Serie de TV
“The Crown”
Reino Unido / EEUU
2016
Sinopsis (Página Oficial):
Drama sobre las rivalidades políticas y los romances acaecidos durante el reinado de Isabel II, así como de los eventos que moldearían la segunda mitad del siglo XX.
La monarquía es la misión de Dios para glorificar y dignificar la Tierra, para darle a la gente corriente un ideal por el que luchar; un ejemplo de nobleza que les haga trascender su miserable vida. La monarquía es una llamada de Dios. Por eso se te corona en una abadía, no en un edificio del gobierno. Es una unción, no un nombramiento. Es un arzobispo el que te pone la corona, no un ministro ni un funcionario. Lo que significa que tienes que responder a Dios en tu deber, no ante el público.
Solamente Peter Morgan podía llevar el pulso de un titánico proyecto afín a un espíritu académico amparado en una dirección y ejecución estrictamente dramáticas, dotando de sentido televisivo (y del grandilocuencia a todos los niveles) la adaptación de su exitosa obra teatral “The Audience”. Toda la impecable carcasa que rodea a “The Crown” supone un engranaje brillante y perfectamente engrasado en pos de lo que se ha denominado uno de los espectáculos televisivos más caros de todos los tiempos. He ahí la relumbrante etiqueta y, tal vez, esa lápida sobre la que se asiente ese brillante sepulcro condenado a arrastrar a los seguidores de “Downton Abbey” y la ficción británica. Nos encontramos, además, ante la crónica de una precisión y mimo por el detalle ante esos secretos históricos que suceden de puertas para adentro a los propios historiadores, embalsamando el conjunto en esa capacidad de centrarse en un gran y copioso número de particularidades. Es obvio que nadie se puede sentirse defraudado con la capacidad de ver diez pequeñas joyas, en lo que producción se refiere, como parte de una primera temporada acompañada del beneplácito y aplauso de público y crítica. Pudiéramos recuperar la oscarizada “El discurso del rey” para trazar una línea que vinculara al personaje que interpretaron Colin Firth y Jared Harris y seguir esa senda que ofrecía la pequeña princesa Elizabeth. Era cuestión de tiempo que tuviéramos alguna clase de propuesta que ofreciera el ascenso y recreación de esa era isabelina en la que el cáncer de pulmón de Jorge VI provocó que una nueva y joven Reina de Inglaterra tuviera que tomar las riendas de su país y su propio destino. Incluso en el comienzo de “Windsor” (1x03) veremos cerrado ese círculo que bien pudiera establecerse con el film de Tom Hooper para conectar a ese padre, rey tras la abdicación de Eduardo VIII, con su hija ante un inesperada coronación. La materia prima siempre estuvo allí pero, por el contrario, nadie se había atrevido a trazar y desarrollar todo esa línea que defina un reinado que abarca tantas décadas como eventos que han definido la historia reciente de Reino Unido. “The Audience” era esa bisagra y Peter Morgan el hombre indicado.
En la serie la monarquía es divisada como esa gran estructura sobre la que se asienta el Estado Británico y una misión de Dios por parte de esa Reina que tendrá que ser una constante ante los cambios políticos que irán afectando a su país. Uno de los méritos de “The Crown” es que sin demasiados aspavientos efectistas y mínimos edulcorados condimentos dramáticos, alejados de la telenovela, Morgan consigue trasladar la recreación histórica al melodrama estilizado dotando de un sentido convincente su acercamiento. La nueva serie de Netflix no necesita un ser tren de rocambolescos puntos de giro sino que establece en su ritmo pausado en el que las tramas se van asentando sino aprovecharse de ese espíritu propiciado por Matthew Weiner en “Mad Men” para realzar el género a través de su cuidada puesta en escena y un ritmo pausado, más preocupado de centrarse en los cuidados detalles que desarrollen a sus personajes. Podemos describir a “The Crown” como elegante y académica, recreándose en el esplendor de su diseño de vestuario y escenarios para que la banda sonora de Rupert Gregson-Williams haga el resto. Pero la pregunta sigue siendo otra: ¿merece la pena o no la serie si la desquitamos de esa impecable y millonaria carcasa que la rodea? Más allá de un biopic, adaptación de una obra de teatro valiéndose como base para confeccionar algo mayor o el baile de cifras de su presupuesto, las intenciones del espectáculo pasan por trasladar al streaming más de medio siglo del reinado de Isabel II atravesando el personaje público para retratar a esas personas que formaron parte de la historia y las responsabilidades que tuvieron que tomar. Se trata de un interesante pie de página amparado en la propia ficción en la que se envuelve. A la serie de Netflix como a Peter Morgan le interesa, por lo tanto, recrearse tanto en esa vida privada de sus protagonistas como en la contracrónica de mucho de los sucesos históricos que se plasman entre los ecosistemas del Palacio de Buckingham y el número 10 de Downing Street. Esa cronología de vivencias hace hincapié en los pequeños detalles que muchas veces retratan la ficción y esos encuentros entre Isabel II con Winston Churchill (y sus sucesores) que realmente remarcaban una lucha de poder y, al mismo tiempo, una clara evolución del personaje que interpreta Claire Foy. Parte de los encantos de “The Crown” viene determinados precisamente por todas esas capas que van sirviendo de descubrimiento y progreso para la protagonista, amoldando un discurso personal e íntimo a otro externo remarcado por la propia historia.
La proyección de un drama de época parece apartar el concepto de esas odiosas comparaciones que posiblemente surjan con “Downton Abbey” cuando son producciones completamente opuestas, centrándose “The Crown” en sus aspectos políticos y monárquicos para desarrollar la dicotomía de su personaje principal. La serie se vale de sucesos históricos en su primera temporada, como la Gran Niebla de 1952 en Londres, para desarrollar a todo ese universo alrededor de Isabel II como, por ejemplo y también, la lucha de Churchill por aferrarse al poder o el papel de Reina en ese nuevo orden que trata de estabilizar a toda costa. Existe una clara conexión emocional con su padre a través de ciertos flashbacks que enmarcan y reafirman su camino, como si en cierto modo ambos compartieran una maldición tras la abdicación de Eduardo VIII del Reino Unido. Y es que la gran dicotomía que plantea la serie es la destrucción de toda esa vida personal de los monarcas (incluido el amor) en pos de ser esa estructura inflexible sobre la que crece el Estado. La propuesta de Netflix desea también plantear el influjo sobre la sociedad del cuarto poder en esos cambios y supuestos aires de renovación que vendía Isabel II aprovechándose del peso de los medios de comunicación para hacer crecer su legado y empatía con el pueblo. ¿Tienen que ser utilizados en pos del bien monárquico o revelarse como auténticamente independientes? En realidad, todo trata sobre ser un mismo y la fama/envidia que genera tal proceso, situándonos en la lucha de dos hermanas (y sus sacrificios y promesas personales) para que calidad del espectáculo establezca ese eclipse entre celebridades. El ego y el individualismo o la podredumbre no son características que pueda revelar una reina y el proceso y cara y cruz entre esas dos hermanas también determina ese concepto de maldición alrededor de Elizabeth Alexandra Mary Windsor. “The Crown” se beneficia tanto de su excelente carcasa y sus elementos característicos de la contracrónica política/personal alrededor de la reina. Esa lluvia de flashes a cámara lenta en “Orgullo y alegría (Pride & Joy)” (1x08), por ejemplo, articula la mejor versión del espectáculo cuando sus poderosas imágenes no necesitan contar con palabras esa historia. En la recta final se vislumbra ese sentimiento respecto a la dicotomía de su protagonista y las palabras que le dedica su tío ante una complicada decisión:
Somos medias personas, arrancadas de las páginas de alguna extraña mitología con nuestras dos caras humana y corona enzarzadas en una feroz guerra civil que no tiene fin y que torpedea todos nuestros actos humanos como hermano, marido, hermana, esposa, madre…
En cierto modo, todo se reduce a la lucha entre el amor y el deber… donde siempre va a ganar el deber y en el que Isabel II tiene que realizar constantes sacrificios que van aislándola de su propia familia y marido a medida que avanza su reinado. Nos olvidamos de Isabel de Windsor para que solamente quede Isabel Regina y disfrutemos de esos pequeños detalles sobre los que se recrea una producción que por su calidad y estilo está condenada a reinar en nuestras pantallas. ¿Larga vida a la nueva Reina o su tono cercano a “Mad Men”, en lo que un acercamiento a la estilización del melodrama se refiere, puede convertirla más en un carísimo gourmet para seriéfilos que en una serie popular como “Downton Abbey”? Esa otra dicotomía también queda en el aire al otro lado de ese brillo y oscuridad alrededor de Elizabeth Alexandra Mary, como si dos series se enfrentaran en un mismo espacio.
NOTA: “The Crown”, pese a que no se moja respecto a otras teorías de los historiadores respecto a personajes como Jorge VI, se disfrutaría más y mejor viéndola junto a Isabel II en la estimable compañía de sus ‘perros’ y que la Reina hiciera los comentarios y añadidos pertinentes a lo que allí se está contando…
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