sábado, 31 de agosto de 2013

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Breaking Bad: BB = WW

Serie de TV
“Breaking Bad
EEUU
2008-2013

Sinopsis (Página Oficial Canal +):

Walter es un profesor de química que vive para la enseñanza y para su familia, al que de repente le diagnostican un cáncer de pulmón letal y decide meterse en el negocio de la droga para dejar una buena situación económica a su familia. Walter no sólo ha traspasado la frontera entre el bien y el mal, sino que se ha instalado en el infierno con toda su maquinaria de producción y se mueve por él con toda naturalidad.
Ha pasado de víctima y perdedor a ser un hombre poderoso y sin escrúpulos…

Crítica Bastarda:

El inminente final de “Breaking Bad” debería funcionar como una tabla periódica y catódica, ordenando y clasificando todos los elementos expuestos a lo largo de sus fructíferas cinco temporadas pese a la huelga de guionistas que aminoró su prominente parto. La química y la ciencia y no engañan y la serie creada por obra y gracia de Vince Gilligan quiere formular el cambio de ecuación en la vida de Walter White y, por consecuencia, los conflictos morales en los que se ha ido sumergiendo hasta una completa asfixia existencial. La primera ley de Newton es también conocida como la ley de la inercia y podría resumir lo planteado en una ficción tan tarantiniana como anti-épica: el mal actuaría fuerza externa para cambiar el estado de Walter, obligándole a dejar su senda rectilínea, ese ‘breaking bad’ al que hace alusión su propio título dentro del coloquialismo del sur profundo de los Estados Unidos. Un cáncer y la futurible ruina de su familia produjeron una permuta en el álgebra vital del Señor White: su cerebro y conocimientos quedarían al servicio del mundo del crimen provocando que otro tumor creciera en su interior a límites de ‘expulsar’ un peligro y presumible mortal cáncer de pulmón. Sabíamos que la maldad puede ser una droga tan sugerente como ese poder, que acaba corrompiendo el alma, pero habita un grado de halo lamentable en el héroe/villano de la historia. No estamos ante la estilización del crimen organizado ni el lado sofisticado del consumo/tráfico de drogas sino en mundo tan cutre, polvoriento y sucio como amoral ceñido a ciertos códigos que muchas veces nos parecen ofensivos más que hipócritas. Tampoco ante un antihéroe siguiendo la estela de un sociópata en sus diferentes variaciones como Tony Soprano o Dexter Morgan, de un político opulento e insaciable con lengua afilada de oro condenado a ser un mafioso como Nucky Thompson, de los nuevos quijotes de la moralidad profesional como Will McAvoy, de un hipócrita adúltero y alcohólico como Don Draper, de las dudas morales redentoras de Nicholas Brody o del diablo con traje y corbata contoneando su grácil, aguzada y mortífera rabadilla entre despacho y despacho de Washington llamado Francis Underwood… No, Walter White (WW) juega en una liga diferente cuya capacidad empatía viene expuesta en un diálogo de la protagonista de la imprescindible My Mad Fat Diaryhacia su terapeuta: «Me gusta que seas un desastre. Es lo que te hace ser real. Como nosotros». Y WW es todo un desastre con la sublime habilidad de focalizar su inteligencia como quiebro decisivo de cada crucial partida que juega capítulo a capítulo.


Si bien el arribismo y la adicción del personaje al poder chocan directamente con sus motivaciones loables y correctas para salvaguardar el futuro de su familia, aquí llegamos a la tercera ley de Newton o la conocida ley de la acción-reacción: a cada golpe maestro que crea dar WW recibirá una reacción igual y contraria, ese ‘Breaking Bad’ (BB) y desvío de la senda establecida. La segunda temporada nos pudiera dar el alcance correcto de la implicación y rueda kármica en la que está atrapado su protagonista. A cada movimiento en el lado equivocado recibirá el impacto sobre su familia y, al mismo, tiempo cada vez que llegue más alto en la escala criminal su cáncer quedará empequeñecido por ese tumor maléfico que tiñe su alma del color más oscuro de los oscuros. Que Heisenberg sea su nombre criminal y proceda del autor del principio de incertidumbre nos deja más señas de la inteligencia que gasea la obra. Una historia, perfilada sobre una comedia negra, ácidamente concebida y deliciosamente diabólica al 99% de pureza, escrita a golpe de Bromo (roja como la sangre y volátil y densa como la ira interna de WW) y Bario (en eterno estado reactivo y con capacidad de formar incluso diamantes para gloria de la ficción televisiva del Siglo XXI llamada BB). La inteligencia en el mal siempre sorprende desde sus introducciones a sus breves créditos a vapor del C10H15N 149.24, con su receta a la vista e incesante adicción en el seriéfilo más curtido. Realmente queremos saber la ecuación que plantea “Breaking Bad” (BB) para comprender su capacidad química y orgánica en nuestro interior. ¿De verdad que BB es igual a WW? ¿No será Walter White (WW) la metáfora de carne y hueso del Wolframio? ¿De ese metal tan escaso, gris, durísimo y denso con el punto de fusión más elevado de todos? ¿De ese metal tan codiciado que es considerado por algunos como de primera necesidad para su supervivencia?


El espectador debe decidir si perdonar los terribles actos que comete WW o si al final acabará sometiéndose a una redención y venganza contra aquellos que le llevaron a una senda tan oscura y peligrosa. Pero, seamos sinceros y tan analíticos como Gustavo Fring: ¿qué hubiera pasado si Walter White admitiera su terrible destino impuesto? Él yacería bajo tierra sin conocer a su hija mientras que Jesse Pinkman le acompañaría en el cementerio de Albuquerque por una sobredosis. Seguramente su mujer Skyler habría acabado casándose con Ted Beneke y entre rejas por los delitos financieros cometidos por ambos, su cuñado Hank no hubiera sobrevivido al cártel mexicano cuando hubiera metido sus narices por medio y Walter White, Jr. y su hermana serían acogidos por su tía Marie, cuya depresión y traumas cleptómanos la llevarían al suicidio. Su familia habría caído maldita dentro de ese juego de consecuencia y efectos que un ojo de peluche siempre nos recuerda. El desesperado escape que realiza WW por intentar amarrar a su familia, con esa misma casa como metáfora de la constante, responde con la misma fuerza que su culpabilidad. Esa culpabilidad dibujada como una mosca en un híbrido de “Esperando a Godot” y “El corazón delator” de Edgar Allan Poe y con una puesta en escena vivida y recalcitrante basada en colores y el vestuario de los personajes. Todo está a la vista, parece decirnos Vince Gilligan, utilizando todos los recursos propios de la mejor economía narrativa e integrando en el relato esa unidad y explosión familiar junto al legado parental, con ese camello de poca monta y que por circunstancias del guión debería haber muerto en la primera temporada. Aaron Paul se salvó por su cara ¿bonita? Pero, ¿le auguramos el mismo futuro Jimmy Darmody para el series finale en ese enfrentamiento del pupilo díscolo y el maestro que cree saberlo todo?

Remember The Monsters?
Como muchas de las grandes ficciones televisivas a “Breaking Bad” no la quisieron en Showtime ni en la HBO, ni en TNT ni FX e incluso AMC mostró muchas reticencias sobre Bryan Cranston… pese a ser el papel de su vida y darle un reconocimiento que nadie esperaba para el encasillado padre de Malcom. Nos podemos poner muy quisquillosos porque el lado nerd de “Scarface” es demasiado tenebroso, improbable e inverosímil. Tampoco no nos creemos mucho ni a esa nueva Carmela Soprano llamada Skyler ni que no tengamos una vecina hasta pasados 57 capítulos, por ejemplo. ¿Estos tipos hacen lo que quieren y cómo quieren? ¿Nadie los ve? ¿Y qué pasó con la madre de WW? ¿O con otros familiares? ¿De verdad que no están en el limbo y muertos desde la primera temporada esperando a Jack Shephard se les una en una iglesia? Otros dirán que son simples viñetas resultonas y resultantes con típicos capos de la droga y estereotipos pasados por la sátira y la deformación, como si fuera, a veces, una caricatura de sí misma los puristas pudieran eludir el potencial de la obra de arte que yace ante sus ojos. Podemos vivir eternamente en la negación, sí… ser una Skyler o un Walter White o ceñirnos a nuestra parálisis cerebral y no enterarnos de nada tras leer un millón de spoilers… Y es que en “Breaking Bad” convive lo épico y lo abominable, lo estiloso con lo kitsch, el montaje vibrante con el aparentemente desordenado y desaliñado, lo cutre con la comedia más negra, planificada y feroz. La amoralidad y la desesperación se licuan, derriten y retroalimentan en cuento en el que su protagonista está más vivo cuando más muerto y malvado se encuentra. ¿Perro malo nunca muere? Breaking Bad es Walter White, de acuerdo, y la ecuación es tan abismalmente simple que nos asusta realmente descubrir que cualquiera pudiera ser el resultado final; y simplemente esa solución aparentemente esbozada desde lo desnudo y escueto nos hace ver que no existe igualdad, álgebra, teorema ni tabla periódica que puedan condensar y simplificar una de las grandes series de la era más dorada de la series de televisión. “Breaking Bad”, simple y resumidamente, es la metanfetamina del seriéfilo, su adicción, guilty pleasure y sobredosis.

1 comentario:

  1. Echaba de menos una reseña al estilo freak y buen rollo de 'Breaking Bad'. Me ha gustado leer tus impresiones de esta producción; una serie que seguramente se encuentre entre mis 10 favoritas de siempre, al menos, desde una perspectiva de estímulo y adicción.

    Gracias y... Un saludo!

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