla y el FBI ya sabe que los ‘ilegales’ de la primera temporada han vuelto. También tenemos nuevas caras en los despachos de la agencia federal con el agente Aderholt (Brandon J. Dirden), que llega allí para no hacer amigos y descubrir el micrófono colocado en el despacho de Frank Gaad. ¿Está Martha en peligro? Ciertamente los guionistas aprovechan para introducir a Walter Taffet (Jefferson Mays) para investigar la situación y hablar con los sospechosos. Martha se dará cuenta de que Walter es Clark. Es decir, Clark no existe pero la vuelta de tuerca viene propiciada porque la secretaria de Gaad —y activo vital con el KGB— desea mantener la farsa y su matrimonio. Los problemas crecen y e incluso Stan comienza a sospechar de su compañera gracias a su sexto sentido. Finalmente parece que está todo perdido y Clark y su mítica peluca desaparecen para revelar a Philip en “I Am Abassin Zadran” (3x12). Philip acaba asesinando a uno de los compañeros de Martha para inculparlo y finge su suicidio. Deja una nota en su ordenador «No he tenido elección. Lo siento». Esa secuencia simplifica gran parte tanto de la calidad de escritura de los guiones como de la propia asimilación de los conflictos en el lenguaje audiovisual. Philip habla realmente de él a través de su víctima, se disculpa ante un crimen del que hablará con su esposa en el último suspiro de la temporada. En esa habitación todo lo recordaba a su hijo. La carga moral es cada vez más pesada e imposible de sobrellevar y el fin ya no se sabe si acaba justificando los medios.
“The Americans” ha ganado en esta temporada en brutalidad y contundencia. Esa maleta donde acaba Annelise nos podría recordar al final de “Henry: Retrato de un asesino”. La secuencia con ese rigor mortis y esos huesos que se van rompiendo es estremecedora y brutal. Esto nos lleva al chantaje a Yousaf Rana para tener al agente del ISI a favor de sus confabulaciones. La piezas se mueven pero no esperen misiones directas sino múltiples ramales y dependencias que se van desarrollando. Nos quedamos con el conflicto del padre y su madre por su hija y patria, por ese himno americano en “Open House” (3x03) para formular esa comunión del matrimonio. Que la muela astillada de Elizabeth sea extraída por el propio Philip, ante la imposibilidad de poder ir a un dentista por su encuentro con los agentes del FBI, remarca todo el concepto. Los primeros planos y sus miradas componen un gran mundo y sentimientos. Son ellos dos… pero también tienen dos hijos y tienen que sumar a Paige —más cercana a la iglesia— a su adiestramiento. Con una impecable puesta en escena, llegamos al bautizo de Paige como un gran conflicto ideológico para todos los personajes. Rápidamente llegamos a ese calidoscopio de identidades y vidas duplicadas. La gran pregunta del matrimonio, no obstante, sigue siendo «¿Qué vamos a hacer con Paige?» mientras las misiones se suceden aunque en esta temporada su proyección es más alargada que en entregas anteriores. Vemos las heridas del pasado de Philip y su entrenamiento sexual, contrastando con esa atracción por su esposa y los intentos de ambos por apartar de sus misiones el sexo… aunque, muchas veces, sea inevitable. Esa implicación es desarrollada por dos jóvenes con los que tienen contacto. Mientras que Elizabeth adiestra y recluta a un estudiante sudafricano recién graduado (Hans), Philip tiene que conquistar a una quinceañera (Kimberly) ya que su padre es uno de los agentes de la CIA de la división afgana.
En “Stingers” (3x10) llega el esperado giro de la temporada y Paige está harta de las mentiras de sus padres, evidentes desde su punto de vista, de esas desapariciones en cuanto suena el teléfono… Los Jennings tienen que explicar qué son a su hija y empezar a ganarse su confianza antes de que Stan o ella misma decida revelar la verdad al pastor de su iglesia. Realmente la misión de lidiar con Paige se transforma en la más complicada y difícil de todas las misiones que han llevado a cabo. Ella ya está llena a nivel ideológico y su religión dinamita cualquier posibilidad de empatía por las mentiras y profesión de sus padres. La enfermedad de la madre de Elizabeth provoca la decisión de embarcar a su hija en un viaje para conocer a su abuela, aunque toda esa trama es formulada en “March 8, 1983” (3x13). El season 3 finale funciona como un colofón a una temporada sobresaliente y redonda, donde todos los temas divisados en el arranque, “EST Men”, se convierten en auténticos huracanes. Se trata de una recapitulación, como ese encuentro entre Yousaf y Philip respecto a esa misión que involucró a los líderes muyahidines afganos y un sangriento escenario en una habitación de un hotel. El sacrificio de Annelise finalmente provocó que la CIA cancelara todo… El precio, no obstante, hace sentirse como una mierda a Philip, implicado emocionalmente también en el contexto al estar luchando en Afganistán el hijo que tuvo con Irina. “March 8, 1983” deja su propio título para marcar la fecha en la que Reagan dijo al mundo que la URSS era el foco del mal en el mundo moderno. Se trata de una gran jugada final para revelar a una Paige incapaz de mentir como sus padres, decidiendo abrazar la religión y confesando todo por teléfono al pastor Tim. El montaje y encuadres son sublimes, potenciando la tensión, y nos conducen a ese discurso tan reiterado sobre la verdad y la mentira, el bien y el mal y, en el fondo, a la absoluta hipocresía. ¿Es que no hay mayor mentira y ‘soma’ que la religión? Posiblemente la burla se encuentre en la autentica sinceridad que han encontrado Elizabeth y Philip, aquella de la que adolece la ex mujer de Stan con la que coincide en esas sesiones de grupo motivacionales. Paige es una idealista que no cree en la hipocresía del mundo que la rodea, que acabó rezando ante el encuentro con su abuela y esa única verdad que iluminó la vida pasada de su madre. Ambas están desconectadas entre sí porque Paige no alcanza a comprender ese sacrificio. Joseph Weisberg, no obstante, parece hablarnos de por qué el comunismo fracasó frente al capitalismo en ese viaje de Paige junto a su madre a Berlín Oeste. Paige no cambiaría su american-way-of-life por ese otro mundo que para ella acaba siendo otro mundo alienígena e incluso tanto las dudas de Philip Jennings como en la estrategia de Anton Baklanov inculcada a Nina existe esa revolución interna que acabó asesinando a esa otra revolución. Puede que esta tercera temporada de “The Americans” nos revele que la Guerra Fría —y, por extensión, la victoria del capitalismo frente al comunismo— realmente encontró un punto de giro sin retorno a partir del 8 de marzo de 1983.
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