martes, 6 de abril de 2010

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¡Rupert, NO te necesito!

En un monólogo de “El Club de la Comedía” se citaban varios ejemplos descriptivos (aquí diré otros parecidos):

- Al pedir el Público en un quiosco te dan La Razón y los anuncios de contactos del ABC.
- Al coger un taxi le pides que te lleve a Alcobendas y te lleva a Parla (y nada de a mamarla).


Efectivamente en el monólogo se hablaba de una peluquería… donde pides una cosa y el/la peluquero/a te hace lo que le da la gana y encima tienes que pagar. Muchas que ponen a parir a otras dicen que el mayor enemigo de una mujer es su peluquera. Yo digo que el mayor enemigo de un hombre (y mío propio) es ¡la propia peluquera! No hablo de esos molestos pelitos cortos que quedan escondidos en lugares recónditos tras el corte de pelo. De esos micro-pelos que aparecen dentro de la oreja dos semanas después pese a ducharte todos los días y utilizar bastoncillos y sobre todo en lugares ocultos que no conviene nombrar. Tampoco hablo de enamorarse de la ‘barbera’ a lo biopic de Raquel Mosquera ni como sucede en “El marido de la peluquera” donde Jean Rochefort es seducido por una (la sugerente Anna Galiena). En la película de Patrice Leconte su protagonista se pregunta si debajo de la blusa lleva o no sujetador. Yo siempre me he preguntado si debajo de sus blusas, corporativas en la mayoría de los casos, llevan una motosierra con la que decapitarme en menos de cinco milisegundos. Tampoco les haría falta: sus letales tijeras y sus hábiles manos dignas de cirujanos neuronales podrían aniquilar a cualquier ser humano sin que se entere ningún colindante cliente simulando un trágico accidente laboral. La peor sensación sería ser apuñalado (o ‘atijerado’) por unas tijeras repletas de pelos… ¡de mis pelos!

Revisando los géneros turbios cinematográficos las peluquerías siempre han sido cercadas por clanes mafiosos y lugar de encuentro para cerrar negocios o tratos (también turbios). No quiero recordar alguna de las notables secuencias de “Promesas del Este” que nos brindó Cronenberg con degollamientos tijeriles-matarile-rile y mucho menos la siniestralidad musical que esconde los letales rasurados de “Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet” y sus antecedentes. Por misterios genéticos son prácticamente imberbis y la maquinilla de afeitar eléctrica obra un nuevo milagro cada día.

Pero el pelo (de la cabeza) es otra cosa... siempre he estado marcado por la miniserie “El pícaro” de Fernando Fernán-Gómez y la secuencia en la que le cortan la oreja a un cliente. Perder un miembro o parte de él puede ser un delirio de genialidad a lo Van Gogh pero me causó un gran trauma al visionar también “Terciopelo azul” y comprobar que mi vida podía depender de un simple órgano aparentemente ornamental.

Descubriendo el horror...
Por cuestiones del destino los experimentos en mi pelo fueron desastrosos: la moda de ponerse el pelo de punto en 7º de E.G.B. acabó con mi pelo laceo a lo Remedios Amaya en la votación de Eurovisión, el pelo largo se me empitona muy curvilínea-mente pareciéndome a un supuesto hijo del príncipe de Beukelaer y la Duquesa de Alba y encontrar un peinado que me puede quedar bien me ha supuesto numerosas depresiones. Elegir peluquería y peluquero sumado al terror que me produce la amputación de parte de mi cuerpo supuso que las elecciones fuesen dificultosas. No iría a esa horrible peluquería sin ninguna clase de sofisticación que aparece en la blanda “Caramel” y mucho menos a esa de “Pequeño Manhattan” donde su reducido protagonista abandona la gratuidad del corte de pelo de su madre para ver si pilla cacho con una niñata que le ignora. La cosa le sale fatal y encima tuvo que pagar el corte de pelo. La horrenda y zafia “Zohan: Licencia para peinar” me hizo desestimar mi asistencia a una peluquería con empleados de mi mismo sexo.




La verdad posiblemente sea que siempre he sido muy señorito y en mi morada venía peluquero a domicilio. Después vino su hija, también peluquera, que continuo prestando sus servicios y ahora espero que alguno de sus mocosos descendientes continué con el indudable y genuino oficio familiar. Mientras tanto tendré que seguir codeándome con la muerte prematura. ¡Rupert, no te necesito!

2 comentarios:

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      Jeje muy interesante, sobretodo las partes del Corte de pelo, continuare leyendo.

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