[SPOILERS NARANJAS Y NEGROS] La llegada de la tercera temporada de “Orange Is the New Black” a Netflix ha supuesto esa confirmación de un fenómeno televisivo-virtual que apuntó muy alto en 2013 y mantuvo el tipo en 2014. Ya en 2015 el show creado por Jenji Kohan ha vuelto a ratificar su condición dentro de ese conjunto de series imprescindibles para entender la ficción de la presente década. La adaptación del libro autobiográfico de Piper Kerman quiere llegar más lejos dentro de esa perfecta combinación de drama y comedia que tantos conflictos y variaciones ha creado en Emmys y Globos de Oro. Definamos OITNB como una tragedia social y coral, de claro predominio femenino, con explosiones de humor negro y ácido. Ciertamente esta entrega pudiera ser aquella con un ritmo más pausado pero, al mismo tiempo, más preciso para estructurar los arcos argumentales de ese gran y numeroso compendio de personajes a través de tres claros ejes: la maternidad, la religión y el corporativismo. ¿Estamos ante la República Independiente de Litchfield, Nueva York? Ese tejido y discurso se va trenzando a lo largo de estos nuevos trece episodios para formar un potente y carismático conjunto en el que no faltan cuantiosos componentes meta-referenciales cuando Cal, el hermano de Piper Chapman, apuntala ese sentimiento de la audiencia divisado desde “Can't Fix Crazy” (1x13):
Pipes, si bien me enorgullece lo malvada que te volviste en prisión, creo que sobrestimas tu grado de villanía. Aún estás en transición. No estás a la altura de Walter White… aún. Aunque te falta poco.
Ese ‘poco’ va a ser ‘arreglado’ y consumado en “Trust No Bitch” (3x13), dejando claro que Piper va a ser la versión ‘bitch’ y carcelaria que todo fan de “Breaking Bad” necesitaba tras el adiós del popular e indispensable show de AMC. Esa mutación quedó en punto muerto en la segunda temporada, centrándose más en la lucha interna de Vee y Red por el control de la penitenciaria de Litchfield y subrayando ese pasado de las reclusas como el de Rosa Cisneros junto al terremoto emocional alrededor de Piper. Aclarado todo y calmadas esas grandes arenas movedizas, ¿qué ha ocurrido para que lleguemos a este punto entre el naranja y el negro?
En esta tercera temporada de “Orange Is the New Black” no hay una gran villana como Vee (Brendan Burke) y existe un distanciamiento incluso de esa introductoria primera entrega. La mecánica ha cambiado pero no la frescura del reparto y se agradece que la propuesta de Netflix quiera ofrecer algo nuevo cada año, siendo su reciclaje otra de sus innumerables virtudes. Digamos que todo el pasado del show va a explosionar en estos nuevos capítulos. Por ejemplo, el dicho decía que aquellas «que gobiernan la cocina gobernarán el correccional» pero los tiempos han cambiado e incluso personajes que eran grandes antagonistas en la primera temporada como Sam Healy o Pennsatucky. Ambos quedaron ligados en la segunda entrega y ahora buscan algo que llene y dote de sentido sus solitarias vidas. Precisamente ese reciclaje es una de las mejores bazas de los guionistas para que los villanos se conviertan en héroes o sean protagonistas destacados para la audiencia. Para cerebro del mal ya tenemos a nuestra protagonista, ¿verdad? El paso al lado oscuro de Chapman quedó suspendido en ese habitual ‘naranja’ que se revela antes de los créditos finales. Flashback. Viajamos con ella a la penitenciara de Chicago —en un desconcertante tono kafkiano— para retomar de nuevo su relación con Alex ya que Kubra fue sido extraditado para ser sometido a un juicio. Con ese material volvimos a ese habitual juego de traiciones y mentiras de la pareja y ninguna de las dos salió bien parada. Piper se enfrentó a la soledad tras la relación surgida de su ex prometido y su mejor amiga y decidió traicionar a Alex, al estar su ex novia en libertad condicional. El resto es excusa y paranoia: Alex temía por su vida tras salir inocente Kubra por un fallo en las pruebas durante el juicio en el que declaró en su contra. Vee murió, Rosa pudo oler unos pocos billetes de un peculiar ‘atraco’ y recordar sus viejos tiempos robando bancos para morir dignamente, Alex fue detenida para regresar a la penitenciaría y Piper encontró un sentido para rellenar esa mortal soledad que emana de ese deprimente lugar. ¿Y qué nos ha dejado este presente de esta serie de culto? La cuestión para todas las reclusas, ciertamente, es aquella señalada por Poussey en uno de esos surreales grupos que forman las protagonistas: «La idea de estar aquí era escapar a nuestra realidad de mierda». Como siempre en Litchfield, todo se suele ir de las manos… y acaba en la mierda.
OITNB quiere hablarnos desde “Mother's Day” (3x01) de la maternidad ya que se va a celebrar en la prisión el día de la madre. Hay una mezcla de sentimientos, de imposibilidad, de sensación de que algo va ocurrir en esa falsa normalidad. El embarazo de Dayanara siempre ha sido fundamental desde la primera temporada de la serie pero la dramedia de Netflix quiere conjugar todo ese conflicto maternal de las reclusas con esos hijos que están fuera de esos muros que conforman Litchfield: ellas no están allí con ellos para guiarlos e incluso demostrarles su amor y, al mismo tiempo, son el perfecto reflejo del camino que no deben seguir. A través de Dayanara llegamos a Aleida y a ese futuro para esa criatura a la que le espera un destino incierto, tan incierto como el de las propias prisioneras al conseguir la libertad. Taystee ya nos reveló que al menos dentro de ese reino absurdo, deficiente y corrompido existía un orden o, al menos, la posibilidad de sobrevivir a un mundo que las va a obligar a volver a ser delincuentes para sustituir. En la salida por un error burocrático de Angie Rice veremos en parte ese sentimiento de quedar a la deriva en una estación de autobuses, como si “Orange Is the New Black” hubiera remarcado en sus flashbacks que no tiene un lugar ni hogar donde regresar. No hay tampoco rosas entre esas paredes y barrotes. O acaban tan dementes como Jimmy, abandonadas por el propio sistema penitenciario como sentencia de muerte, dejadas a un destino fatal como Miss Rosa o pudriéndose en máxima seguridad durante mucho tiempo como en los casos de Nicky Nichols o Sophia Burset. La primera es la prueba de esa incapacidad de superar sus adicciones, errores y conflictos. La segunda refleja la transfobia de la sociedad, siendo la víctima aquella que es tratada como el verdugo. Y, ciertamente, aquí aparecen algunas de esas líneas en los discursos de esta temporada, al quedar ligadas al sentido de la maternidad y el propio sistema que rige sus vidas en ese enfrenamiento entre Sophia y Rosa Cisneros por sus hijos descarriados. Se trata de impotencia… y esa impotencia les lleva a la violencia y a cometer errores. Siempre pagan justos por pecadores. La víctima, no obstante, acaba siendo el verdugo. Hay un discurso mucho más oscuro. En “Mother's Day” (3x01) Big Boo remite a Pennsatucky —afectada por sus numerosos abortos— al capítulo de ‘Freakonomics: Un economista políticamente incorrecto explora el lado oculto de lo que nos afecta’ que explica «el controvertido impacto del aborto en la reducción del crimen»:
—En los 90 el crimen cayó espectacularmente y este libro lo atribuye a la aprobación de la sentencia del Caso Roe contra Wade.
×La oscuridad del setenta y tres…
—En realidad, justo lo opuesto. En realidad, los abortos que se hicieron tras Roe vs Wade eran hijos no deseados. Niños que, si sus madres hubieran sido obligadas a tenerlos, hubieran crecido pobres, rechazados y abusados, los tres ingredientes más importantes para hacer un criminal. Pero nunca nacieron. Así que, 20 años más tarde, cuando habrían tenido la edad perfecta para el crimen, no estaban ahí y la tasa de criminalidad disminuyó dramáticamente.
׿Qué quieres decir?
—Bueno, lo que quiero decir es que eras un pedazo de puta mierda blanca drogadicta y tus hijos, de haber nacido habrían sido pedazos de puta mierda blanca drogadicta. Así que interrumpiendo esos embarazos, le evitaste a la sociedad la plaga de tu descendencia. O sea, cuando piensas en ello, es… es un milagro.
Aunque el show ha dejado claro que niñas ricas y/o aburguesadas como Nicky y Piper pueden acabar en el mismo lugar —e incluso durante toda la temporada tenemos un seguimiento mediático en una famosa, Judy King, basada en Martha Stewart— son excepciones a una regla que vamos a ver con el embarazo de Dayanara. El padre biológico de la criatura, John Bennett, huye al ver el futuro que espera a su retoño (¿desde cuándo apuntar con una pistola a tu hijo es una lección moral y paternal?) y ciertamente el desenlace en “Trust No Bitch” (3x13) nos muestra una secuencia muy desagradable ante el arresto de Cesar, remitiéndonos a esa imagen de un bebé dejado en el suelo y desatendido por su propia madre en “Mother's Day” (3x01). Tanto Dayanara como Aleida tuvieron la opción de que la madre de Pornostacho adoptara a la criatura y le ofreciera un futuro mucho más esperanzador pero retornamos a esa sensación de imposibilidad de enmendar los errores de las presas, como si la reinserción en la sociedad fuera un milagro tanto para ellas como para sus hijos… Y de milagros también va la tercera temporada de OITNB. La religión se va a entrometer de nuevo en los argumentos de la serie pero esta vez con un componente ácido y paródico. Con la llegada de los chinches en “Bed Bugs and Beyond” (3x02) los colchones e incluso todos los libros son quemados —menos uno que no debe ser nombrado en los límites del humor—. Joe Caputo descubre en ese momento que Litchfield va a ser cerrado y su amante ‘fangs’ le ofrece una solución mediante la venta a una empresa de prisiones. Todo va a ser reestructurado y aquí aparece el concepto del corporativismo aplicado a un delicado asunto social como bien pudiera ser la reinserción de los criminales. La cárcel está para eso, ¿no? ¿O aquello que nos va a indicar OITNB es que también ha acabado siendo un modelo de negocio en el lado más oscuro y tenebroso del capitalismo? El correccional de Litchfield siempre ha sido dirigido por el absurdo burocrático pero surge una comedia negra repleta de cambios en el personal con nula formación, recortes en todos los ámbitos, despidos a la vista y la utilización de las propias reclusas como mano de obra barata a la que explotar. Ese conjunto se va a tonar en un drama social con toque de humor cruel y ácido cuando los amos corporativos deciden cambiar la comida por alimentos empaquetados para abaratar costes. Únicamente importan los números, nunca las personas. E incluso los empleados que ven peligrar sus puestos y condiciones de trabajo deciden sindicarse. Caputo va a estar entre ese mar de frentes y descubrir su pasado va a revelarnos a una buena persona que ha sido víctima siempre en su vida por su condición. ¿Le hará cambiar ser el amante de la pérfida Natalie Figueroa y esta vez comenzará a pensar en sí mismo antes de que le vuelvan a dar literalmente por el culo? Todo ese maremoto de cambios nos lleva a la introducción de la religión ya que la comida de las reclusas judías es un preciado tesoro y, ¿quién no quiere ser judía? Con otro culto emergente, volcado en los milagros de la silenciosa Norma Romano, llegamos al sentimiento religioso de todos los personajes, introducido en pequeños flashbacks, donde finalmente comprobamos que la broma es detenida por una bofetada cuando el Islam hace acto de presencia… o un doble de Jesús vomitando y atrapando a un pequeño en la puerta de una iglesia… o una experiencia sobre el misticismo del ateísmo si es que existe tal concepto. Es normal que los guionistas aprovechen para sacar un afilado cuchillo y diseccionar su discurso gracias a esos chinches que se comen ese libro que no debe ser tocado ni nombrado. O, tal y como nos revela la transformación de Cindy Tova Hayes, uno puede llegar a la religión por la comida y encontrar a su propia gente y preciada epifanía negada desde su infancia. O volverse una loca fanática devota por una tostada en la que dices ver la cara de una divina y milagrosa figura… Ciertamente, la religión es el soma y artificial esperanza de la sociedad.
En “Trust No Bitch” (3x13) se suman todos los elementos anteriores y aparece un gran milagro que nos lleva al paraíso antes de plantear el infierno que supondrá la cuarta temporada de “Orange Is the New Black” para todos y todas las protagonistas. El show no es solamente Piper y Alex sino que han tratado de dar salida emocional y romántica a personajes tan (auto)castigados como Lorna Morello, dibujar una historia de amor imposible entre Red y Healy o incluso burlarse de “Crepúsculo” y “Cincuenta sombras de Grey” en un relato que combina la ciencia ficción con el sexo escrito por la indispensable Crazy Eyes. La emergente autora, que dará rienda suelta a su imaginación gracias a una nueva psicóloga en el centro, tendrá problemas con el fan-fiction, su virginidad puesta a prueba por Maureen Kukudio e incluso con la polémica por basarse en personajes de carne y hueso. Healy también se va a enfrentar con esa nueva psicóloga, dejando claro a través de los sucesos que le ocurren a Soso que es un pésimo profesional… aunque todo tiene explicación desde su tierna y traumática infancia con una madre loca de atar y el olor de las bilis de Jesucristo sobre su alma. Siempre existe una lectura positiva en todo el asunto. Nuestras chicas afroamericanas, por ejemplo, van a adoptar a la asiática que sobrevive a un intento de suicidio y también nos regalan muchas perlas sociales en esa conjugación sobre el judaísmo (y su utilización del Holocausto) y la raza de color (y su utilización recurrente de sus penurias cuando la esclavitud estaba vigente en EEUU para justificar sus actos). Aquellos que defensores de los límites del humor y la crueldad deberían aprender de lo ofrecido por Cindy, Poussey y compañía. Se puede (y debe) hacer humor de ciertos tabús. Y dudo que nadie se atreve a acusar a OITNB de antisemitismo o racismo… Todo lo contrario.
El fichaje de Ruby Rose no ha sido simple postureo ya que su personaje es fundamental ante el distanciamiento de Piper y Alex. La segunda se encuentra completamente paranoica al saber de antemano que Kubra mandará alguien a matarla. La llegada de Lolly Whitehill, a la que conocimos en el viaje de Piper a Chicago, mantendrá viva esa línea de suspense hasta que Piper decide ser Alex y ceder al mundo criminal con ayuda de su hermano y esposa. Piper utiliza las bragas de los amos corporativos para vender a depravados por internet la fragancia del sexo de las reclusas. «Fair pay for skanky pants (Paga justa por las bragas sucias)» está condenada a ser una de las frases seriéfilas de 2015 y vamos a ver esa metamorfosis de Piper Chapman en Walter White se salda con varias crisis tanto con la Flaca como con una traición que pondrá a prueba su situación como cerebro criminal dentro de Litchfield. Tiene ayuda de la más veterana mente criminal del lugar (Red) pero será ella misma la que nos revele el sentido de la venganza y su condición ya tatuada en la piel que da título a season 3 finale: no confíes en ninguna ‘bitch’. Y Piper ya es la más ‘bitch’ de lugar… Hasta el infinito y más allá. Piper estaba dispuesta a compartir todo con su nueva amante, interpretada por Ruby Rose, pero ésta vio la oportunidad dorada para disponer de dinero ante su inminente salida. Piper conoce la penitenciaria y sus secretos como la palma de su mano y utiliza esos objetos para poner a aquellos que la roban o la traicionan en un lugar donde nadie quiere estar. Y de ahí hasta el infinito a más allá… El destino de Alex bien pudiera ser más oscuro. El asesino a sueldo que acabó con Fahri hace acto de presencia en el invernadero para revelar que la paranoia de Alex tenía su sentido y que Litchfield se ha convertido en un gran absurdo del corporativismo en el que cualquier violador o asesino puede ser contratado de la noche a la mañana. Ese cliffhanger nos deja esa venganza (para nada sueca) sobre la perspectiva de la posible muerte de uno de los personajes principales. OITNB ha crecido y tiene su backstory para lidiar con el fanservice. Un cameo de Rosa Cisneros o la mítica gallina nos lleva al milagro. Ante el cambio del vallado (y secreto desvelado) —junto a la huelga de personal— nos vamos a la revelación de Norma, abriendo el camino, cual Moisés, para llevar al paraíso a todas las reclusas. Son libres en ese lago, aunque sea como una breve catarsis dentro de la frase de Poussey: «La idea de estar aquí era escapar a nuestra realidad de mierda». En ese arrebato de libertad y punto final a ese gran tour de force que nos ofrece “Orange Is the New Black” llega la jugada maestra y posicionamiento para la cuarta temporada. Los colchones llegan… pero junto a la instalación de literas y muchas más presas. La cárcel también se ha convertido en un peligroso modelo de negocio y el corporativismo en la más peligrosa y radical secta de esa religión llamada capitalismo. «Todo tiene un fin, incluso la cárcel», nos dijeron en el pasado del show y, ahora, entendemos el concepto: el fin es simple dinero. ¿Al sistema le interesan más criminales, más madres que los engendren y que ellas mismas sean delincuentes que no puedan cuidarlos ni guiarles al estar entre rejas? Y ya el Caso Roe contra Wade no podrá salvarnos: los criminales y ese círculo vicioso ya están aquí. Todo está perdido y la serie de Netflix emerge como una gran alegoría de esa otra prisión en la que se encuentra atrapada la sociedad. No obstante, dicen la que fe mueve montañas. Comprobaremos en la próxima entrega de OITNB si es un mito como esa gallina eterna que todavía sigue campando allí.
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Dios! me encata esto. Terminar de ver la tercera temporada y luego leer tu review.
ResponderEliminarAmigo, que pena que no tengas las reviews de todo Breaking Bad, pero aún así me conformo con las que hiciste. Y esto del capitalismo es una excelente lectura: ¿Al sistema le interesan más criminales, más madres que los engendren y que ellas mismas sean delincuentes que no puedan cuidarlos ni guiarles al estar entre rejas?
Todo indica que tenemos serie para rato, y yo estoy condenado por un buen tiempo a esperar la cuarta temporada. Pero como dicen en la carcel: es dificil dejarla una vez que eres libre, pues el mundo de afuera te resulta tan extraño y hostil que prefieres morir que enfrentarlo.
Saludos, gracias por aclararme algunas cosas.