martes, 30 de diciembre de 2014

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Las mejores películas de 2014


Lo reconozco, no he visto los cerca de 440 estrenos en salas comerciales españolas a lo largo de 2014. Se pudiera incluso afirmar que pocas personas hayan podido realizar semejante gesta alejada de cualquier mortal. Y si todavía fuéramos más lejos, encontraríamos un paupérrimo porcentaje de medios cuyos redactores y colaboradores al completo sumaran la totalidad de la cifra en cuestión. Prácticamente nadie ha consumado la suma pero, al final del año, todo el mundo opina sobre la misma. Y no es cuestión de hipocresía o narcisismo sino de simple filosofía cinéfila y también matemáticas. Si usted examina los títulos lista por lista bajo el enunciado de «Lo mejor de 2014» y elimina los films mainstream señalados en el calendario comercial o aquellos que dejaron huella dentro de los márgenes del box office o taquilla nacional, comprobará que la cifra cae en picado. La caída es completa si descarta los films que fueron nominados/premiados en los pasados (y futuros) premios más mediáticos como Globos de Oro y Oscars (y Goyas). Y, finalmente, si fulmina toda película que pasara por un festival de categoría ‘A’ y/o nacional, verá que la lista dejó de ser lista y quedó en una enumeración tan mínima que convertirá esos 440 estrenos en prácticamente nada. Resumamos el experimento en que, en realidad, todas las listas engendran unos 50 títulos aproximadamente replicados por la comunidad cinéfila sobre variaciones Dolan/Nolan/Godard a convicción. Como esto no es un registro de «las películas que no debiste perderte en 2014» sino de aquellas 10 que personalmente me han gustado más, es hora de condesar la opinión con el análisis y los olvidos, ya que puedo aseverar que por mis retinas sí pasaron el 90% de esas cintas renombradas en otras listas —y me queda ese 10% por descubrir—. He aquí aquellas mejores películas de 2014 para bastardo servidor:

10. Lucy
(Luc Besson, Francia — 2014)

Si quiere disfrutar de “Lucy”, olvídese de las matemáticas, aparte cualquier concepto lógico de su mente y abrace la descarada, profusa y (des)cerebral propuesta de Luc Besson. El director de “El gran azul” desea desligarse de la condición elemental del mainstream sumando sus variables pero obteniendo un resultado conceptual. La máscara autoral le sirve como mera pantalla para que el espectador pronostique un resultado exacto, como si la propia necesidad y condición de la audiencia dictaminara la exactitud de cualquier blockbuster. En realidad, estamos ante la recreación de la filmografía del director para adaptarse a sus superheróinas y el fetichismo mortífero que desprenden, sumiéndose en el exceso y el extremismo científico, en la teoría calificada como paradójica e inadmisible y subyugarla como única verdad. He ahí la tesis del cine y el tiempo, de la mentira y la trascendencia, del film como producto y espejo de las necesidades de su propia audiencia y consumidores. Toda esa gran burla que es “Lucy” queda como un acto metafísico de ambición y supervivencia, de pura inmortalidad fílmica, donde Scarlett Johansson quiere ser la nueva Diosa capaz de estar en todas partes en distintos tiempos. Nada es relativo en el cine comercial.

9. Ida
(Pawel Pawlikowski, Polonia — 2013)

He aquí una película sobre la pureza del contraplano y la fe del espectador, en el que somos nosotros aquellos que rellenamos los huecos de la narración por la propia experiencia, en el que sometemos a los personajes a nuestro propio interrogatorio. La confesión lleva al perdón y todo ese matiz religioso provoca que Pawel Pawlikowski se centre en una monja y su viaje a través de su pasado y las heridas de la Segunda Guerra Mundial. La nostalgia, el blanco y negro, la pasión y el dolor que encierra sus personajes son suficientes engranajes narrativos para hacer avanzar una historia transparente condenada a encontrarse con la verdad. Es evidente que la estética de “Ida”, triunfadora de los Premios del Cine Europeo, nos remite a Rossellini o Bergman. Hay, no obstante, mucho más detrás de la cortina y la ironía con la que se enmascara y revuelve la película en ese tejido fílmico delicado, que no desea ser intrusivo con la historia que cuenta, protegido por una atemporalidad cuidada y significativa. Se trata de un retrato sobre la identidad y la pérdida de la misma, de ese blanco y negro finalmente acaba cubierto con una niebla que lo convierte en un inolvidable gris.

(Wong Kar-wai, Hong Kong — 2013)

“The Grandmaster” no solamente quiere centrarse en la figura de Ip Man sino en la de los otros grandes maestros que perecieron en la memoria, junto a su arte, en la invasión de los japoneses. Wong Kar-Wai se ha topado con los mismos problemas narrativos que la cinta de Wilson Yip: la historia de Ip Man es tan amplia que el uso de elipsis y necesarios textos explicativos, que fueron el subtítulo al contexto histórico, pudieran dispersar el poder dramático. El director de “Fallen Angels” ha estructurado la obra en un cuento de cuatro estaciones pero sin orden cronológico. Los pequeños detalles, la cámara lenta y el folclore —como organigrama de que la vida es como una obra de teatro— empapan a “The Grandmaster” en los márgenes de la épica y la historia incontable (e intangible) de amor entre la estática de la leyenda. La melancolía y la compasión se difuminan con el sentido del espectáculo en ese anhelo final sobre los lamentos por los actos pasados. Todo se reduce a la poesía de la desaparición, como una gran y mayestática coreografía cinematográfica de artes marciales; aunque repitas el movimiento, el tiempo habrá pasado.

(Joel Coen y Ethan Coen, EEUU — 2013)

La película se convierte en una canción repleta de sentimiento, ironía y desventura encapsulada sobre líneas y más líneas circulares, sobre un gran telón negro que acaba siendo un vinilo con la portada de la vida soñada del protagonista. “A propósito de Llewyn Davis” es el futuro para acabar con todas las toneladas de mala suerte y negror en surcos. El destino de la desgracia está grabado y mezclado, estampado en una sola cara y es el patrón de cada día de adversidad. ¿Conseguirá Llewyn Davis escapar de su propio disco, vida y película? ¿Logrará expulsar todo ese sentimiento pulido milimétricamente en líneas circulares? Los hermanos Coen son esa afilada aguja suspendida sobre la que pasa un guión hecho vinilo y canción, en la que todo aquello que es la vida gira todavía en un lugar a determinar. No hay ninguna concesión emocional en ese punto muerto en el que estará atascado perpetuamente su antihéroe, como si toda la cinta fuera consciente de ser ese vinilo que se repetirá una y otra vez. Como si la vida y muerte fueran las dos caras del mismo disco, de esa melancólica, carretera sin ruta y, en definitiva, canción de folk.

(Martin Scorsese, EEUU — 2013)

El dinero es la mayor de las religiones de la era moderna pero pocas películas habían entablado el correcto diálogo entre la fe y la codicia, entre el sistema capitalista y la creencia en el poder de la riqueza. Martin Scorsese y Terence Winter se han vuelto a aliar para narrar la vida, obra y milagros de Jordan Belfort, que sobreviviendo a la crisis bursátil del 87 y al nefasto ‘Lunes Negro’, se reinventó reclutando a vendedores de marihuana que actuarían como su Apóstoles, construyendo su propio imperio entre pensamientos, voces en off y siendo el dinero como la fe de una nueva religión. No existe nada gratuito en ese carrusel de citas y excesos donde la obscenidad toma el control desde su propia perspectiva. Belfort forma desde su púlpito una legión de sectarios en esa iglesia de mentiras, donde las acciones son polvo de hadas, ese ‘fugazi’ capaz de seducir a cualquier ser humano que desea hacerse rico. Como en todo culto, habita el pecado. El de Belfort fue su coherencia sobre su propia religión, creyéndose su mentira. “El lobo de Wall street” formaliza una contundente y afilada moraleja: queramos o no, somos parte del público y congregación.

(Carlos Vermut, España — 2014)

En “Magical Girl” la última pieza del puzle es la propia percepción del espectador, ese elemento volátil sumido a la conveniente imaginación, a esa oscuridad que cada uno aporta a su propia fantasía o temor. Carlos Vermut traza un contrapunto de comedia negra, de chiste adecuado a la propia historia que está contando para ironizar una representación castiza desde una perspectiva plana, sin caricaturizar ni sugerir ningún tipo de hipérbole, atando los guiños de la narración y todo el simbolismo cotidiano y nacional a los propios conflictos y emociones de sus personajes. Adentrándose en la iconografía manga, como elemento de contraste, florece un reflejo, brillo y ruptura con la suciedad tanto moral y atmosférica que rodea a los personajes. Algo tan simple como una cadena de chantajes marcada por la obsesión, provoca que el puzle narrativo tenga que ser rellenado por el espectador. Ese mundo, demonio y carne suponen un matiz y guía para quedar atrapados junto a esos protagonistas dentro de una oscura espiral de perdición alrededor de un vestido icónico y el desasosiego de descubrir qué se esconde detrás de la puerta del lagarto. Nuestra propia imaginación es, en realidad, la última pieza de este sobresaliente puzle.

(Wes Anderson, EEUU — 2014)

Wes Anderson viaja a Europa junto a una maleta cargada de postales, libros e imaginación, desligándose del doble cruce al pasado propiciado por las oscarizadas “The Artist y La invención de Hugo. Los cineastas clásicos americanos siempre han fantaseado con universos europeos propiciados por la Segunda Guerra Mundial y el inherente establecido con los primeros pasos de Erich von Stroheim o Charles Chaplin. La migración de cineastas provocada dentro de ese periodo de entreguerras, que convulsionó el viejo continente, ejerce de columna de la propia historia interna de la película. Precisamente podríamos entender “El Gran Dictador”, como ese film bisagra —basculando también entre Lubitsch y Hitchcock— sobre el que parece concretar el director un mundo imaginario, y, por supuesto, europeo. Viajamos a Zubrowka —a través de maquetas, superposiciones y escenografías pintadas a mano a lo Karel Zeman— para que un gran pastel hecho hotel corone su reino. Atravesamos la deformación y la referencia sin poder confirmar si estamos ante Dickens dibujado por Hergé o ante Stefan Zweig narrado por el imaginario del autor de “Life Aquatic”. Todo juego de referencias e imágenes subyacentes forman parte de ese museo cinematográfico que propone el cineasta con inconfundible aroma de L’Air de Panache.

(Hayao Miyazak, Japón — 2013)

Hayao Miyazaki deliberada o inconscientemente ha preferido dejarnos como ‘testamento cinematográfico’ la historia de un soñador, desligándose en apariencia de la fantasía predecesora que emana de su filmografía y centrándose en los mecanismos oníricos que impulsan los sueños de todo creador. “El viento se levanta” emerge como una película vital colmada de valores universales desde el prisma que le permite su oscilación biográfica, el material de Tatsuo Hori y de una labrada sensación orgánica que hace vibrar el conjunto. Miyazaki se mueve libre y transparente como el viento en el material sin querer posicionarse, como un espectador que desea ensamblar la historia de Jiro Horikoshi (y por extensión de Gianni Caproni) a través de un manto onírico que instaure el fondo de su película y una concesión y elemento fantasioso (que no fantástico). Los sueños quedan impregnados de una maldición y debemos tratar de vivir pero también necesitamos seguir soñando. No es que el sueño sea vida para Miyazaki aunque sí para el diseñador del caza ‘Zero’, un sueño con inspiración etérea y carnal. Cuanto más cerca se encuentra de completarlo, más impalpable y fantasmal se vuelve la presencia de su musa, inspiración y, en realidad, viento.

(Richard Linklater, EEUU — 2014)

Deje de mirar esas nubes donde la crítica norteamericana e internacional ha situado “Boyhood (Momentos de una vida)”, céntrese en usted mismo y analice las sensaciones y emociones que le ha dejado el film Richard Linklater. La tesis cinematográfica que plantea el director es concebir una gran cápsula del tiempo donde convivan tanto su propia obra como la vida en sí misma y ese eterno devenir y ciclo vital que establecemos con nuestra existencia. Inmersos en ese receptáculo nos topamos con dos líneas narrativas/psicológicas que el propio autor nos revela y sobre las que se concentra su obra: la teoría del apego de John Bowlby y los estímulos-respuesta involuntarios y condicionados de Pávlov. En “Boyhood” uno puede quedarse con sus imperfecciones, con sus clichés… pero acabará en su propio reflejo, nuestra propia y pasada evolución con la melodía a modo de gran mosaico con la que se refuerza el film. Somos, en resumen, la arcilla moldeada por el contexto. Y, en todo ese gran mural, nos encontramos también dentro de esa cápsula del tiempo donde todo gira alrededor de cómo sintetizamos la cultura y la asimilamos para que también nos guíe y forme. Queramos o no, nosotros también somos parte de la película.

1. Her
(Spike Jonze, EEUU — 2013)

La carta de amor al cine de Spike Jonze se convierte en la de la propia audiencia y remitente, donde el papel y la tinta son viejos conocidos. No importa la estructura clásica de la película romántica ni que el material y base puedan parecer rutinarios, superfluos o previsibles. Todos conocemos que el amor no puede reinventarse, pese a ser abstracto e invisible, y “Her” forma parte del reflejo de amar a un sueño… como en “Vértigo”, como en “Laura”, como en esta joya cinematográfica que no habla de la soledad sino de asimilar la ruptura. Esa dificultad que tenemos de superar el adiós y la facilidad para aislarnos en la depresión —pese a estar rodeados del más resplandeciente e ideal mundo— es una simple premisa para reflejar aquello que somos: seres que enmascaramos nuestra simpleza en capas de complejidad para eludir nuestras incapacidades y frustraciones. La tecnología se ha convertido en una vía de escape para evitar interactuar con el mundo real y Jonze confecciona una bellísima fábula que esconde una maliciosa y perversa historia de amor. Debido a nuestra limitada capacidad racional no podemos entender a Samantha; somos humanos y nos quedamos al lado de Theodore. Somos, en realidad, demasiados diminutos para entender una película tan inmensa como “Her”, que esconde más de mil historias de amor procesadas al mismo tiempo y una reflexión filosófica sobre la vida dentro de un subtexto virtual que nunca conoceremos. El film es esa luz que nos golpea y nos despierta, que nos estimula a aventurarnos en nuevas historias que se proyectan ante nuestros ojos, que nos hipnotiza para que volvamos a reproducir otra canción melancólica. Y “Her” siempre será esa eterna canción.


2014 ha sido un notable año de estrenos con el que se pudiera confeccionar otro top 10 alternativo en el que incluiría otras cintas que me deleitaron y con las que seguiría excluyendo otras. “Un toque de violencia”, “Coherence”, “Jauja”, “Sólo los amantes sobreviven”, “Nebraska”, “La LEGO película”, “Nymphomaniac: Volumen 2”, “Perdida”, “Enemy” y “El congreso” completarían esas otras diez menciones especiales y exclusiones por la limitación impuesta.

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2 comentarios:

  1. Muy buenas,
    Te ha salido una lista muy de 2013, supongo que será porque la mayoría de esas películas fueron estrenadas (como es el caso de 'her') entrado el 2014. Aún así, muy buena lista y esperemos que el 2015 nos dé más y mejor cine. Por último, ¿Qué te parecieron 'La isla mínima' y 'Relatos salvajes'?
    Un saludo y feliz año!!

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  2. Se nota tu "toque" de autor. Me quedo con prácticamente todas.
    feliz año!!!

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