martes, 10 de mayo de 2016

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Marseille: «El poder no se da, se toma».

Serie de TV
“Marseille”
EEUU
2016

Sinopsis (Página Oficial):

El veterano alcalde de Marsella tenía ya elegido a su sucesor, pero de repente se desata una cruenta lucha por el control de la ciudad.

Crítica Bastarda:

¿Hasta qué punto le benefician a las series de televisión las etiquetas y las comparaciones odiosas? ¿Cuándo el marketing acaba pasando factura y diluye las expectativas de la audiencia? “Marseille” se pudiera sintetizar sobre las anteriores preguntas, habiendo ‘anunciado’ Netflix un House of Cardsa la francesa e incluso haciendo esperar un cruce entre CrematorioBoss a la marsellesa por parte de los que disfrutamos de las estupendas producciones de Canal+ y Starz. Y es que desde “20 años” (1x01) nos encontramos con una propuesta alejada de las citadas referencias, pese a que esa historia de una traición de un pupilo sobre su mentor pudiera engendrar todo tipo de inteligentes arcos argumentales. El problema es que toda esta fábula del poder bajo un telón de fondo, donde la corrupción y la mafia tejen un halo de suspense, no acaba de despertar ninguna clase de interés pese a su materia prima. Robert Taro (Gérard Depardieu), el alcalde de Marsella, se prepara para abandonar su trono siendo la controvertida construcción de un casino ―y ese futuro de la ciudad capaz de competir con Marbella a nivel turístico― su legado a su sucesor y hombre de confianza: Lucas Barres (Benoît Magimel). La idea es articular una felonía e ir construyendo una tragedia griega bajo ciertos toques criminales y, sobre todo, estableciendo en el pasado una línea de misterio que ahonde en los motivos que han acabado atando a los personajes a inconfesables secretos con una venganza en ciernes. Sumando unas elecciones municipales, en apariencia “Marseille” pudiera ser esa combinación soñada de House of Cards y Crematorio aunque sus deficiencias son tan visibles como risibles, siendo uno de sus elementos más sugerentes (por potenciar el concepto metafórico) la obsesión de Barres con esa efigie del actual alcalde. 


Hasta “La lucha final” (1x08) la concepción estilística pasa por un hibrido de un film soft porn y “Melrose Place” en su variación más libidinosa y ‘culebronesca’. Tampoco el drama generando por una enfermedad degenerativa en la matriarca o su consecuente crisis matrimonial aportan elementos y focos de interés, salvo caer en estereotipos de telenovela barata y poco inspirada. Del mismo modo, el triángulo romántico alrededor de Julia Taro hace que el espectáculo se beneficie de un material pasional, aunque al ser periodista contribuye a una línea argumental de investigación sobre el pasado de su padre y Lucas Barres. Pensemos en que sobre las apariencias “Marseille” puede ser incluso disfrutable, contando con un inteligente recurso para aportar un cliffhanger a su cierre ―sobre ese cíclico elemento de espectáculo deportivo ensordecedor mientras se dan los resultados de la elección municipal―. Puede que todo lo anterior den algunas esperanzas de la construcción de una serie de futuro a una propuesta que no resulta mediocre pero sí demasiado inferior a las expectativas. No obstante, la nueva apuesta de Netflix es constantemente irregular y caricaturesca, cayendo en una estética muchas veces ridícula con elementos que nunca acaban de encontrar un equilibrio. Véase, por ejemplo, la elección musical sobre los títulos de crédito o esa faceta fornicadora/perniciosa habitual en todos los personajes. Al final quedan muchas preguntas en el aire. ¿Es realmente Lucas el hijo de Robert? ¿Su madre le está manipulando? ¿Fue Robert aquel que traicionó a esa mujer todavía encarcelada y que instruyó a su hijo para una vendetta personal errónea? Aquello que sí sabemos es que la coca pasa factura, empezando por los escritores de esta producción. Nos remarcan, a modo de leitmotiv, que «el poder no se da, se toma» y, en cierto modo, tienen razón. “Marseille” no puede aspirar a ser laHouse of Cards francesa porque alguien le cuelgue tal etiqueta sino que debe tomar tal título con una calidad afín. Aunque los responsables afirmaban que cambiarían el cinismo de los Underwood por la humanidad de sus creaciones, la serie se siente completamente carnal y superficial a través de sus ocho episodios, queriendo ser muchas cosas ―desde un drama familiar a un thriller político sobre la corrupción pasando un drama criminal― sin acabar de afinar en ningún momento ese entramado de traiciones y venganzas personales. Al final, únicamente aquello que nos queda claro son los 8.698 lugares donde se han follado al lujurioso personaje que interpreta Nadia Farès. Y poco más deja huella, salvo ese fondo que acaba siendo tan protagonista llamado Marsella. 

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