Si la primera temporada de “Transparent” pudiera resumirse en la búsqueda de la identidad (sexual) de una familia disfuncional, en su segunda entrega nos topamos con la reafirmación. La secuencia que bien pudiera definir parte de sus esencias sería aquella en la que Maura decide finalmente ‘lanzarse’ a la pista baile y se ve reflejada en el espejo de un local al ritmo de ‘Chandelier’ de Sia. Es momento de integrarse y de encontrarse a sí misma, de tocar esa otra persona que ya conforma una nueva aunque ese acto sea de un consecuente egoísmo: Maura debe bailar consigo misma como primer paso a su transición. En cierto modo la asimilación del conflicto de Josh Pfefferman, gracias a la nueva pareja de su madre, abre esa vía de transformación y muerte respecto al pasado: Morton ya es un cadáver, un recuerdo que ha dejado de existir más allá de su evocación. Y Josh todavía no había aceptado ese suceso, y en cierta medida un funeral, en el que aquel que era su ‘padre’ había dejado de existir y ha sido enterrado. Pero el pasado también establece líneas fundamentales en la segunda temporada de “Transparent”. Jill Soloway desea lanzar un bello (e incluso agridulce) poema sobre el sentido del tiempo, en el que no podemos despegarnos de aquel pasado que da coherencia al presente y ofrece una perspectiva de futuro. Y es que la ascendencia de los Pfefferman sirve a la serie de Amazon para evocar una Alemania libre en los albores de la irrupción del nazismo, como si ese cuento conformara la reafirmación de Maura frente a ese espejo y playa mirando hacia el viejo continente y su propios antepasados. Al fin y al cabo, parte de ese primer paso en su transexualidad es contar con el respaldo de su familia, la aceptación maternal. El pasado sigue siendo fundamental para todos los personajes, lanzando vínculos en todos los protagonistas. Desde el hijo de Josh (a la polémica sobre su gestación), la relación de Maura y Shelly, la fetichista fantasía sexual de Sarah que se remonta a sus tiempos de instituto o la infatigable (y alocada) búsqueda de la identidad de género por parte de Ali, como si en la experiencia y fuerte feminidad de una poeta (Leslie) fuera tanto la madurez deseada como parte de todas sus respuestas.
Jill Soloway tampoco lo va a poner fácil ya que sus personajes son normalmente antipáticos y ariscos, tan complejos como desmedidos y la sensación es que han quedado ciertamente perdidos, como una temporada y serie a la que no le importa mirar en esa deriva a la que se asoman normalmente sus protagonistas. Tal vez aquello que nos quiere contar la productora y guionista de “A dos metros bajo tierra” es que la vida es demasiado árida, confusa y agridulce para ser encapsulada en apenas diez capítulos de media hora. Simplemente podemos (y debemos conformarnos) con establecer el rumbo de una brújula existencial, desconociendo en todo momento si llegaremos al destino o volvernos a perdernos por el camino. “Transparent” sí confirma sobradamente que se mueve como pez en el agua en las reuniones sociales y pasamos de una mesa en el comedor de un hogar restaurado a una boda en la que todo parece irradiar felicidad pero, realmente, esconde un inminente desastre. Si bien el descubrimiento de la transexualidad del patriarca de los Pfefferman abrió numeras vías para que el resto de sus hijos trataran de descubrirse a sí mismos, todavía esa evolución resulta incompleta: deben hallar su sexualidad e identidad respecto a ese género tan difuso e indefinido sobre todo en el caso de Ali. Maura tampoco se ha despegado del todo respecto a Morton, actuando todavía bajo el influjo de su rol patriarcal, imponiendo a Davina, por ejemplo, con quién o no tiene que establecer sus relaciones. Y es que el miedo a la soledad, tal y como refleja Shelly, es un abismo para muchos de los personajes, condenados y a la deriva si no encuentran el sentido para alcanzar aquello que realmente quieren ser y hacer en la vida. Ese conformismo —y muchas veces desvaríos de la clase media-alta— también es sintetizado por Davina, indicando a Maura que otras personas no han podido establecer prioridades o elecciones en su vida al no poseer su dinero; han tenido, simplemente, que sobrevivir a todo tipo de problemas vitales y todo tipo de experiencias brutales.
La transfobia sigue siendo otro elemento sobre el que “Transparent” desea perfilar su discurso de reivindicación y descubrimiento del género, aunque el debate es profundo y complicado. ¿Desde qué punto se establece el criterio? ¿Desde la imposición de la genética o en los márgenes de ese aprendizaje de la reafirmación sexual que toda persona puede establecer sobre sí mismo? Soloway decide alejarse de esa secuencia y problema real de la sociedad al dictaminar qué persona puede o no entrar en un baño de mujeres que ya vivimos en su primera temporada. En “Man on the Land” (2x09) vimos como un festival feminista (Michigan Womyn Music Festival) era el trampolín idóneo para abarcar la transfobia de aquellas «mujeres nacidas mujeres» sobre todo «hombre nacido hombre», independientemente de su orientación sexual o elección de género. También los escritores desean abarcar el tabú de la transformación de Maura, hablando sin pelos en la lengua respecto a hormonas, cirugía plástica o la simple preferencia sexual. A Maura le gustan las mujeres y, tras los problemas para volver a encajar con su ex esposa, la introducción del personaje de Anjelica Huston es fundamental para el futuro rumbo de la dramedia, a esa definición de los límites corporales de nuestra protagonista interpretada por un siempre extraordinario Jeffrey Tambor. De momento, Pfefferman están condenados al desastre. La llegada del desconocido hijo de Josh quiebra la relación con Raquel mientras que Sarah también se pierde en su fallido matrimonio con Tammy Cashman. Tal vez la familia Pfefferman no puede ser nunca recompuesta o tenga sea un proceso de largo alcance tras un terremoto que generó otros menores e incluso mayores.
En todo ese concepto de transición, no faltan nazis ni quema de libros, entre múltiples elementos que invitan a un viaje y reflexión, como si el sentido del tiempo marcara la transcendencia de la propia serie. El espectáculo a vez se siente atrapado en los melodramas personales de sus protagonistas, en esos lugares comunes tan trillados y anteriormente explotados por todo tipo de ficciones. Todos esos elementos se van superponiendo a modo de mosaico, estableciendo un gran y completo conjunto, perdiendo en esta entrega esa sensación de novedad pero estructurando nuevos horizontes en los que siempre está presente la religión como el Yom Kippur para establecer los episodios temáticos. También habita un discurso de esperanza, del descubrimiento de un nuevo mundo aunque Soloway no matice ninguna clase de lectura condenada a la crítica analítica más que a la sátira de toda sociedad que dice ser progresista. Siempre hay consecuencias y todos los personajes van a descubrir que tantear en lo que sexualidad se refiere siempre engendra daños colaterales, como las historias que marcan los hijos de Maura. Y, al final del todo, como si ese terremoto tuviera que llegar a su epicentro y calma tras la tempestad impuesta, aparece el sentido de todo, ese viaje a Estados Unidos desde la turbulenta Alemania de 1933 como la tierra de las oportunidades. He ahí condensado ese luminoso sentimiento sobre toda causa/efecto, sobre el nacimiento de ese niño condenado a convertirse en Maura, a marcar de nuevo una profecía para poner a prueba a esa sociedad que dice ser biempensante aunque puede haber quedado condenada a repetir sus errores del pasado. Ese desenlace de “Grey Green Brown & Copper” (2x10), con las mujeres Pfefferman mirando el basto horizonte, nos plantea numerosas preguntas respecto a su futuro y diferencias generacionales, pero al mismo tiempo establece ese sentimiento armónico de la obra de Soloway, como si cada ola argumental estuviera destinada a llegar a la misma costa.
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