miércoles, 30 de diciembre de 2015

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Narcos: El realismo mágico y la espada de Simón Bolívar

Serie de TV
“Narcos”
EEUU
2015

Sinopsis (Página Oficial):

La verdadera historia de los poderosos y violentos cárteles colombianos sirve de hilo conductor en esta nueva serie dramática de mafiosos de gran realismo.

Crítica Bastarda:
El realismo mágico se define como lo que sucede cuando un entorno muy detallado y realista es invadido por algo demasiado extraño para ser creído. Hay una razón por la que el realismo mágico nació en Colombia. 
Viajemos a 1989, a Colombia, a un pasado sin teléfonos móviles o computadoras, a esos elementos que dejan huellas delatoras en este nuevo mundo —y orden— que no tiene ya demasiado que envidiar al de una novela de George Orwell. Un narrador, no obstante, nos recuerda que en esos otros tiempos los narcos eran incluso más ricos que los multimillonarios, políticos o terratenientes, que eran capaces de adquirir uno de los primeros teléfonos satelitales que salieron en el mercado para hacer sus negocios impunemente sin ser capturados. Precisamente pudiéramos establecer líneas a través de puntos que unieran ficción con realidad, con el sistema de los traficantes de drogas para evitar ser apresados hasta la detención de ‘El Chapo’ Guzmán por la utilización de uno de esos teléfonos que también poseía Pablo Escobar. Puede que el futuro de la serie creada por Chris Brancato, Eric Newman, y Carlo Bernard sea hacernos viajar a ese realismo mágico alrededor de la vida y delictivos milagros del líder del cártel de Medellín para, finalmente, concluir con esa otra historia que todavía está sin escribir acerca de Joaquín Guzmán Loera; que el pasado, en definitiva, confluya con nuestro presente y sintamos sus ecos. La primera temporada de “Narcos” curiosamente finaliza con Escobar fugándose de La Catedral, la lujosa prisión que lo (auto)retenía y, obviamente, nos dirigimos hacia esas brumas que definen las peripecias de ‘El Chapo’, como si la serie de Netflix nos recordara las odiosas comparaciones y la condena de la humanidad por repetirse y tropezar en las mismas piedras. No aprendemos, ni nunca lo haremos si todo gira alrededor del dinero (y poder). ¿Significa lo anterior que el canal de streaming desea establecer un díptico gracias a House of Cardsy esas tonalidades del mal por poseer, a cualquier precio, sendos bastiones? ¿Resulta conveniente retomar el discurso sobre el poder de Frank Underwood frente al dinero (de Escobar)?


Inspirada en hechos reales, los escritores de “Narcos” desean manosear tanto la realidad como la ficción para conceptuar esa sensación de realismo mágico tan implícito en la serie. Nos recuerdan que el propio Escobar volaba en su mente tan alto como Ícaro, insisten en sus aspiraciones políticas y su camino para erigirse como un salvador e icono de su país… pero «hasta el realismo mágico tiene sus límites». Con un par de episodios dirigidos por José Padilha, la serie de Netflix se propulsa y despliega todas sus credenciales sin desinhibirse en lo que drogas, violencia o sexo se refiere. Son condimentos, necesarios para mantener el ritmo y penetrar en los conflictos de los personajes; un precio que debe pagar. El espectáculo, por el contrario, quiere sostenerse sobre la propia intriga política al mismo tiempo que retrata ese sueño de Pablo Escobar y su forma de lidiar ante la monumental pesadilla que desencadena en el proceso. No es que “Narcos” sea una tragedia soterrada alrededor del antihéroe tan poderoso como temido, pero sí nos desvela que su protagonista hará todo aquello que sea necesario para, por ejemplo, evitar una extradición a EEUU y someter incluso a todo un país a sus lucrativos intereses personales, confundiendo la política con la criminalidad sin que a veces notemos la diferencia. “Narcos” se ha convertido en un clásico popular instantáneo, valiéndose tanto de la esencia del cine de Scorsese como de “El precio del poder (Scarface)” de Brian De Palma, pero conduciéndonos como a su narrador a un territorio indómito e insólito desde el punto de vista estadounidense. Es cierto que han existido varias ficciones —como todo tipo de material literario— que se han acercado a la figura de Pablo Escobar e incluso parta de la concepción visual del material promocional de “Escobar, el patrón del mal” se asemeja al de la producción de Netflix. La cuestión es otorgar otro discurso en retrospectiva, como si el jefe del cartel de Medellín no fuera el auténtico protagonista de su propia historia, como si esa la espada de Simón Bolívar no le sirviera para lograr la independencia del resto de tramas y personajes salvo como un icónica gesta. 


En ese territorio el armazón de tramas alrededor de la CIA, la DEA o los militares y políticos colombianos establecen un compendio idóneo para pulir una historia que no deja de marcar cierta controversia en su relato. En realidad, en ese terreno aparece el discurso más interesante de “Narcos”, que bien pudiera llevar el título alternativo de ‘Escobar, historia de una obsesión’. Y es que la evolución en los personajes principales que se encuentran del lado de la ley no es sorprendente ni reveladora, ya que está divisada desde el propio prólogo del primer episodio de la serie. La acciones de Steve Murphy (Boyd Holbrook), Javier Peña (Pedro Pascal) y Horacio Carrillo (Maurice Compte) se convierten en algo personal, en actos de venganza que acaban por cruzar las líneas rojas que delimitan el bien del mal. Ese marco de vendetta en ciernes es el posicionamiento para la caza que se va desplegar en la segunda temporada del criminal público número uno. Pero volvemos al sentido y comienzo de toda historia. La constante referencia al realismo mágico en su arranque la establece muchas veces un estilo documental, con numerosos insertos de material de archivo para complementar y remachar ese telón de fondo que establece su contexto, generalmente de la era Reagan. Más allá de clichés o de los problemas iniciales del acento de Wagner Moura, “Narcos” funciona a la perfección cuando introduce esos necesarios condimentos sobre la propia hipocresía en todas las conexiones con los propios intereses estadounidenses y esa ventana política e histórica. Al evitar sus habituales subrayados de la boca del propio narrador, la serie de Netflix despunta como ese reivindicado clásico popular que tanto necesitaba la seriéfila tras las despedidas de Breaking Bad o Boardwalk Empire. Aunque la propuesta tiene numerosas secuencias y diálogos remarcables, posiblemente la mejor escena que resume su calidad y discurso es aquella que genera el asesinato del Lara Bonilla. Que el Ministro de Justicia leyera el ‘Diccionario de la historia de Colombia’ en “Los hombres de siempre” (1x03), antes de que unos sicarios lo ejecutaran, remarca ese concepto irónico de la serie sobre el que habitualmente pivota con clase, sobrada calidad y estilo. Su asesinato, en realidad, imprimió la propia historia de un país en sangre, violencia y, por supuesto, droga. Y de droga sabe mucho “Narcos”, la nueva sustancia adictiva para todo seriéfilo y espectador que ose tomar una dosis. Puro realismo mágico, puro e icónico tesoro para la posteridad, como la espada de Simón Bolívar, como esa socarrona lectura política sobre los libertadores y sus perniciosos sueños demasiados extraños para ser creídos.

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2 comentarios:

  1. Esta serie me ha parecido una pequeña joya, si señor... a ver que tal la segunda temporada...

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  2. Yo soy colombiana y viví ese realismo mágico como todos mis compatriotas...excelente serie, retrata lo ocurrido son ser una apologética de esto

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