Hubo muchos cambios. Cuando llegué, este sitio me parecía estupendo. Privado y limpio. Pero ahora llegaron los militares y tomaron medidas contra los judíos. Trajeron cámaras y drones que vigilan todos nuestros movimientos. Además, ¡nos dirige un gigante barbudo y fascista!
[SPOILERS NARANJAS Y NEGROS] Volvamos a la evolución de ese gran universo que plantea la serie creada Jenji Kohan pero, al mismo tiempo, tracemos una línea respecto a aquello que en principio deseaban contarnos. La adaptación de las crónicas y memorias de Piper Kerman nos llevó a seguir las vivencias en una penitenciaria de una cultivada y prometida treintañera de clase acomodada, que cometió un error en su turbulento pasado por estar enamorada de una traficante de drogas de un cartel internacional. La realidad, ya instaurada desde los primeros compases, es que Piper Chapman acabó siendo la secundaria de su propia historia. Una constante, sí, pero ya relegada a ser una más de ese populoso grupo de presas que han acabado por socializar el conjunto. La vida pasada de Chapman es precisamente pasado, incluso únicamente vamos a tener unos pocos segundos de conexión con su hermano Cal (que va a ser padre) para dejarnos claro que su presente ha absorbido cualquier componente de ese tiempo anterior que ya es demasiado lejano. Es hora de que también nos centremos en esa coralidad impuesta desde el comienzo de la serie de Netflix y esta cuarta temporada de “Orange Is the New Black” nos vuelve a remitir a que el resto de reclusas (y personal de la penitenciaria) desea reclamar su propio espacio. En el universo de Litchfield siempre ha existido un componente de humanización de esos ‘animales’ y parias de la sociedad pero, constantemente, nos recuerdan que son las ovejas negras, que están hacinadas en el lugar por los crímenes que cometieron y que no son presas sino depredadores. Previamente presenciamos los motivos que llevaron a muchas de ellas allí y que el proceso para pagar por sus delitos y regresar al mundo fuera de esos muros muchas veces se instaura como una utopía, como un acto de supervivencia incluso más duro si cabe que encontrarse entre esas paredes y rejas inexpugnables. Que veamos qué hizo Crazy Eyes para acabar en el lugar no es baladí teniendo en cuenta sus incontables ataques de violencia como parte del entramado argumental. Del mismo modo, la salida de prisión de Aleida incide nuevamente en esa sombra que persigue a las presas una vez son liberadas, aunque la idea es que sintamos que una vez que la sociedad marca a sus ovejas negras les es muy difícil decolorar tal naturaleza. “Orange Is the New Black” siempre ha funcionado como parte de un espectro sociopolítico para hablarnos (sin pelos en la lengua) de muchos tabúes que muchos analistas no desean tocar por considerar temas sensibles o polémicos como la religión, la orientación sexual, la enfermedad mental o la raza. Y no sólo de reclusas vive el seriéfilo porque las intenciones de esta cuarta temporada pasan porque ese cosmos del privatizado mundo carcelario sea retratado como una de las grandes industrias del sistema norteamericano, como parte de un oscuro y siniestro círculo y vaso vinculante que cada vez hace más transparentes esos muros. ¿Quién está realmente encerrado allí? ¿Esas presas mantenidas por un sistema que incluso trata de aprovecharse de su condición, amparándose en la letra pequeña de los trabajos forzosos, o de ese personal que trata de lidiar con la imposición de sus nuevos y precarios designios de cara a su supervivencia? Tal vez uno de los diálogos que marque esta nueva entrega de la serie de Netflix sea aquel en el que Baxter Bayley comenta a otro guarda que si todas esas presas se unieran podrían acabar con todos ellos con suma facilidad… La revolución siempre es posible pero la sociedad, al igual que esas mujeres, se encuentra completamente dividida y el sistema siempre vence. Puede que ese escape que cerraba la tercera temporada y que servía de prólogo e introducción para la presente, nos confirme que esa toma de aire de libertad será (auto)neutralizado por ese mismo rebaño que volverá sobre sí mismo a ese redil que lo conduce a un matadero donde ninguna presa y animal muere, donde simplemente son retenidos perpetuando un ciclo. Y ese ciclo se puede romper tal y como nos refleja “Toast Can't Never Be Bread” (4x13)… ¿Qué más sorpresas hemos tenido en esta nuevamente sobresaliente temporada de OITNB?
Es cierto que desde el comienzo del espectáculo han existido varias parcelas para que los personajes sigan creciendo y la evolución de sujetos como Sam Healy o Pennsatucky, inicialmente antagonistas de Piper Chapman, ha sido tan satisfactoria como apropiadamente dramática. El conflicto de Healy siempre fue el de un consejero que se veía incapaz de aconsejar y que, por fin, hallará otra horma a su zapato que le hará revivir esa herida abierta por los problemas mentales de su madre. La razón es que esta nueva entrega saca punta sobre todo a un personaje como Lolly Whitehill tanto pasa salvar a Alex Vause de las fauces del sicario enviado por Kubra Balik para acabar con la ‘rata’, así como para también que presenciemos su psicosis que generen esos delirios que acabaron llevándola a ese otro ‘psiquiátrico’ que conforma el sistema presidiario. Esa burla y crítica de la incapacidad de la autoridad para distinguir entre criminales y enfermos mentales nos transporta al propio problema personal de Healy y, al mismo tiempo, a que ‘drones’ acabe construyendo esa máquina del tiempo de cartón que sirve al personaje interpretado por Lori Petty para aislarse y refugiarse, conformando otra caja dentro de esa que es realmente Litchfield. Esa alegoría sirve a los escritores para desarrollar otro discurso mucho más profundo y que también nos da pistas sobre esa conexión entre el pasado y presente de todas/os los protagonistas. Porque todos ellos también viajan en el tiempo a un lugar en el que cometieron sus errores, tratando de hallar un simbolismo ante el sueño y la imposibilidad. Han quedado atascados allí, en esa jaula en la que se van sumando nuevos ‘animales’, tal y como nos remarca la canción de Regina Spektor en los créditos, llenando a rebosar el espacio y generando que todo sea tan asfixiante como caótico. Y ese caos va desatarse en “Toast Can't Never Be Bread” (4x13)…
Hasta que el cuerpo del delito es encontrado y desenterrado, la temporada oscila entre la ‘guerra’ de pandillas desatada por la lucha de Maria Ruiz y Piper Chapman y las consecuencias de ese cadáver del sicario que finalmente tuvo que rematar Alex. Pese a que hasta la recta final no surge la tragedia y el tono se convierte en mucho más siniestro, hay incisos para el humor como esos momentos brillantes y escatológicos generados por ‘Shit Detective’ y la mierda como firma de una vendedora de droga. No obstante, en esta cuarta temporada de “Orange Is the New Black” el conflicto racial entra en escena como parte de un estudio sociológico en el que está presente el cosmos del negocio económico de las prisiones, donde los presos han acabado siendo números productivos que generan beneficios. OITNB siempre fue una tragedia social y coral y ha tratado de gestionar su discurso radiografiando las consecuencias a muchos temas planteados. Si bien en la tercera temporada las cuestiones fueron la maternidad (y la necesidad de ‘abortar’ para no perpetuar un círculo vicioso) y la religión, ahora los mecanismos que desarrolla Chapman para proteger su negocio de las ‘latinas’, a modo de competencia, provoca el resurgir de las supremacistas blancas en la prisión y que nuestra antiheroína se meta en un buen lío en sus negocios de bragas usadas. Incluso esa variación a lo “Breaking Bad” finalmente pudiéramos pensar que es un macguffin, una vía para introducirnos en un conflicto racial y unas consecuencias más cercanas a “Celda 211”. Vayamos a los problemas de Piper ya que su movimiento frente a su principal antagonista para proteger a sus ‘empleadas’, como zorra más fría que un témpano de hielo, hace que la tensión vaya a aumentado con algunas decisiones erróneas. No es fácil para Piper Chapman ser Walter White y mucho menos darse cuenta de que haber construido un papel para sobrevivir ha pasado factura a su carisma al transformarse en un monstruo, siendo odiada por el resto de reclusas y quedando apartada en la soledad por dejar claro que no está allí para hacer amigas. Y he ahí su gran problema, necesita verse respaldada y arropada en un mundo en el que la soledad es doblemente peligrosa junto a las malas compañías. Vause, además, está más preocupada con ese cadáver que yace descuartizado y enterrado en el huerto con la estimable colaboración de Red y Frieda (expertas y veteranas matanceras). El movimiento de Piper pone a Maria contra las cuerdas pero aquí surgen dos cuestiones clave. La primera es que ya no hay espacio en la cárcel de máxima seguridad y los castigos van a ir directos a aumentar la condena de las presas, ya que incluso el negocio de bragas usadas no es tan inocente como pudiera parecer. Lo segundo es la introducción de uno de los villanos de la temporada que no es otro que Desi Piscatella, un oficial muy autoritario que toma el mando del lugar y que incluso desea dejar claro a Caputo que él tiene el absoluto control de Litchfield. Su vuelta de tuerca hace su personaje mucho más interesante: es abiertamente homosexual aunque existe ninguna clase de amaneramiento, como si los escritores de “Orange Is the New Black” quisieran dejar claro que están en contra de cualquier cliché respecto a la orientación sexual en cualquiera de sus personajes. Piscatella evidentemente odia a todas las reclusas y las considera deleznables criminales con las que no desea tener ninguna clase de amistad o acercamiento. Ni los buenos modales de Piper pueden salvar el día… Y mucho menos esa gran torre hecha hombre no está allí para hacer favores sino todo lo contrario, ya que da la impresión de que siente placer torturándolas psicológicamente con su poder. Ese poder impositivo también nos lleva a la crónica de unos juguetes rotos que hay quedado atrapados en la misma jaula. Del mismo modo que Piscatella tiene un oscuro pasado, cuando trabajaba en máxima seguridad para hombres, el resto de nuevos guardias de seguridad son veteranos de guerra. Y aquí surge ese concepto sobre los ‘crímenes’ que cometieron en el campo de batalla y que irónicamente les han conducido a una prisión… pero al otro lado de las rejas. Uno de los momentos más turbadores de esa cuarta temporada de OITNB es aquello que realiza uno de esos nuevos guardas, cuyo comportamiento no desentona en absoluto con el de un obsesivo psicópata. ¿Comerías diez moscas muertas o una cría de ratón viva? Maritza Ramos va a ser otro de los personajes desarrollados esta entrega, atrapada entre trabajar para Maria Ruiz y ese oficial perturbado cuyo uno de sus entretenimientos es meter a cucarachas en una batidora. Piscatella es obvio que se va a posicionar siempre a favor de sus guardias aunque la revolución comienza a crecer ante ese conflicto racial en el que el problema menor van a ser esos cacheos discriminatorios. Tal vez también nos quieran mostrar cómo funciona un régimen autoritario, negando cualquier concepto empático, para llevar a cabo las nuevas políticas corporativas que desean exprimir a las presas y a la propia prisión a niveles insospechados. La solución ante esa injusticia y opresión acaba siendo la misma: la revolución.
Respecto al enfrentamiento entre Ruiz y Chapman la intención es que sirva tanto para que nuestra protagonista desate (más si cabe) el conflicto racial y que descubra que tratar de ser Walter White en una prisión de mujeres puede dejar ‘huella’. Tras una fallida jugada, a Chapman únicamente le queda lidiar con la protección de las supremacistas y aquí llega el desenlace de “It Sounded Nicer in My Head” (4x07), donde todo se vuelve en su contra y es marcada (literalmente) como una pandillera nazi mientras el resto de reclusas se divierte en una fiesta. El propósito, no obstante, es que Chapman tenga que buscar de nuevo a sus amistades dentro de la prisión y confiar en Red y Alex para cambiar esa esvástica quemada en su brazo por una ‘ventana’. Tras “Friends in Low Places” (4x08), donde el crack hace aflorar (casi) todas las confesiones, nos dirigimos a un gran sumatorio del material ofrecido. Y aquí llegamos a la presentación de esa nueva y famosa reclusa llamada Judy King, basada en Martha Stewart, que recibirá un trato de favor para disgusto de Yoga Jones y que revelará que es una hábil manipuladora para conseguir todos aquello que desea. Respecto a su arco argumental aparecen también las cualidades de “Orange Is the New Black” para vestirse de comedia tratando temas como el racismo o la sexualidad de las mujeres de avanzada edad para, al mismo tiempo, plasmar otro tipo de discurso más oscuro y dramático. Judy King utilizará a las afroamericanas (que al mismo tiempo deseaban utilizarla para tener una exclusiva fotográfica que les diera dinero extra) para limpiar su nombre al salir a relucir un desafortunado programa que grabó en los 80 con una marioneta de color y su racismo. Su ‘noviazgo’ con Cindy Hayes será uno de los toques humorísticos de la temporada junto con ese trío que se monta con Yoga y Luschek. Judy King es manipuladora e interesada, eludiendo cualquier problema directo que ella mismo haya podido desatar y, por supuesto, no dará nada gratis como bien puede descubrir Luschek, que será su amante sin que pueda hacer nada para evitarlo. Las acciones de Judy King, no obstante, ayudan a Luschek a deshacer el error que cometió con Nicky Nichols de la que está enamorado incluso con esas cartas cargadas de amor (?). De este modo, tendremos de vuelta a esa eterna adicta que tendrá que lidiar nuevamente con sus demonios y hallará tanto en su otra madre (Red) como a Pennsatucky un par de aliadas fundamentales para recuperase. De nuevo, la soledad es doblemente peligrosa dentro de esos muros y la sinceridad es muchas veces la mejor opción, del mismo modo que la asimilación de los problemas personales o mentales. Lorna Morello, por ejemplo, se dará cuenta de que está condenada a repetir el ciclo arruinando todo como un juguete roto.
Si algo deja claro la cuarta temporada de “Orange is the New Black” es que tenemos tantos personajes, sumando las nuevas incorporaciones, que la superpoblación nos conduce al caos pero en absoluto argumental ya que su calidad es excelente. Y tampoco los escritores se olvidan de ninguno de sus protagonistas que todavía tengan algo que contar, incluso dejando algunos guiños a esas presas que se encuentran en máxima seguridad. Veremos cómo ahora los antiguos guardias lidian con ese otro sistema carcelario laboral fuera de la penitenciaria, así como uno de los arcos argumentales para traer de vuelta a Sophia Burset de su injusto aislamiento donde la transfobia forma parte del debate expuesto. Tanto la esposa de Sophia como Danny Pearson desde el exterior van a ser fundamentales para conseguir su liberación, siendo la propia hermana Ingalls aquella que se sacrifique desde dentro y con la ayuda de Caputo consigan su objetivo. El Director de Actividades Humanas de la Penitenciaría Federal de Litchfield va a también a tener su protagonismo ya que es nuestro guía en ese mundo corporativo, donde sus ideas para mejorar la calidad de vida de las mujeres de las que es responsable ―y ofrecerles un futuro cuando salgan― es reutilizado por esa implacable industria para generar más celdas y, por extensión, más presas hacinadas. Gloria Mendoza va a enmendar sus errores con Sophia para que ésta vuelva a ser ella misma dentro ya del cosmos de Litchfield, como parte de una de las pocas notas optimistas en los últimos lóbregos y trágicos episodios finales de la temporada. La razón es que la jugada de los escritores es revelar continuadamente ese romance entre Poussey y Brook Soso para dar un golpe de efecto devastador. En ese tramo final todo se vuelve más apagado desde que ese cadáver es desenterrado y los monstruos que yacen dentro del lugar se hacen con el poder… Y esos ogros no son las presas sino aquellos que supuestamente debían vigilarlas. Es inteligente que en ese punto los guionistas unan a Baxter y a Coates en el exterior de la prisión para custodiar ese cadáver y utilicen elementos como una novela de Stephen King o extraños movimientos en el huerto para revelarnos que realmente la película de terror no está afuera sino dentro de los muros de Litchfield. «¡Esto no es Guantánamo!», nos dicen en los primeros compases de la temporada, pero la realidad es que los métodos interrogatorios que utilizará Piscatella no difieren demasiado (en lo que legalidad se refiere) de los utilizados allí… sin contar con las acciones de ese guarda psicópata que hace que Crazy Eyes se enfrente a su no-novia con brutales resultados para ésta. Es obvio que Piscatella es aquí víctima del disfraz que utilizó el sicario enviado para matar a Alex y las políticas de contratación de Litchfield dejan bastante que desear, haciendo que la confusión se transforme en más caos. En esa supuesta guerra entre guardas y reclusas surge la línea racial ya que únicamente si todas ellas entierran sus diferencias podrán combatir juntas a un enemigo común. ¿Lo podrán hacer al final siempre se impondrán los prejuicios y las discrepancias? Judy King dice en un momento de la temporada que «esto no es capitalismo» y precisamente comprobaremos que aquello de lo que realmente quieren hablar en esta entrega los guionistas es del corporativismo, de ese lado oscuro en el que puede degenerar un modelo económico. A través de la relación de Caputo y la impersonal, mentirosa, armada y corporativa Linda veremos el negocio que esconde la industria de las prisiones en EEUU en el que no falta una feria a tal efecto. Dentro dese sistema los presos han acabado siendo números y van a ser hacinados para garantizar una máxima producción y rentabilidad. Al fin y al cabo, nadie en un mundo corporativista es un ser humano…
Tras la confesión de Red, Lolly Whitehill es encerrada en el psiquiátrico y Sam Healy también tiene una crisis posterior a un intento de suicidio, planteándose que tal vez él mismo haya heredado los problemas mentales de su madre y que ‘drones’ sacó a relucir. En la última instancia, todas las piezas se unen ya que Piscatella quiere seguir torturando a Red bajo una debilidad que ya divisamos al comienzo de la temporada debido a los ronquidos de una de las nuevas reclusas y compañeras de litera: sus problemas para ser ella misma si no duerme. Y aquí surge esa protesta pacífica (no todo se resuelve por violencia) donde esa fuerza de la naturaleza llamada Blanca Flores y Piper Chapman utilizan un castigo que los guardias las impusieron para voltear la situación. Con todas las presas subidas en las mesas del comedor y cocina, Piscatella opta por pedir refuerzos para disolver con violencia la protesta y aquí se unen muchas líneas reveladas previamente para gestar una tragedia que nos remite al caso de Eric Garner. “Orange Is the New Black” no quiere ponernos las cosas fáciles e instaura un complicado debate ya que será Baxter Bayley aquel que por accidente ahogue a Poussey Washington con una llave de inmovilización al ser atacado simultáneamente por Crazy Eyes. Es cierto que en esta última entrega de OITNB también han surgido muchas líneas de discusión al otro la de la pantalla, como la propiciada por la decisión de Pennsatucky de perdonar a Coates al darse cuenta éste de la violación que cometió. ¿Nos ponemos en el lugar de la genial e incombustible Big Boo o, por el contrario, del mejor libro de autoayuda editado en la historia (La Biblia)? No obstante, la muerte de Poussey sirve para la creación de una mártir en esa fría maquinaria corporativa que se ha convertido Litchfield. “Orange Is the New Black” es una gran serie cuando hace trabajar a esos personajes en tramas habitualmente cómicas para sobrellevar los dramas personales de Litchfield y los flashbacks de Baxter aportan un extraño concepto a ese personaje supuestamente inocente con cuyos excesos y desfases siempre acababa dañando a las presas de ese correccional en el proceso. Y toda esa gran colección de historias cruzadas se centra en las casualidades y la proyección de distintos momentos, como si esa máquina del tiempo nos transportara a esos momentos que definieron a cada uno de los protagonistas. «La prisión se está convirtiendo en un grotesco experimento social», nos decían al principio de la entrega y ese choque entre guardias y prisioneras se ha transformando en algo demasiado peligroso. La idea también es que veamos los mecanismos de Gerencia y Correccionales para tratar de salir del paso, mientras el propio cadáver de Poussey sigue siendo esa macabra huella de un sistema que trata a los presos como simples cifras de cara a una cadena de producción. ¿Hemos perdido ya aquello que nos caracteriza como humanos? ¿Es el futuro negro que nos espera? Aunque Joe Caputo se convierte también en una especia de héroe que desea luchar contra ese sistema, su decisión de defender a Baxter y posicionarlo como víctima (rechazando el consejo de los abogados de la corporación) genera un motín en Litchfield. La jaula estaba demasiada llena y la decisión de colocar a Taystee como secretaria de Caputo no resultó tampoco insignificante ya que será aquella que dé la voz de alarma ante la versión oficial. En un mundo en el que falta comunicación y las diferencias son cada vez más abismales, es normal que “Orange Is the New Black” desee cerrar en el caos dejándonos en ascuas por todo aquello que va a suceder en el futuro. Una de las estrategias de los escritores siempre ha sido dar vuelta de tuerca a los personajes y Dayanara se hará irónicamente con la pistola que metió en la cárcel ese guardia psicópata. Las tornas han cambiado e incluso Judy King, que había ‘comprado’ su billete de oro para salir del lugar gracias a su silencio, se verá atrapada (literalmente) en esa horda compuesta de cuatro frentes raciales. Es posible que ante esa concepción bastante tenebrosa en la que todos los personajes se encuentran atrapados (Linda se encuentra en los baños en su primera y desafortunada primera visita a la prisión sin que sepamos si coló su pistola en su bolso), el discurso final desee ser ciertamente esperanzador. Que veamos la recuperación de Sophia Burset y su alianza con Gloria Mendoza o el extraño designio del destino dejando a una accidentada Suzanne (que quería replicar la asfixia que acabó con Poussey) con su alma gemela puede que admitan parte de una luz entre tanta oscuridad. Del mismo modo nos quedamos atrapados en esa máquina del tiempo junto a Poussey y sus aventuras nocturnas por Nueva York, siendo claves para entender que debemos que seguir teniendo esperanza en este mundo diversificado, donde todo ha acabado siendo una obra de improvisación religiosa que ha tomado las calles, donde la sonrisa de Poussey mirando a cámara es la felicidad pasada a una tragedia venidera. Todo, al fin y al cabo, es aleatorio y las máquinas del tiempo simplemente funcionan en televisión. “Orange Is the New Black” nos invita a que regresemos sobre ese universo en el que todos tratamos de reescribir un pasado a un futuro ya impuesto. Si algo nos ha dejado claro la serie de Netflix es que los criminales han de pagar por sus errores y que las prisiones no deben ser hoteles pero tampoco campos de concentración o parte de una industria que simplemente sirva para explotar a los reclusos y obtener millonarios beneficios. Muchas veces se nos olvida que la función de la cárcel y las condenas es que esas ovejas negras vuelvan alguna vez al rebaño para poder reintegrase, aunque evidentemente a ese nuevo sistema y modelo corporativo no le interese en absoluto. La idea es que el criminal vuelva a delinquir y regrese a esa nueva fábrica en la que se ha convertido la industria penitenciaria. Y no vean ese futuro tan negro porque si algo nos ha enseñado esta maravillosa serie es que (casi) todo final , por oscuro que parezca, tiene un tono naranja.
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