(2010)
EEUU
Director: Derek Cianfrance
Sinopsis (Página Oficial):
En “Blue
Valentine”, Dean y Cindy llevan seis años de apasionada historia de amor.
Han tenido una hija juntos y han decidido casarse. Pero su amor empieza a
desmoronarse. Cindy ha perdido interés por la relación y en un intento por
juntar las piezas y reconstruir lo que habían construido juntos, Dean propone
ir a pasar la noche a un hotel temático, donde eligen la ‘habitación del futuro’.
Desde este futuro, que Dean y Cindy difícilmente podían haber intuido años
atrás, conoceremos la historia de esta pareja, desde sus comienzos hasta el
momento en que su amor se va deteriorando irremediablemente.
El planteamiento de “Blue
Valentine” puede resultar
interesante: trazar la línea del pasado y el romance explosivo al presente y la
decadencia en la relación del futuro. Punto de clímax y quiebro final… como una
metáfora de fuegos artificiales tan bellos como efímeros que acaban perdiéndose
en esa oscuridad de la noche: el olvido. Tiene elementos dignos para sucumbir:
unos Ryan Gosling y Michelle Williams que lo dan todo, una producción
independiente de tan solo un millón de dólares y banda sonora de Grizzly Bear.
Y esa suma tan sugerente de elementos tiene otro extra-diegético que se
encuentra en los sonidos cerebrales del espectador.
Sinceramente, no entiendo a sus personajes. Me resultan inentendibles a un nivel absurdo. Es cierto que yo si fuera Dean me pegaría un tiro viendo esas terribles entradas y calva que para nada conjuntan con sus gafas de sol vintage. Y que entender los designios y delirios del amor es una tarea sin ecuación que la formule. Derek Cianfrance parece que lo que quiere contarnos es un cuento sin moraleja, una historia de lo explosivo y olvidable que puede ser el amor. La belleza de la historia de amor inicial se encadena en el montaje hacía un clímax matrimonial mientras el presente difumina cualquier atisbo de pasado. El romanticismo pasa factura pero “Blue Valentine” no es “(500) Días juntos” aplicado al drama independiente romántico sino un una ‘diéresis’ terrenal sobre el computo de las elecciones afectivas. Creo que ese punto extra-diegético es más interesante que realmente lo que nos muestran. Es decir, la opinión del espectador ante la historia me parece más apetecible que realmente la historia en sí. Me gustaría hacer una encuesta sobre qué parte prefiere el espectador: el dulce o la fruta podrida y agria. Obviamente la elipsis de esos seis años que lleva junta la pareja y su lento resquebrajamiento conducen a un antes y un después. A que nos apetezca que nos cuenten el lado rosa de toda historia de amor y nunca su deterioro hasta la trágica separación. ¿Qué belleza hay en unos fuegos artificiales que sabemos que van acabar antes de que puedan emocionarnos?
No lo cojo, no agarro la historia y fábula que me cuentan. No sé si “Blue Valentine”, como explicación personal, pretende ser la
justificación de los divorcios de actores de Hollywood. Desde esas iniciales e
‘idílicas’ relaciones expuestas en la prensa rosa hasta esa explosión a los
cuatro vientos llamado divorcio express.
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