“Blue Jasmine”
Director: Woody Allen
EEUU
2013
Sinopsis (Oficial):
Cuando su vida entera se desmorona, incluyendo su matrimonio con Hal (Alec Baldwin), un adinerado hombre de negocios, la elegante Jasmine (Cate Blanchett), conocida personalidad de la alta sociedad de Nueva York, se muda al modesto apartamento de su hermana Ginger (Sally Hawkins) en San Francisco para intentar recuperarse y recomponer su vida.
He aquí la historia de una mujer que habla sola,
y se cuenta a sí misma su vida.
Da lo mismo que seas su acompañante,
porque serás otro pasajero…
que dejará ese avión a la deriva,
repleto traumas y turbulencias emocionales…
Una vez que tome tierra, una vez que se asiente…
una última vez que se transforme en estatua.
He aquí la historia de una estatua atada a un bolso,
a un bolso más caro que todo a su alrededor.
Un bolso que habla a través de ella,
que esconde la terrible verdad de la que huye,
que guarda la medicina para evadirse de la realidad,
que caerá al vacío cuando sea abandonada por amor.
Una vez que tome tierra, una vez que se asiente…
una última vez que se transforme en estatua.
El bolso, un Birkin de Hermès, marcó a la película de Woody Allen y se convirtió en otro protagonista, ya sea por su caché (valía más que todo el presupuesto de vestuario del film) como por su propia identificación como apéndice de esa sobrenatural Cate Blanchett. La actriz australiana se llevó prácticamente ¿todos? los premios interpretativos del año. El sufrido bolso de firma también merecía un Oscar. O dos. “Blue Jasmine” tiene tantas capas como ese estilismo que forma un icono dentro de nuestra sociedad, esa marca clasista que no deja de ser parte de ese condimento entre Chanel, Fendi, Carolina Herrera, Louis Vuitton, Alberta Ferretti… Toda esa pasarela ostentosa nos da una visión del antes y el después de una mujer aferrada a sí misma y a sus propios remordimientos, pero también nos recalca que esas carísimas prendas de vestir condicionan a otros a opinar sobre un personaje condenado a ser una estatua. Tal vez sea el motivo por el que Woody Allen quiera introducirnos en esa sociedad que encasilla a las personas por sus prendas y pertenencias, que señala con el dedo y tacón, que destruye y construye como esa mujer… aunque todo sea una mentira, una farsa que esa estatua vestida de Chanel se contará una y otra vez a sí misma como única vía de escape.
Nosotros somos parte de esa chaqueta y sus ecos emocionales de la mejor vida posible en Upper East Side, porque ciertamente es el espejismo del sueño de nuestro sistema y población: ser una prenda costosa y elegante, simple tela moldeable en un cuerpo perfecto, simple pose y percha, simple estatua de/para/por la sociedad. Pero he aquí la historia de esa mujer que llegó a su terminal situación por su propio pie y tacones, que decidió lanzarse al vacío (por amor) para acabar convertida en una calamidad que balbucea, se queja, se aprisiona, que decide seguir los pasos de esa clase elitista de la que una vez formó parte. Es hora de regresar antes de que se le acaben las píldoras o muera por su ansiedad. Es hora de olvidar el pasado y soterrarlo gracias al vodka. Es hora de mentir, de aferrarse desesperadamente sobre el bolso de Birkin y escudo en mano. Es hora antes de la propia redundancia, de que sea la hora de convertirse en estatua, de ver a aquella mujer hablar sola en un parque, contarse una y otra vez su historia, de escuchar su insostenible compañía. Porque finalmente esa mujer al borde de la inestabilidad mental y paralizada por sus pecados y recuerdos de un tiempo mejor ya no es sólo una estatura sino un fantasma de una hipócrita sociedad, un eco del camino al infierno marcado por una chaqueta de punto, pelo recogido y sudor que se funde en su propia alma.
No es un tremendista drama, porque hay calado, punto e irónico y sostenido humor con una recalada moraleja. Al menos —y ante tanto dolor, pastillas, alcohol y lágrimas— siempre nos quedará una chaqueta de Chanel.
No es un tremendista drama, porque hay calado, punto e irónico y sostenido humor con una recalada moraleja. Al menos —y ante tanto dolor, pastillas, alcohol y lágrimas— siempre nos quedará una chaqueta de Chanel.
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