jueves, 22 de abril de 2010

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Radio Macuto


Spain is diferent, ¿verdad? En la reciente e imprescindible “La cinta blanca” la baronesa le suelta a su marido antes de abandonarle:

«Me voy para que los niños no crezcan en ambientes dominados por la maldad, envidia, indiferencia y brutalidad. […] Me siento enferma y cansada de persecuciones, traiciones y actos perversos de venganza.»
Yo pensaba que se refería a España en vez a esa Alemania pre-nazista y posiblemente cada vez uno entienda el fervor popular a saber y conocer todos los detalles de las personas que le rodean o seres creados por ese ectoplasma mundano llamado televisión. Al barón poco le importa lo que espeta su mujer. Simplemente desea que su virilidad no quede encubierta por una cornamenta. 


Hace algunos años tuve la oportunidad de ir a Berlín y me sorprendió ver que sus ventanas y vidas apenas eran cubiertas por cortinas que dejaban entrever sus existencias privadas. El gesto, acostumbrados a nuestra sociedad españolizada, chocaba de lleno con las tesis de hurgar en las vidas de los demás y velar escrupulosamente con las nuestras por el qué dirán. El profesor de alemán que nos acompañaba me indicó que ese gesto era simplemente para despreciar al mirón: “me importa poco o nada que me mires”. Nadie de allí miraba esas ventanas de ‘puertas abiertas’ y a sus transparentes habitantes salvo nosotros, los españoles.

La tergiversación de la realidad siempre ha sido objeto de debate y estudio: el juego del teléfono escacharrado es la vida misma en cualquier ámbito. Donde dije digo, digo Diego. Es extraño que la foto-memoria de ciertas personas incluya aquellos momentos más turbios de la vida de los demás para olvidar con casi total probabilidad la miseria y la amargura de las suyas.

Reflejar la fealdad como acto de humillación público es la peor insignia de un ser humano y sobre todo si se habla sin conocer.

Estamos acostumbrados a verlo en los programas de corazón pero al resto de los mortales no nos pagan porque nos vilipendien diariamente o en ocasiones en las que a alguien le parece. Todo lo anterior no va más allá de un simple decálogo personal y principios básicos del buen sufridor para desahogarse y sufrir menos en la que también podría ser una ínfima, mísera y amaragada existencia.

Es complicado sobrevivir a las pregoneras, porteras, teléfonos escacharrados, radios macutos y letales lenguas de tertulianas sin ánimo de lucro y con afán de joder. Lo mejor es ignorarlas, dice un tal Diego. Yo le digo que les dije digo.

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