(2011)
Japón
Director: Hirokazu
Kore-eda
Título original: Kiseki (I Wish)
Sinopsis (Página
Oficial):
Koichi, de 12 años, vive con su madre y sus abuelos en Kagoshima,
al sur de la región de Kyushu. Su hermano pequeño vive con su padre en Hakata,
al norte de Kyushu. El divorcio de sus padres les ha separado, pero Koichi
solo desea que vuelvan a estar juntos.
Cuando
se entera de que un tren bala unirá las dos ciudades, empieza a creer que
ocurrirá un milagro en el momento en que los dos trenes se crucen a toda
velocidad.
La sencillez siempre ha formado el círculo de lo
infravalorado, de aquellas que han calificado como obras menores de grandes
cineastas. Hirokazu Kore-eda no ha sido una excepción con una cinta
compuesta por la ingenuidad, inocencia y deseos de dos hermanos separados por
la distancia y unos padres divorciados. Un volcán que no para de escupir
cenizas, un abuelo obsesionado con los dulces tradicionales, una abuela que
quiere aprender a bailar el hula y una madre que busca rehacer su vida suponen
los contrates con otro hermano menor, que vive con su infantil padre que
intenta meter la cabeza en el mundo de la música. Mientras el primero es
inconformista con su situación y busca el ‘milagro’ para revocarla, el segundo
es feliz con sus amigos y ayudando a su padre tanto en la casa como en los
conciertos que da su grupo. “Kiseki (Milagro)” pretende explorar el
milagro de la simpleza tanto dentro y fuera de la pantalla. Conseguir que de
las pequeñas cosas ocurran otras mayores e irreales en los marcos de la
realidad.
Algo sencillo puede ser un milagro, como trenes, destinos, raíles
y mundos que chocan y se cruzan para
formar otros. Con un argumento compuesto de la premisa anterior se establece
que dos trenes de alta velocidad, que inaugurarán una nueva línea, se cruzarán
en un hipotético punto. Cuando los trenes bala se encuentren bastará estar
presente allí para formular un deseo. Las metáforas entre trenes, destinos,
niños e intersecciones son obvias. Se respalda en canciones de Quruli,
secuencias de montaje y la universalidad de la historia, que se entrelaza desde
el sentido y germen más precoz, la infancia. Es momento de aprender de los
viajes y de las experiencias. Los deseos tal vez no cambien el mundo pero sí a
nosotros mismos y nuestra perspectiva de la vida. Crecer, madurar y continuar
el camino de esas vidas, que forman un agradecido milagro, para los que
presenciamos ese cruce de ‘niños bala’. No se olvide de pedir su deseo antes de
que finalicen los títulos de crédito.
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