Las ratas comienzan a abandonar el barco y el cuarto episodio de “Crematorio” comienza a dar síntomas de eje sobre el que se apoyará el resto que queda de miniserie. “La oveja negra” pone de nuevo el relieve de la novela homónima de Rafael Chirbes en unos turbios personajes y pasajes crepusculares sobre la corrupción reinante en nuestro país. La policía trabaja pero los frentes abiertos caen como columnas en un rascacielos en pleno derribo. Que se salve quién pueda porque las ratas emprenden su lento viaje al suicidio en una piscina de diseño. Cada pequeño paso emprendido en episodios anteriores parece conducir a una caja fuerte como gran misterio y enigma de toda la serie. Rubén Bertomeu es la gran oveja negra que controla todo en la sombra… y Loquillo y su tema, que no pega ni con cola (no me cansaré de decirlo), es la otra oveja negra que empaña la serie dirigida por Jorge Sánchez-Cabezudo.
Mónica quiere estabilidad y todos sabemos lo que realmente desea menos Rubén Bertomeu. Ni quiere una cuenta ni realmente desea el dinero como bien material sino el poder de controlar su vida atando la del otro al que ama. Mónica no parece interesada en mucho más sino en ser una ‘primera dama’ de la alta sociedad local y para ello hay que pasar por la vicaría. Creo que le falta una vuelta de tuerca a su personaje aunque su peso dramático parece menor que el de otros implicados que orbitan alrededor de Bertomeu. Ahora mismo su preocupación es encontrar a los asaltantes de su casa y caja fuerte. Ni siquiera en conseguir los terrenos que no quiere vender un viejo viudo senil que será ‘expulsado’ por su propia familia avariciosa. La clave y peso principal de la serie está realmente en esos documentos. Realmente Silvia no sabe lo que ha sacrificado por ella al abrir ese oscuro secreto oculto en agendas con iniciales y cantidades. No hay mucho que escarbar pero las libretas podrían caer en malas manos. Traian es la pieza para recuperar esos documentos robados… pero no debe saber que le implican.
MAL GOLPE |
En la “La oveja negra” aparecen bastantes secuencias de ‘acción’ iniciales: la prostituta favorita del Traian y su chulo son, Iriana y Yuri, son capturados en su ‘nido de amor’ cercano a Madrid y la banda que ha asaltado la casa de Rubén Bertomeu es detenida… pero por la policía. Traian parece no querer saber nada del futuro final y próximo de ‘Bonnie & Clyde’ pero sí grita a los cuatro vientos en su campo de fútbol reutilizado como pista de golf. Pese a que Rubén niega en comisaria que los documentos le pertenezcan sabe que todo ha comenzado a rodar. Esas siglas y cifras no son nada si nadie conduce o testifica. Ahí aparece de nuevo Collado, que colabora con la policía y conduce a la misma a uno de los implicados: Valentín Alonso. Comienza la caza.
LA LISTA DE LA OVEJA NEGRA |
El que una vez fue cazador vuelve al pasado y aquí aparece Teresa Bertomeu, su postración en una silla de ruedas y a ese personaje que reúne en el primer episodio a todos: Matías, el hermano muerto. Nada es lo que parece y Teresa no es la primera vez que se ha tenido que comer sus palabras. Matías era un despilfarrador y su única herencia era el vacío. Ni siquiera la finca Benalda le pertenecía ya que la compró Rubén. Silvia descubre el pastel y el motivo por el que Matías no dejó testamento: no había nada qué dejar. Todos vivían de esa oveja negra y sobre todo Matías. Nunca lo llegó a saber. Pero realmente lo que une a los personajes es la cena en la que Rubén y Mónica anunciaran su compromiso. Sin móviles y con un titiritero que mueve los hilos de todos a su antojo. Silvia parece tenerle tomada la medida: su marido tiene que pedir ayuda a su padre con un proyecto universitario y despide a Miriam y le quita el coche para que vuelva con su madre. ¿Todo resuelto? Para nada. Zarrategui se persona en la cena familiar para avisar a Rubén: van a por él. No queda tiempo y hay que destruir todas las pruebas que le pudieran incriminar. El arresto se producirá cuando otra rata quede hundida en la piscina. Llega la oscuridad.
TEMORES |
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