“Puro Vicio”
Título original: “Inherent Vice”
Director: Paul Thomas Anderson
EEUU
2014
Sinopsis (Página Oficial):
Cuando la ex mujer del detective privado Doc Sportello se presenta repentinamente con una historia sobre su actual novio, un promotor inmobiliario multimillonario del que acaba de enamorarse, y sobre un complot de su mujer y el novio de ella para secuestrarlo y meterle en un manicomio… bueno, es fácil para ella decirlo.Son los finales de los psicodélicos 60, la paranoia domina el día y Doc sabe que «amar» es otra de esas palabras que está de moda decir, como «viaje» o «fabuloso», y que están siendo usadas excesivamente— excepto que ésta normalmente conduce a problemas. Con un reparto de personajes que incluye surfistas, estafadores, drogadictos y roqueros, un usurero homicida, detectives de la policía de Los Ángeles, un saxofonista clandestino y una misteriosa entidad conocida como Colmillo Dorado, que podría ser solo una tapadera para evadir impuestos diseñada por algunos dentistas… la obra de Thomas Pynchon es por una parte una novela negra y por otra un divertimento psicodélico.
Crítica Bastarda:
“Pozos de ambición”, “The Master” y, ahora, “Puro vicio” para terminar de condensar en esa peculiar e inabarcable trilogía gran parte de la historia de EEUU durante el Siglo XX. El capitalismo, la religión y el fin del sueño… Hemos llegado al final de esa visión… aunque nos dijeron que sería eterna. Nos sedujeron con que podríamos amar incluso al infinito, que alcanzaríamos y nos someteríamos a un inherente vicio. Nos engañaron. En realidad, hablaban de un vicio inherente, de la autodestrucción, condena y deterioro interno de cualquier objeto y entidad. Al fin y al cabo, todo sueño tiene un despertar, toda fantasía acaba, llega a su fin. No hay vuelta atrás, aunque nos neguemos a vivir en un mundo del que ya no formamos parte y rehusamos detallar. Ya no somos el narrador y voz en off, nos hemos perdido dentro de otro soliloquio. El expresionismo y el claroscuro ya son color y delirio. El último film de Paul Thomas Anderson desea integrar todos los anteriores conceptos aprovechándose de la novela homónima de Thomas Pynchon. Es el fin de una época, el funeral de un gran sueño que, en cierta medida, siempre fue una locura, un acto insano. En “Puro Vicio” ese sueño se quiebra, por momentos, en una pesadilla pero siempre mantiene la esencia de alucinación a lo largo de su metraje. Doc Sportello marca ese final de esa quimera aunque en un desesperado intento trate de mantenerlo con marihuana, pese a que ya el noir ha sido alumbrado con luces de neón.
El género siempre siguió al espectro de la justicia bajo la sombra de seres salvajes e indómitos, que marcaron su destino con grandes frases y réplicas. El tiempo acabó convirtiendo a esas entidades icónicas en dóciles animales al servicio de un nuevo perseguidor y depredador del crimen. Los 70, Nixon, el final de una era y la entrada en el policíaco, el entierro de los hippies… Los conceptos son obvios, pero en todo ese gran funeral permanece el sinsentido y descontrol de su protagonista, delegando su propia voz en off a una figura de su imaginación (Joanna Newsom) que supone un ‘sortilegio’ extrasensorial. Ese pretendido surrealismo que orbita alrededor de un personaje a la deriva, contrasta con la figura del teniente Christian ‘Bigfoot’ Bjornsen. El detective privado acabó mirando a través de la pantalla a esos iconos televisivos y protectores de la justicia, a esos nuevos animales carnívoros del marketing que dominarían el ecosistema. Doc también es amante de una asistente de fiscal (Reese Witherspoon) para remarcar ese nuevo orden y futuro del género, reciclándose en juegos de despachos, tribunales y comisarías. A Doc siempre le quedará el poder y magnetismo de la femme fatale, ese poder orgiástico de lo femenino, de esa alegoría de un amor pasado que ya prácticamente se ha esfumado… y de una pareja que nunca volverá a estar junta salvo en una fantasía.
Paul Thomas Anderson da cierta impresión de mimetismo respecto “Un largo adiós” de Robert Altman manteniendo ciertos remanentes del género y discurso sobre el que quiere articular su obra. La novela de Thomas Pynchon —ambientada en 1970 en California — ayuda a entender a ese lugar completamente desestabilizado tras el paso un año antes de Charles Manson. El ‘asesino’ del movimiento hippie acabó con todo prácticamente al siguiente verano, aunque Doc siga empeñado en vivir ese fin del sueño antes de que “Boogie Nights” revelara esa otra evolución de los placeres y nuevas utopías del pueblo norteamericano respecto a la fama como nueva droga (y quimera) de la sociedad. Paul Thomas Anderson es consciente de toda la contaminación en base a referencias culturales de su film, donde las esvásticas pueden ser divisadas como símbolos hindúes. Ese doble sentido es la perfecta síntesis del terror y la nostalgia que quiere albergar su propuesta. Llegamos al carrusel de rostros en cierto modo grotescos, a esos primeros planos de seres un tanto deformados y caricaturescos, carcomidos por una crisálida que desaparecerá pronto o les hará simplemente desaparecer en esas invisibles arenas movedizas que se tragarán todo.
Nos tenemos que guiar del difuso punto de vista de Doc Sportello, de su incapacidad para tratar la realidad en su libreta de notas, buscando una corbata que revele el icono de ese amor perdido y que dote de sentido el caos. Nos perdemos en esa trama, compuesta de tres casos, en las que varias personas desaparecen o en la que esa entidad misteriosa llamada Golden Fang (Colmillo Dorado) refleja la paranoia e imposibilidad de retratar ese mundo que Doc no alcanza a comprender. ¿Es un barco? ¿Es una extraña organización de dentistas? ¿Es un cartel de la droga? Toda esa niebla narrativa y múltiples y variopintos personajes nos conducen a la psicodelia, sintiendo que el propio Doc se pierde cada vez en ese sueño (y por momentos pesadilla) del que ya es incapaz de desadormecerse. La conclusión es que no sabemos qué nos creemos de esa irrealidad con la que nos topamos al final del túnel, con esos personajes que pierden su personalidad, que se esfuman y que finalmente vuelven a través de ese gran laberinto a una posible farsa e imposible. Tal vez sólo les quede eso, un humo que se volatiliza y se disipa para siempre antes de su definitivo despertar.
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