Serie de TV
“Twin Peaks”
EEUU
1990-1991
Sinopsis (Oficial):
Mark Frost y David Lynch, nominado al Premio de la Academia® (“Corazón Salvaje”, “Terciopelo Azul” y “El Hombre Elefante”), son los responsables de esta serie de misterio salvajemente imaginativa, repleta de humor negro, que se ha convertido en uno de los más grandes hitos de la historia de la pequeña pantalla. Tras el brutal asesinato de Laura Palmer, la próxima reina de la belleza de pueblo bulle con secretos mortales y pasteles de cereza homicidas. Luego, Cooper interpreta un sueño poco habitual sobre el asesino, se toma un té con La Dama del Aserradero, encuentra en los bosques una escena del crimen realmente macabra y se decide a resolver el misterio.
Algunas ideas llegan en forma de sueños.
El rojo es fuego y también parte de la escénica representación de un velo y telón que separa la realidad de otro mundo en el que nos vamos a adentrar de la mano de David Lynch y Mark Frost. El escenario y representación formal del rompecabezas es un bosque con nombre propio: Ghostwood. Y un espíritu maligno sin cuerpo es el principal antagonista… Hablar de “Twin Peaks” es hablar de palabras mayores dentro de la historia de la televisión, ya que abrió nuevas vías y rompió muchas de las limitaciones en la que se encontraba atrapado el formato. El Agente Especial Dale Cooper (Kyle MacLachlan) nos adelanta que para resolver el crimen deberemos descifrar el código y, por supuesto, el eje lo remarca Laura Palmer envuelta en plástico; invitándonos a descubrir quién fue el responsable de su crimen. La respuesta, no obstante, no va a ser sencilla… El fuego es el diablo que se esconde como un cobarde tras el humo escénico y Frost y Lynch insuflaron una esencia onírica y espectral en su creación sobre un entorno idílico, sereno y placentero. En ese choque de elementos, un secreto y gran pregunta tenía que ser respondida: ¿Quién mató a Laura Palmer? En realidad, ese elemento provocó que la ficción fuera todo un éxito y ascendiera rápidamente al culto por parte de la audiencia y una generación. El resto de la historia también la conocemos. Mientras el Agente Cooper se introduce en la madriguera del conejo, un mundo sombrío va tomando forma junto a los secretos que esconden los habitantes de lugar. Poco a poco, una gran perturbadora maraña va desarrollándose mientras la verdad va saliendo a flote. Sobre tal territorio surge un concepto fantasioso y paranormal y otro desarrollo concurrente que desvele que la inocencia de Laura Palmer escondía un abismo de perdición en su interior. Al otro lado del telón rojo también germina un sugerente juego de conexiones y referencias. Influenciada por una obra maestra como “Laura” de Otto Preminger, Lynch y Frost desean acariciar la posibilidad fascinante de los sueños sobre la representación en la ficción (televisiva) sin travelling que valga. Con un diario y foto como pruebas de esa réplica, “Twin Peaks” trata de rentabilizar su concepto simbólico sobre un trasfondo real entre destellos y parpadeos y acercamientos a “Rebelde sin causa” —y sus posibilidades icónicas cómicas y paródicas—. La cuestión es que Marilyn Monroe se dé la mano con el asesinato sin resolver de Hazel Drew… plastificando eternamente su recuerdo.
A través de la oscuridad del futuro pasado,
el mago anhela ver,
una posibilidad entre dos mundos:
fuego, camina conmigo.
El legado y leyenda de “Twin Peaks” también está estrechamente ligado con las imposiciones que realizó ABC y que afectaron gravemente a la serie a nivel creativo. Aunque inicialmente Lynch y Frost tuvieron una completa libertad y control sobre la primera temporada, la cadena decidió ‘normalizar’ la propuesta con veintidós episodios y obligando a los autores a desvelar la identidad del asesino de Laura Palmer. Al correr el velo, los creadores rompieron un código inquebrantable que deseaban establecer para mantener para siempre a una gallina de los huevos de oro a la que nunca ‘matarían’. A partir de ese punto sin retorno, surgieron numerosos cambios argumentales y de tono. El público no supo encajar ese acto salvo por el desinterés que despertó conocer la verdad de algo que debería haber sido un eterno macguffin para generar suspense y adicción. La pérdida de audiencia junto al protagonismo de la Guerra del Golfo fueron claves del final de una propuesta que levantó el vuelo con un arco argumental en sus seis últimos capítulos en el que la figura de un nuevo villano y nuevas tramas condujeron a la ficción a enfrentarse a su series finale dirigido por David Lynch. Más que vengarse de ABC, el director de “Terciopelo azul” quiso aportar una mayor complejidad y seguir las credenciales de las mecánicas previas de una ‘soap opera’. Con numerosos giros de guion y cliffhangers, esa entrega póstuma dejaba varias líneas narrativas abiertas pero, simultáneamente, dejando entrever que el futuro de la serie de culto volvería a reencontrarse con nuestras pantallas dentro de 25 años. Tal vez el gran mérito de “Twin Peaks” fuera crear un fenómeno alrededor de la supuesta ‘caja tonta’, provocando que la noche de los sábados en Estados Unidos se convirtiera en una reunión y celebración entre rosquillas y pastel de cerezas. En los márgenes de ese proceso de veneración, el éxito y el fracaso —a modo de una misma moneda con dos caras— nos regaló una gran serie dentro de otras series y proposiciones que bebían del formato del serial televisivo pero, no obstante, dinamitaban la lógica de sus reglas y previas convicciones. El acercamiento a un territorio dominado por lo extraño convivía simbióticamente con un alma telenovelesca, estableciendo una síntesis sobre todas las fábulas y cuentos que vienen del interior de un bosque repleto de secretos. Respecto a esos planteamientos, Frost y Lynch se encontraron la dicotomía que establecía lo intuitivo con lo absurdo y lo ilógico, topándose con descubrimientos que fueron sumando a la implícita escritura de su creación. Véase, por ejemplo, la anécdota que introdujo a Frank Silva dentro de la propia ficción para interpretar a Bob o, como colofón, el doble papel de Sheryl Lee.
En la segunda temporada de “Twin Peaks” todo se complicó pese a desarrollarse sobre arcos argumentales más manejables y breves, que encontraron su bache en su bloque central al presentar gradualmente las tramas… pese a su sobresaliente parte final alrededor de la búsqueda de The Black Lodge (La Logia Negra) junto al protagonismo de Windom Earle. En su broche y culminación, Lynch y Frost distorsionan no sólo conceptos ‘reales’ sobre los que se asentaba la ficción televisiva hasta el momento sin que, además, introducen al espectador en el desconcierto y la fantasía más onírica y pesadillesca. Podemos entender que David Lynch se ha retroalimentado del formato televisivo ya que “Twin Peaks” pudiera haber sido un largometraje, tal y como ocurrió años más tarde con David Chase con “Los Soprano”. La serialización de ambas historias engendró dos clásicos que reinventaron la televisión y la forma de escribir sus guiones. El propio Lynch reconvertiría un piloto, “Mulholland Drive”, en una de sus joyas más aclamadas para el séptimo arte en el presente siglo y, en realidad, esa serie de culto conforma un material fílmico condenado a la hipnosis entre la magistral e inolvidable banda sonora de Angelo Badalamenti. Las lechuzas no son lo que parecen… ni tampoco una propuesta que pudiera leerse respecto al eterno enfrentamiento del bien (Logía Blanca) y el mal (Logía Negra), sintetizando el choque del hombre con la naturaleza (y sus más terribles e inexplicables secretos... o presencias que tratan de corromperlo y alimentarse de su dolor y sufrimiento). Y aquí los títulos de créditos vuelven a revelar esa dicotomía desde el cartel que determina el leitmotiv de la obra: «Bienvenido a Twin Peaks, 51.201 habitantes». De nuevo, el conflicto entre el medio ambiente y el ser humano esconde una nota de irrealidad rubricada en el libreto original. Ciertamente eran 5.201 habitantes pero la cadena desea ‘inflar’ las cifras detonando ciertas incongruencias y ese componente de irrealidad. Aquella serie que iba a titular “Northwest Passage” se ampara tanto en los secretos de sus habitantes como en su acercamiento a sus aparentes vidas corrientes y rutinarias. Pivotando sobre esa aureola de funcionamientos arquetípicos, se envuelve ese plástico de un material insólito y extraño, construyendo esa mezcla de géneros sobre protagonistas tan normales como excéntricos y autoconscientes de vivir atrapados en una ficción. La puesta en escena, por lo tanto, se recrea en ese choque de objetos tradicionales y las posibilidades insólitas que pueden ofrecer otro tipo de lecturas. De este modo, nada es lo que aparece y el viento que atraviesa los árboles o agita un semáforo nos condiciona respecto a esas conexiones sobre un telón rojo con elementos fantásticos de fondo. La realidad y el sueño se entretejen para que las respuestas nunca puedan llegar hasta el momento adecuado, condenando al conjunto a un ritmo que siga la vida de los personajes y aporte un condimento ficticio telenovelesco. ¿Esto es real o es un sueño raro y retorcido?, se preguntaba uno de los protagonistas. Y es que “Twin Peaks” sigue siendo un combate y conflicto de su héroe, finalmente convertido en el villano de la historia al sumergirse en un mundo surreal y tratar de entender aquello que se encuentra al otro lado de unas misteriosas y fantasmales cortinas rojas. Nadie puede volver igual del purgatorio entre el reino de mortales y el de los difuntos (habitación roja) y el cadáver exquisito invitaba a un reencuentro en 25 años… entre chasquidos, asesinatos en serie y simbologías de árboles como el gran elemento recurrente de la propuesta. ¿Y qué nos queda hasta la venidera confluencia en la que el tiempo real segó muchas de las vidas ficticias que poblaban el relato? Quizás la respuesta sea que el destino de todos esos seres —y por extensión de la propia serie— quedó encapsulado en el interior de una taza de café, siendo ya un reflejo en su negror y oscuridad del rostro de la vida y muerte, de la esperanza y perdición: Laura Palmer.
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