sábado, 14 de febrero de 2015

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Ida: La pureza del contraplano y la fe del espectador

“Ida”
Director: Pawel Pawlikowski
Polonia
2013

Sinopsis (Página Oficial):

Anna es una joven novicia que, en la Polonia de 1960, y a punto de tomar sus votos como monja, descubre un oscuro secreto de familia que data de la terrible época de la ocupación nazi. Polonia 1962. Anna es una guapa jovencita de 18 años, que se prepara para convertirse en monja en el convento donde ha vivido desde que quedó huérfana de niña., pero pronto descubre que tiene una pariente viva que tiene que visitar antes de tomar los votos, la hermana de su madre, Wanda. Ambas se embarcan juntas en un viaje de descubrimiento sobre ellas mismas y de su pasado común. Anna descubre que su tía no sólo es una antigua abogada del Estado comunista, conocida por sentenciar a sacerdotes y a otras personas a muerte, sino que además es judía. Descubre así que ella también es judía y que su verdadero nombre es Ida. Esta revelación hace que Anna, ahora Ida, inicie un viaje para descubrir sus raíces y para enfrentarse a la realidad sobre su familia. Ida debe elegir entre su identidad natal y la religión que le salvó de las masacres de la ocupación nazi de Polonia. Y Wanda debe enfrentarse a decisiones que tomó durante la Guerra, cuando eligió la fidelidad a la causa antes que la familia. Escrita por Paweł Pawlikowski y Rebecca Lenkiewicz, y dirigida por Pawlikowski, la película está protagonizada por Agata Trzebuchowska como Ida. 

Crítica Bastarda:

He aquí una película sobre la pureza del contraplano y la fe del espectador, en el que somos nosotros aquellos que rellenamos los huecos de la narración por la propia experiencia, en el que sometemos a los personajes a nuestro propio interrogatorio. La confesión lleva al perdón y todo ese matiz religioso provoca que Pawel Pawlikowski se centre en una monja y su viaje a través de su pasado y las heridas de la Segunda Guerra Mundial. La nostalgia, el blanco y negro, la pasión y el dolor que encierra un personaje como Wanda, son suficientes engranajes narrativos para hacer avanzar una historia transparente condenada a encontrarse con la verdad. Los personajes de Wanda y Anna forman una especie de espejo y separación frente al encuentro con la revelación que tratan de encontrar. Ambas van a ser asoladas para la manifestación del pasado y discernir el destino de sus familiares cercanos. 


Anna encuentra en ese lugar oculto de la memoria otro reverso para ser otra persona, para soñar con una realidad alternativa en la que una niña judía llamada Ida no quedó huérfana y al servicio de Dios. Es evidente que la estética del film, triunfadora de los Premios del Cine Europeo, nos remite a Rossellini o Bergman, a ese propio pasado para dibujar un nuevo presente que no es el que nos pertenece. Ciertamente el gran mérito de “Ida” es tratar de gestar un film sobre el Holocausto desviándose del camino, haciendo partícipe únicamente al espectador a través de su propia memoria. Puede que veamos a Ida como un personaje atrapado en un extraño y siniestro cuento de hadas, deambulando sobre su optimismo en la vida y en las otras personas, la capacidad de perdonar. Por el contrario, Wanda ha utilizado el poder como venganza y política del terror, como modo de tratar de sobrellevar ese abismal vacío que la condena a una vida que en los 62 pudiéramos considerar de una mujer de mala vida y virtud. 


Hay mucho más detrás de la cortina y la ironía con la que se enmascara y revuelve “Ida” —una judía a punto de hacerse monja, una juez autodestructiva que no sigue las leyes— es el camino intenso y de ascetismo formal. En ese tejido fílmico delicado, que no desea ser intrusivo con la historia que cuenta, protegido por una atemporalidad cuidada y significativa. Se trata de un retrato sobre la identidad y la pérdida de la misma, sobre el peligro de descubrirse a sí mismo y la necesidad (e imposibilidad) de escapar del pasado cuando no existe un nuevo futuro. Queda esa esperanza de esa doble vida, de ese tiempo posterior e historia de amor con un saxofonista como parte de otra luz que ese personaje no desea recorrer. No hay otro camino salvo el de la propia oscuridad. “Ida” emplea su forma y puesta en escena austera para hacer transparente el fondo, porque el blanco y negro finalmente acaba cubierto con una niebla que lo hace gris.

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