“St. Vincent”
Director: Theodore Melfi
EEUU
2014
Sinopsis (Página Oficial):
Maggie (Melissa McCarthy) es una madre separada que se muda a Brooklyn con su hijo de doce años, Oliver (Jaeden Lieberher). Al tener que trabajar muchas horas, no le queda más opción que dejar a Oliver al cargo de su nuevo vecino, Vincent (Bill Murray), un jubilado cascarrabias aficionado al alcohol y a las apuestas. Pronto, una peculiar amistad florece entre esta improbable pareja. Junto a una stripper embarazada llamada Daka (Naomi Watts), Vincent conduce a Oliver por todas las paradas que conforman su rutina diaria: las carreras de caballos, el club de striptease, y su bar habitual. Pero mientras Vincent cree que ayuda a Oliver a hacerse un hombre, Oliver comienza a ver en Vincent algo que nadie más ve: Un hombre incomprendido de buen corazón.
He aquí (otra) nueva película de viejo gruñón y cascarrabias con niño buscando una emotiva redención. Pueden añadir “St. Vincent” de Theodore Melfi a esa interminable lista de títulos que les convierte en expertos en la materia pero también, por el contrario, en víctimas potenciales… porque he aquí los aciertos y peliagudos momentos de una propuesta enmarcada en ese gran corazón que late, palpita y recorre toda la vitalidad de una cinta dependiente de la sangre que proporciona Bill Murray. Sus créditos finales son el resumen y la perspectiva de un film que nos regala una gran interpretación del actor moldeada sobre ‘Shelter From The Storm’ de Bob Dylan. Da lo mismo que destroce las consagradas palabras del cantautor de Duluth porque Vincent (Murray) es un santo desde el título a los títulos pese a que estemos pisando una tierra demasiado árida, tan polvorienta que ningún manantial de agua podrá saciar ni hacer emerger un brote de hierba. Nos queda esperar el milagro, el corazón, la actitud y todo el discurso de ese personaje principal en el que hace hincapié nuestro ‘Vicente’, conquistador y seductor por antonomasia. No conocemos a Vincent pero The Weinstein Company lo va a santificar en esta película gracias a un niño que también tiene que ajustarse a un difícil y para nada optimista mundo.
El público siempre tiene la razón porque nos hallamos ante un film que se convirtió en una de las favoritas para los espectadores del Festival de Toronto y que ha encontrado esa vía para conseguir un par de nominaciones a los Globos de Oro (Mejor película de comedia y actor). Naomi Watts también ha contado para el Sindicato de Actores y Melissa McCartney ofrece un reverso más melodramático a esa conexión soltando barbaridades improvisadas en “Si fuera fácil” de Judd Apatow, que pudiéramos establecer en esa secuencia en el despacho de un director de un colegio. Da lo mismo que a Chris O’Dowd le quede bien el alzacuellos porque en este film el protagonista y santificado personaje es Vincent McKenna, que se esfuerza por ser una mueca, un chiste sin gracia y rostro de una tragedia andante. Se trata de un agujero negro emocional que pasa sus días bebiendo y apostando… si es que le queda algo por perder. Su personaje va a ser golpeado reiteradamente en “St. Vincent” pero siempre conseguirá ponerse en pie, víctima de su condición de eterno mártir y abocado a juntarse con otros perdedores que huyen de su pasado y sueñan con un futuro esquivo. En realidad, la suma de clichés y estereotipos es una simple excusa para ver en acción a ese santo que ciertamente da una posibilidad al resto de personajes que quedan atados a ese rácano solitario que vive con su gato y su humor sardónico, con esa caricatura consciente de encerrar una sensibilidad que desea ocultar al mundo. Guarden sus pañuelos inmaculados para el final…
A nadie le va a sorprender lo que ocurre en la cinta de Theodore Melfi ni que el destino de ese nuevo y pequeño vecino se cruce con el suyo para revelar un espejo y redención. La sensibilidad no está en esa trillada premisa, ni en esos personajes tan oxidados y desgastados como esa interminable lista de títulos de viejo gruñón y cascarrabias con niño. Somos conocedores de cada punto de giro, de cada trampa para hacernos simpatizar con ese grupo de perdedores y de cualquier línea argumental que posibilite la liberación emocional tanto de los personajes como del espectador. Somos conscientes, inclusive, de que con semejante planteamiento hasta Freddy Krueger es un santo al servicio de la sociedad y un incomprendido con un gran corazón. La credencial de su mensaje, evidentemente, está tan pulverizada como esa médula que encuentra su sangre y motor en Bill Murray y su actuación. Él es el santo y el reclamo para mantener la fe, para que nos quedemos con su presencia refugiándonos de esa gran tormenta que es la vida, para que saboreemos ‘Shelter From The Storm’ de Bob Dylan sin importar la forma y salvaguardemos el fondo. Emociónese, pues, si sigue creyendo en los santos y estas películas al servicio del propio público y feligreses. Alabado sea Murray. Alabado sea Dylan.
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