sábado, 30 de enero de 2016

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Creed. La leyenda de Rocky: Paso a paso, golpe a golpe, asalto a asalto…

“Creed. La leyenda de Rocky”
Título original: “Creed”
Director: Ryan Coogler
EEUU
2015

Sinopsis (Página Oficial):

Adonis Johnson (Jordan) no llegó a conocer a su famoso padre, el campeón del mundo de los pesos pesados Apollo Creed, que falleció antes de que él naciera. Sin embargo, nadie puede negar que lleva el boxeo en la sangre, por lo que pone rumbo a Filadelfia, el lugar en el que se celebró el legendario combate de Apollo Creed con un prometedor y duro rival llamado Rocky Balboa. Una vez en la ciudad del amor fraternal, Adonis busca a Rocky (Stallone) y le pide que sea su entrenador. A pesar de que este insiste en que ya ha dejado ese mundo para siempre, Rocky ve en Adonis la fuerza y determinación que tenía Apollo, su enconado rival que terminó por convertirse en su mejor amigo. Finalmente, acepta entrenarle a pesar de estar librando su propio combate contra un rival más letal que cualquiera a los que se enfrentó en el cuadrilátero. Con Rocky a su lado, Adonis no tarda mucho en competir por el título… pero ¿será capaz desarrollar no solo la fuerza sino también el corazón de un verdadero boxeador a tiempo para subirse al ring?

Crítica Bastarda:

El film sobre la paternidad que sintetiza “Creed. La leyenda de Rocky” abarca una lectura que evidentemente nos dirige a establecer a una generación como ‘hijos’ de Rocky Balboa y aquella oscarizada película dirigida por John G. Avildsen en 1976, que consiguió imponerse a cintas que siguen siendo actuales y reivindicadas como “Todos los hombres del presidente”, “Network, un mundo implacable” o “Taxi Driver”. Es preciso recalcar la falta de consecuencia con el discurso en el título para el mercado español, imponiendo la presencia de Rocky como afán plenamente comercial, como si Creed no fuera ‘suficiente’ apellido para hacerse notar y hacerse valer en la taquilla. En realidad, el libreto de Ryan Coogler y Aaron Covington nos habla de un personaje que quiere demostrar que no es un error, que es capaz de aprender del que fue el rival más grande de su padre para conectar con aquel que nunca conoció y que, en cierto modo, le condenó a luchar durante toda su existencia. Ambos van a enseñarse mutuamente a librar sus respectivas batallas con fe en la determinación bajo una filosofía que causará la automática erección de Diego Simeone: paso a paso, golpe a golpe, asalto a asalto… Pero en ese relevo generacional también habita un cambio de orientación demográfica, como si los latinos y afroamericanos fueran la permuta actual también de la comunidad engendrada con la inmigración italiana en Estados Unidos. La hora de Balboa todavía no ha llegado, aunque el componente en el puesta en escena remarca la sensación de que él es el último que queda en pie, que ha quedado en un mausoleo suspendido en el tiempo con todo cambiando a su alrededor; como si todavía quedara una página por escribir en su biografía a modo de epitafio.


Es curioso encontrarse a espectadores que critican aquello que gestionó J. J. Abrams con ‘Star Wars’ y, por el contrario, aplaudan la jugada de Ryan Coogler respecto al universo de ‘Rocky’. Son flechas similares en el concepto, crónicas de una reproducción que se encamina manifiestamente hacia el relevo generacional. E incluso, para rematar, sus estructuras análogas están afiladas y empapadas de una nostalgia emotiva, siendo el ímpetu del homenaje la punta destinada a clavarse directamente en el corazón de sus fans. En el tramo final de “Creed. La leyenda de Rocky”, Coogler se limita a la réplica, a replegarse sobre la primera parte de la saga, tal y como ejecutó Abrams en Star Wars: El despertar de la Fuerza, encasillándose conscientemente en los ecos de la renuncia a reivindicar su propio espacio autoral, como si el material que ambos trataran fuera sacralizado y se enfocaran en la comunión entre el remake, el reboot y el spin-off como única solución posible para mantener el equilibrio entre productores y fans. Como siempre suele ocurrir, el resultado es a gusto del consumidor. O, para asimilar el concepto, podemos ver la interpretación de Sylvester Stallone como parte del efecto Kuleshov: algunos verán un Razzie, otros la inabarcable profundidad de unos ojos llorosos y brillantes atrapados en toneladas de Botox y, visto lo visto, muchos un Oscar. El contexto y la coreografía del conjunto sentencian la sensación final. Es cierto que el actor neoyorquino se merecía una despedida de la saga aunque el público da la impresión de sumirse en la amnesia dentro de su relación psicológica y emocional, ‘olvidando’ el reivindicable film que dirigió el propio Stallone en 2006 y que servía claramente de epílogo de la saga. No obstante, “Rocky Balboa (Rocky VI)” presentaba en cierta medida el conflicto del héroe, sin un relevo que continuase su legado. «El tiempo acaba con todos, es implacable», nos recuerda el semental italiano y la cinta de Coogler reincide en mostrar a Adonis Johnson como aquel hijo que nunca tuvo Balboa y con el que siempre soñó, conjugando una especie de burla del destino para que el joven repita su historia y, así, se amolde al pretendido discurso del director de Fruitvale Station.


Ignorando el añadido del marketing español, “Creed” posee en su título la leyenda, el nombre que recrea la sangre y la herencia, como si el protagonista no pudiera escapar de la predestinación impuesta, siguiendo sus pasos y, al mismo tiempo, posicionándose como sombra (y doble) de Rocky, tal y como remarca esa secuencia en la que emula a aquel que le entrenará y ejercerá como padre. Atrapado en una película, puede interesar el concepto de que el héroe reivindique constantemente su protagonismo, tratando de evitar ser el espectador de un ‘tráiler’ cinematográfico y televisivo de un combate de boxeo en el que no se encuentra en el cuadrilátero. Al fin y al cabo, la honestidad del discurso nos remite al conflicto del personaje: un hombre que lucha contra sí mismo, con ese reflejo en un espejo que determina su pasado y su propia esencia. Coogler trata de amoldar los tópicos y lugares comunes a la propia narración y alma del film, presentado una historia de amor dentro de los márgenes de la primera parte de la saga o una grave enfermedad como concepto dramático que establece la comunión de la lucha de esos dos hombres condenados a repetirse (y complementarse). El libreto trata de escapar de la tragedia con dosis de humor, ‘demonizando’ a la mujer siguiendo el cliché del deporte («las mujeres debilitan las piernas») o articulando la propuesta visual con luchadores ‘radiografiados’ como estadísticas similares a las de un videojuego. Salvo un inteligente plano secuencia (tras un golpe cómico), Coogler no sobrepasa el concepto de escenas prototípicas de montaje y esencia televisiva, reciclando elementos de la saga como esas escurridizas gallinas o las míticas escaleras del Museo de Arte de Filadelfia a modo de consumación, recurriendo a todos los trucos para modular una épica que precisamente ya concluyó satisfactoriamente en 2006. Aunque si le vale a Stallone para ganar su primer (y último) Oscar… aceptamos Botox como nuevo animal de compañía y amuleto de la suerte. Y Nicole Kidman encantada, oigan.

P.D.: Lo único que me ha parecido auténticamente revelador de “Creed. La leyenda de Rocky” es descubrir cómo se ‘dice’ «cabrón de mierda» con el lenguaje de signos. 

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