Para analizar lo vivido en la Gran Final del Festival de Eurovisión 2016 basta con recurrir al manual bastardo para describir todo ese entramado y característico estilo rococó-kitsch habitual de una gala en la que se vivieron muchas y locas sorpresas. Precisamente el momento que mejor ha sintetizado el evento musical fue su propio arranque, donde los 26 artistas dispuestos a conseguir hacerse con el mayor número de puntos se ensamblaban a un inclasificable desfile de moda marcado por la trospi-modernez. Esa comunión entre música y extravagancia siempre ha marcado los tiempos de un acontecimiento mediático que decidió cambiar su sistema de votación en el presente año para aumentar el suspense. Y todo se lío hasta límites insospechables. En realidad, la idea de separar los votos del jurado profesional de ese otro 50% que marca en el televoto era, sobre el papel, una jugosa variación para ver cómo algunos países podían recibir más de 100/200 puntos desequilibrando completamente la clasificación final. Ni siquiera ese tradicional y usual estribillo de ver al ‘portavoz’ de cada país ‘cantando’ las tres máximas puntuaciones se ha mantenido. Importaba el número, la máxima puntuación e incluso la actuación del cantante estadounidense Justin Timberlake deseaba propulsar ese sentimiento internacional ya amplificado por la invitación (y predilección) de Australia a participar en un evento en el que, recordemos, lleva muchos años contando con un país transcontinental como Rusia o la inclusión de Israel desde tiempos inmemoriales. Por no hablar de Turquía… Con todo lo anterior surgió el desconcierto sobre una divergencia que tampoco resulta novedosa. Recordemos que en 2015 Italia ganó el televoto siendo el primer país que no conquistó el Festival de Eurovisión bajo tal sistema al no recibir los suficientes puntos por parte del jurado. Algo similar se ha vivido con el favorito de las casas de apuestas, ya que el ruso Serguei Lasarev tuvo que conformarse con una tercera plaza final bajo una premisa análoga. E incluso la actuación más votada por el jurado (Dami Im, la exótica representante de Australia) se quedó a poco votos de conseguir el triunfo final que sí saboreó uno de los pesos pesados de la noche y potenciales candidatas a la corona. Jamala y ‘1944’ llevaban tiempo rompiendo barreras y ascendiendo para posicionarse entre los temas preferidos tanto de pronósticos, como público y expertos. Su victoria, en sí, no es sorprendente ya que partía como una de las tres opciones al trono pero muchos pensaban que la organización del Festival vetaría su emocional tema de pop con toques étnicos por su letra respecto a la deportación de los Tártaros de Crimea y el homenaje a su bisabuela, víctima de la represión del régimen estalinista. ‘1944’ se desmarca de esos tópicos referentes a Eurovisión siendo su discurso claramente político y su éxito abre otras vías para ese evento todavía atrapado en tróspidos y excéntricos resortes. Su victoria también es claramente moral al ser la canción que evitó el triunfo de Rusia, rasgando todo tipo de connotaciones posibles. ¿Qué más se vivió en el Globen Arena y por qué fracasó Barei?
Vayamos a las sorpresas con las que pocos contaban. Es cierto que Francia (Amir) se había desinflado en la última semana y su sexto puesto puede saber incluso a poco para uno de los temas destacados del Festival. Pese a que ‘J'ai cherché’ ha dignificado el papel de uno de los Big 5 que peores resultados había cosechado en los últimos años, poco o nada bueno se puede decir del resto de países que pasaban directamente a la final. Italia, como crónica de sus últimas participaciones, salió algo mejor parada gracias a los votos del jurado e incluso su decimosexta plaza es un espejismo para las restantes representaciones del Big 5. Y aquí llegamos a Barei. Este año España contaba con una llamativa canción, por primera vez íntegramente en inglés, y que había hecho los deberes en lo que promoción se refiere. No obstante, su puesta en escena ha sido una de las menos potentes y más flojas divisadas desde los primeros ensayos, causando su descenso en el interés inicial de las casas de apuestas y avecinando la crónica de un fiasco anunciado. Ni siquiera su caída simulada conseguía mantener el nivel exigido por una audiencia, que ha castigado muy duramente (e injustamente) no aprovechar en absoluto las posibilidades del escenario sueco, condenando a ‘Say Yay!’ en el televoto. Sus paupérrimos 10 puntos son la metáfora idónea de que el público europeo desea algo llamativo como una actuación que le comunique emociones por encima de garra y un juego de pies. La dura realidad es que Barei ha quedado peor posicionada incluso que Edurne y simplemente tal hecho hacen que sobren las palabras. No obstante, es el camino en lo que tema y promoción (que no puesta en escena) se refiere y, ahora, la propia artista deberá aplicarse el discurso de su propia canción.
Desafines y vestuarios sacados de una jornadas de manga aparte, aquel que sí dio la campanada fue Michał Szpak, representante de Polonia. Pese a ser objeto de burlas y memes durante toda la noche ―y conseguir apenas 7 puntos por parte del jurado― su octavo puesto final revela las ‘delicias’ de ese nuevo sistema, dotando de un poder desmedido y contundente al televoto pese a valer el 50% y manifestar que el consumo de droga es otra vía para comunicar emociones por parte de los artistas. Pero evidentemente la gran sorpresa de la noche fue Poli Genova y su tema ‘If love was a crime’ con la que no contaban para nada las casas de apuestas. El cuarto puesto de Bulgaria en cierta forma confirma que una puesta en escena llamativa y netamente visual gracias al escenario de Globen Arena puede fusionarse con originales vestimentas de tono futurista y ser el reclamo perfecto tanto para el jurado como para el público. Poli Genova se lo creyó y transmitir sobre el escenario es vencer en la actual Eurovisión. Aunque la ‘embarazada’ de Malta rompió aguas finalmente en la clasificación y Lituania (Donny Montell) se unió a esas sorpresas utilizando las posibilidades de la puesta en escena, se podría confirmar que a lo largo de la noche se vivió la crónica de un pronóstico anunciado. Alemania volvió a cerrar la clasificación y Reino Unido, al igual que España, se despeñó en el televoto. A estas alturas, a nadie le extraña y ni siquiera la inclusión de sus actuaciones durante las semifinales ha ayudado lo más mínimo a evaporar los prejuicios del resto de países sobre el Big 5.
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El concepto geopolítico siempre es otro de los factores a tener en cuenta y, por encima de cantar en un idioma determinado o no, señalados países parten con una tremenda y gran desventaja. ¿Qué tiene que hacer España para ganar Eurovisión? Lo mejor que funciona aquí es la crítica constructiva, recopilando todos los aciertos y errores de la últimas década de participaciones y aquello que dejamos en el tintero de la preselección. ¿Y si les dijera de nuevo que el jurado ‘internacional’ en ‘Objetivo Eurovisión’ se decantó por ‘Días de alegría’ de Salvador Beltrán y el público español declinó completamente tal opción? ¿Nos llevamos equivocando año tras año junto a RTVE por escoger tanto artista como canción? ¿Somos incapaces de construir un completo artefacto capaz de triunfar a cualquier posible nivel? ¿Lo mejor, por lo tanto, es que ni el ente público ni el propio público patrio elijan a nuestro representante? Recuerden, los españoles tienen mucho peligro votando y lo suyo sería, visto lo visto, que el propio televoto europeo fuera el factor determinante para evitar llevarnos de nuevo otra decepción y quitarnos el sabor a fracaso. De este modo le podemos echar siempre la culpa a otro y ahí, los españoles, somos expertos en la materia. Ahora toca levantarse y vencer, dejando de simular caídas porque ya hemos caído de verdad aunque, que nos quiten lo bailao de evento de humor tróspido por 'excremencia'.
Mi ganador de Eurovisión/Trospidvisión 2016 |
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