“Kong: La isla calavera”
Título original: “Kong: Skull Island”
Director: Jordan Vogt-Roberts
EEUU
2017
Sinopsis (Página Oficial):
“Kong: La Isla Calavera” reimagina el origen del mítico Kong en una irresistible aventura original del director Jordan Vogt-Roberts. En la película, un diverso equipo de exploradores es reunido para aventurarse en el interior de una isla del Pacífico —tan bella como traicionera— que no aparece en los mapas, sin saber que están invadiendo los dominios del mítico Kong.
¿De verdad que todos respetan a King Kong? Podemos calificar esta nueva entrega dedicada a la mitología del gigantesco gorila como una oportunidad perdida y bastante lejana a los distintos y variopintos méritos a los que apuntaba “Godzilla” y “Jurassic World”. Las muchas imperfecciones en los filmes de Gareth Edwards y Colin Trevorrow eran bastante visibles y risibles pero, no obstante, permitían el disfrute de la audiencia por sus méritos visuales y riesgos argumentales. En la cinta de Jordan Vogt-Roberts se encuentran algunas de las ideas divisadas en las anteriores y citadas cintas aunque la sensación es que nos encontramos ante una película más meditada y elaborada por los productores de un gran estudio de alguien enteramente preocupado de velar por decisiones artísticas. No es que el director, que se rumorea llevará a la gran pantalla “Metal Gear Solid”, tire la toalla en tratar de hacer brillar una concepción netamente estilizada y amparada en conexiones con todo tipo de espectros cinematográficos. Vogt-Roberts da la impresión de tejer reminiscencias que van de “Taxi Driver” a “Holocausto caníbal” pasando por parte del imaginario de Miyazaki y diversas películas respecto a la Guerra del Vietnam. También existe una clara concepción de futuro para dotar de sentido “Godzilla: King of Monsters” y “Godzilla vs. Kong” mientras que el libreto de Dan Gilroy, Max Borenstein y Derek Connolly se ciñe a recurrir a toda clase de anacronismos que faciliten la integración de un aluvión de frases rimbombantes en los labios de ese reparto repleto de estrellas y caras conocidas para la audiencia. Y, en ese cúmulo de estereotipos y conexiones, se levanta la figura de Kong como un rey aterrador y, al mismo tiempo, considerado como una deidad tanto dentro como fuera de la pantalla. Pero, ¿respetar a King Kong no evita que declinemos reverenciar a esta película como una de las propuestas más irrisorias respecto a la Guerra del Vietnam y fallidos atrevimientos para rentabilizar el cine de aventuras?
Tal vez para analizar correctamente a “Kong: La isla calavera” aka “¡Este mono es un peligro!” la cuestión se alejarse de las proposiciones más acertadas de Jordan Vogt-Roberts y centrarse en los hechos y recursos que las originan y condicionan. De este modo, llegamos a una tonelada de tópicos y un tufo insoportable por un preocupante anacronismo de lo que ha ser políticamente correcto en el reino del blockbuster: diversidad racial y de género bajo temas afrontados desde un pensamiento afín al liberalismo moderno estadounidense. Aquello que debería ser un film de aventuras, con concepciones visuales de una de Michael Bay y constantes guiños al cine de explotación, ha quedado limitado por una selva de tópicos y un discurso ambiguo y difícilmente asimilable. Es interesante que se nos represente al ser humano como un animal que es un lobo para otro hombre y que únicamente viaja entre guerras como una justificación a la violencia de la que no puede escapar. Nos cuentan que nadie retorna igual de una guerra, como si su alma quedase retenida y en eterna suspensión sobre ese campo de batalla que creyó abandonar y todavía sigue presente. Sobre tal territorio y proposición, podríamos establecer las conexiones y discordancias de los propositicos Preston Packard y el propio Kong. El primero está condenado a establecer a un enemigo al que abatir aunque tal acto implique su condena y camino a la destrucción, negándose a abandonar el campo de batalla hasta el último suspiro. El segundo construye en su supervivencia la del entorno que protege, justificando de este modo la erradicación de cualquier amenaza, manteniendo bajo una armadura de violencia una esencia de compasión respecto a los más débiles. Lamentablemente esas ideas viven atrapadas en los estereotipos de sus propias formas que bien pudieran representar las pocas variaciones que ofrece Samuel L. Jackson en un papel que se repite habitualmente a lo largo de su carrera y que, en el fondo, es una tortuosa réplica de Carl Denham. El resto tampoco parece aportar demasiado más allá de ser simples cuerpos que se muevan en la pantalla entre efectos especiales y peleas a muerte de grandes y gigantescos monstruos paridos de “El mundo perdido” de Arthur Conan Doyle y mutados por las adaptaciones de las novelas de Michael Crichton. Quizás, tanto el anacronismo rutinario de la propuesta y un libreto absolutamente predecible, nos lleva a replantearnos su rating PG-13 y sus intentos de conjurar esos guiños a la Serie B que manoseaba Colin Trevorrow en “Jurassic World”. En “Kong: La isla calavera” no funciona tan bien lo estrambótico como pudiera parecer y el conjunto muchas veces se siente impuesto y forzado a fórmulas que consigan el ‘hype’ instantáneo y lúdico. Ni constar con un excesivo ‘soundtrack’ de la época ni someterse a algunos efectos dignos de la saga “Sharknado” benefician a una cinta, tan monstruosa como quisiera, y cuya truculencia es tan superficial como esa seriedad que tratan de imponer todos los personajes menos Hank Marlow (John C. Reilly)… aunque no sea más allá de una mutación/variación de Alan Parrish (Robin Williams) de “Jumanji”. La guerra para el espectador, pues, es la cultura popular.
Hubiera sido más fructífero e interesante que el título viral alternativo, “¡Este mono es un peligro!”, se hubiera impuesto en una película en la que King Kong no se anduviera por las ramas y lanzara, cual Ramarak (Skullcrawler Alpha), cualquier amenaza afectada por el tópico rimbombante. Lo suyo era lanzar a freír espárragos toda clase de estereotipos y predisposiciones del mainstream y someter el asunto a una locura desatada que no escondiera un ‘rating’ directo a adultos. ¡Queremos más monsters movies con sobrepeso y heroínas en zapatos de tacón! Pese a todo, aquello que nos queda claro en “Kong: La isla calavera” es que la falta de ideas y escasos riesgos nos lleva a pensar que efectivamente la Tierra es hueca… como la cabeza de los productores de esta fallida cinta. Ellos sí que son un peligro y, desde luego, no se andan por las ramas.
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