miércoles, 24 de diciembre de 2014

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Grumpy Cat's Worst Christmas Ever: HOBRA maestra del cine navideño

“Grumpy Cat's Worst Christmas Ever”
Director: Tim Hill
EEUU
2014

Sinopsis (Página Oficial):

En “Grumpy Cat's Worst Christmas Ever”, Grumpy Cat (Gato Gruñón) es un gato solitario que vive en una tienda de mascotas de un centro comercial. ‘Ella’ siempre fue ignorada y nunca elegida por los clientes, así que la ¿linda? gatita desarrolló una visión amarga de la vida hasta que… un día durante las vacaciones, una niña de 12 años de edad, muy especial llamada Chyrstal entra en la tienda de mascotas y se enamora de Grumpy Cat. Una amistad única se forma entre las dos cuando Chyrstal descubre que es la única persona que puede escuchar esta habladora y única felina. En medio de la fiebre de vacaciones, Grumpy frustra a regañadientes el secuestro de un perro exótico carísimo egocéntrico y rescata a Chyrstal después de que el centro comercial cierre el día de Nochebuena. ¿Aprenderá Grumpy Cat el verdadero significado de la Navidad, o será, en palabras de Grumpy, ‘la peor Navidad de la historia?’…

Crítica Bastarda:

Más allá del acontecimiento internacional (e intergaláctico) que supone una película sobre Grumpy Cat, esta nueva colaboración con ese otro cyber-espacio que forma un gran agujero negro —gracias a los telefilms de Lifetime nos lleva a “Grumpy Cat's Worst Christmas Ever”. Esta maravillosa alegoría sobre la finalidad de toda entidad felina —y el desarrollo de sus semejantes y seres inferiores, como los humanos— conduce a una interpretación reflexiva y heideggeriana acerca del ser y el tiempo. La Navidad es la perfecta sinapsis para que la electricidad y la química emitan una consecuente cavilación sobre el sentido de la vida. Mediante el negativismo encolerizado en esa imposible sonrisa gatuna de Grumpy Cat, el film revela que el mal de la sociedad se encuentra en las películas navideñas de Macaulay Culkin y compañía, en ese cine infantil hipócrita de gente que sonríe simplemente por el cheque y el aguinaldo. Mediante una introspección meta-cinematográfica y nihilista, los mecanismos de esa entidad social materialista —y netamente manipuladora— provocan que la nobleza sea únicamente un sentimiento animal, con el qué exclusivamente ya pueden conectar aquellos niños que han sido rechazados por esos esquemas patriarcales de la sociedad aferrada a la popularidad, sonrisa barata y gratuita (para el selfie o el Facebook) y el dinero como forma de prostituir su ya escasa moral. 


La interpretación de Grumpy Cat se merece ganar todos los premios del año. Sus registros son claramente emocionales y generosos, visiblemente condenados a ese gran sacrificio en el que uno gato reniega de la gloria privativa, entregándose a la sociedad para satisfacer sus crisis familiares conceptualizadas en distorsiones referentes a la amplificada reflexión hermenéutica. Ya les gustaría a actores como Matthew McConaughey, Daniel Day-Lewis o Meryl Streep tener esa felina capacidad de conmover y hacer vibrar a la audiencia con un leve maullido, de seducir al mundo con esa gran versatilidad como intérprete que tiene Grumpy Cat. Ese recital hermenéutico de Grumpy se intensifica sobre un tratamiento realista del libreto de Tim Hill y Jeff Morris y la reflexión objetiva sobre la conceptualización de la apepsia fílmica nos hace llorar de alegría y emoción. Nos embarga y nos hace esperar entre nuestros derrame de lágrimas una segunda parte que complete todos esos valores y sentimientos sobre el sacrificio y la amistad. Miau. Miau. Miau. 


Desde un casting soberbio, nadie podrá superar los pilares de una hobra maestra como esta en 100 años. Perdón, 500 años. ¡Qué digo! ¡1000! El director de films filosóficos como “Hop”, “Alvin y las ladillas” y “Garfield 2”, el maestro Tim Hill, ha entendido que la pantalla pequeña debe hacerse grande en navidad, como el eco de las almas que somete su inquina a la celebración pero que, contradictoriamente, se ajuman en discrepancias y dicotomías. Aubrey Plaza estructura la voz del tiempo, el volumen de la formula atrapada en percepciones ridículas e irrisorias. Toda la masa referencial de “Grumpy Cat's Worst Christmas Ever” nos hace gruñir como metáfora de un mundo absurdo en el que los gatos tienen que lanzar pelotas de paintball, cual metralletas, e incluso conducir un coche como conexión meditabunda de las action-movies. El film es tan M-E-T-A que convierte a “Adiós al lenguaje” de Jean-Luc Godard en un episodio deDora la exploradora y se siente que Tim Hill ha articulado sobre el entretenimiento y la comedia una profunda y trascendente reflexión sobre el alma humana en la era de la tecnología, donde los MEMEs y las redes sociales dictaminan el (auto)desprecio, el sarcasmo y la moralidad de la cultura, que acaba siendo productos al servicio de una espiral clástica. Todo el espíritu navideño junto a un mensaje privativo y moral eleva el discurso de una historia sobre las peores navidades cuando el individuo (y felino -y gata en ese caso-) es arrastrado al protagonismo y exigencia de sonreír y celebrar algo que aborrece en su interior. La alegoría del devenir del (des)aliento emocional regresivo nos remite a los regalos navideños, como cuotas mainstream de sueños empaquetados, como el cine y la televisión. Como, en definitiva, Grumpy Cat. Todo es un orden y “Grumpy Cat's Worst Christmas Ever” es el caos. Nuestro caos. Miau. Miau. Miau.

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