jueves, 9 de julio de 2015

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Happyish: ¿Qué (coño) es la felicidad?

Serie de TV
“Happyish”
EEUU
2015

Sinopsis (Página Oficial):

Thom Payne es un hombre de 44 años cuyo mundo es arrojado al caos cuando su jefe y ‘niño prodigio’ de apenas 25 aterriza en su vida laboral, diciendo cosas como ‘digital’, ‘social’ y ‘viral’. ¿Se encuentra Thom en la necesidad de un ‘cambio de imagen’ o acaba de confirmar que tiene un ‘bajo umbral de alegría’? ¿Tal vez perseguir la felicidad es una tontería? Tal vez, después de 44 años en este planeta absurdo, conformándose con ‘algo similar a la felicidad’ es lo mejor que uno puede esperar. Mordazmente divertida y cruda, “Happyish” cuenta con un reparto estelar encabezado por Steve Coogan, Kathryn Hahn y Bradley Whitford.

Crítica Bastarda:
Este es Thomas Jefferson, el padre fundador de mi hogar adoptivo de América, que amo con todo mi corazón. Pero entonces, joder, tenía que ir y escribir esta línea: «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». La vida, de acuerdo. Libertad, entiendo el concepto básico. Pero, ¿la felicidad? Quiero decir, ¿qué coño es la felicidad? ¿Un BMW? ¿1.000 amigos en Facebook? ¿Un millón de seguidores en Twitter? Me gustaría que hubiera sido más honesto. Me gustaría que acababa de decir: «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, lo que mierda que sea». Simplemente que Tom no nos mantuviera adivinando. Adivinando, persiguiendo y fallando. ¡Vete a la mierda, Thomas Jefferson!
En los primeros capítulos de “Happyish”, nueva comedia de Showtime, la introducción y monólogo previo arremete contra uno de los padres fundadores de EEUU, contra la figura maternal e incluso Dios. La búsqueda de la felicidad puede conllevar que la ansiedad destruya todos los conceptos primordiales del ser humano. Thom y Lee Payne se enfrentan a una peculiar crisis de la mediana edad de un modo crudo, directo y sin concesiones, formulando todas las variaciones del verbo ‘to fuck’ junto a todo el elenco de estrellas de su serie. La propuesta de Shalom Auslander nos lleva a la actual tranquilidad de Woodstook y lo contrapone con las oficinas de una agencia de publicidad en Nueva York y el advenimiento del Siglo XXI de las redes sociales e internet. Ese choque generacional es obvio, partiendo de la alegría hippie en Norteamérica para someter a ese matrimonio de clase media a un conflicto existencial donde sus amistades e incluso familia se van a ver atrapados en el replanteamiento de qué es aquello que buscaban cuando mencionaban la palabra «felicidad». 


Contar con un Steve Coogan inspirado no es sinónimo de éxito e incluso cuando el guión arremete con blasfemia o un tono políticamente incorrecto sobre toda esa sátira que trata de plasmar. El problema no es ir de original con esos insertos animados —de distinta índole conceptual— sino de la propia búsqueda ególatra de su protagonista y de los mecanismos que emplea. Hemos visto dramedias recientes en HBO que retratan de manera más precisa —e incluso más divertida— todo aquello desean pulir Auslander y Coogan. Thom Payne tampoco es que nos vaya a caer demasiado simpático, estando por encima siempre de la tecnología y cualquier revolución cultural, con ciertos delirios de grandeza pseudo-intelectuales que muchas veces le conducen al cinismo… y precisamente a trabajar con su Macbook dentro de esos márgenes de cierta hipocresía. Precisamente el personaje que interpreta Coogan es el eje fundamental, el autor del discurso y gran monologuista de la existencia humana y sus miserias y leves alegrías. Él es el Dios de la narración y, como tal, hay que amarlo o renegar del mismo… o, tal vez, ignorar su propia existencia. Tal vez no se siente tan bien a “Happyish” ese espejismo de arrogancia e ingenio de su antihéroe porque no atraiga al público e incluso le resulte irritante. Planteemos que este material en manos de Louis C.K. sería mucho más preciso y desternillante al focalizar el genio y humorista sus propias desgracias y neuras sobre esa gran diana que conforma siempre su protagonista. Thom Payne siempre quiere quedar por encima y alejado del objetivo depredador del destino, como si él fuera el propio arquero y flecha y la vida de la sociedad contemporánea, el lienzo sobre el que debe clavar toda su furia. 


A “Happyish” tampoco le sientan bien sus lecciones filosóficas o, al menos, su concepto del negativismo y desesperanza. Puede que incluso se malinterpreten muchas de sus líneas más ácidas y aciertos por someter el discurso a un material grosero entre toneladas de ‘fucks’, que esa peineta con la que se finalice el monólogo introductorio parezca que va dirigida a la propia audiencia. ¿No eran mucho más completas (y geniales) las lecciones inspiradoras de ese ácido manual de auto-ayuda que suponía Wilfred? Aquí no se salva nadie, ni Dora la Exploradora ni el Holocausto, ni la religión ni los nuevos ‘somas’ de la sociedad… Todo es arriesgado en esa mezcolanza de tono agridulce con otro más violento y subversivo pero el resultado acaba siendo más vanidoso y engreído que consecuente y certero. Shalom Auslander seguramente hubiera acertado desplegando más y mejor ese otro material que contiene su show sobre un alegato en contra de la tecnología y las redes sociales, sobre esa burbuja respecto a Facebook y Twitter para proteger a la familia del intrusismo externo. Puede la explicación de que Showtime haya mantenido un proyecto tan personal y complicado como “Happyish” se deba a la memoria de Philip Seymour Hoffman. El fallecido e inolvidable actor rodó el piloto original siendo Coogan alistado para sustituirle en esta dramedia en la que el sentido de la felicidad bien pudiera ser el de los agridulces giros del destino y el propio sentido de la muerte y reencarnación del héroe anónimo y, finalmente, invisible.

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