domingo, 21 de junio de 2015

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It Follows: Charada

“It Follows”
Director: David Robert Mitchell
EEUU
2014

Sinopsis (Página Nocturna Film Festival):

“It Follows” es una película de terror y suspense que ha sacudido y modernizado los viejos tópicos del género, sin perder un toque clásico que los aficionados no veían desde hace décadas. Las pesadillas adolescentes, los demonios interiores, el asesinato y la paranoia adquieren un nuevo significado de la mano del guionista y director David Robert Michell, que nos ha vuelto a mostrar las mejores esencias del cine de terror. Para Jay (Maika Monroe), de 19 años, el otoño debería consistir en ir a la escuela, salir con chicos y los fines de semana en el lago. Sin embargo, tras un encuentro sexual aparentemente inocente, empieza a tener visiones horribles; no consigue librarse de la sensación de que alguien o algo la persigue. A medida que la amenaza crece, Jay y sus amigos deben escapar de alguna manera del terror que les sigue los pasos.

Crítica Bastarda:

Quien diga que el género de terror ha muerto es que no ha sido testigo de muchas de las reformulaciones —filtradas por el homenaje— de los últimos años… y olvídese de zombis y vampiros. Los primeros tuvieron su momento al comienzo del Siglo XXI con ese póquer de ases que conformaban “Amanecer de los muertos” de Zack Snyder, “28 días después” de Danny Boyle, “[•REC]” de Jaume Balagueró y “Zombies party” de Edgar Wright. El mainstream (Guerra mundial Z) no ha hecho justicia a ese legado salvo en su supervivencia en televisión gracias a The Walking Dead, “In the Flesh” y “Les Revenants”. Los segundos acabaron su vida eterna ante tanta succión ‘teenager’ de La saga Crepúsculo, “Crónicas vampíricas” e infinidad de copias bastardas y únicamente hallaron el néctar en el fetichismo de la metafísica que les propició Jim Jarmusch en la estupenda “Sólo los amantes sobreviven”. Más allá del intento de rescatar el ‘Grindhouse’ —por parte de Robert Rodriguez y Quentin Tarantino— en la presente década el sentimiento de vitalidad llegó por vía de la meta-disección (La cabaña en el bosque), la consideración al gore y la perturbación del psicópata (“Found”), el fanservice con toneladas de comedia negra (“Tucker & Dale contra el mal”), la gran culminación del found-footage (“V/H/S/2”) o el funcional retorno a los 80 de Joe Cornish (Attack the Block). Balagueró se atrevió invocar a Polanski en “Mientras duermes” e incluso James Wan halló en Expediente Warren: The Conjuring el más certero recopilatorio a su propia cinematografía de fantasmas, casas encantadas y posesiones. Otros hablarán de “Babadook”, “The lords of Salem”, “Tú eres el siguiente”, “The Battery”, “The Sacrament”, “Maniac” o “Excision” entre otras muchas aportaciones que desvelan que en la presente década el género sigue vivo y coleando. “It Follows” es la enésima confirmación de que todavía el terror es capaz de alcanzar nuevas cuotas de culto y calidad, de talento y genialidad.


David Robert Mitchell no ha inventado nada porque en el género ya no queda nada por inventar: siempre se ha inspirado en ancestrales temores del ser humano. En “It Follows” simplemente ha conjurado la “La noche de Halloween” de John Carpenter junto a “El ente” de Sidney J. Furie con ese sentimiento de una letal y demoníaca amenaza desconocida sin un rostro real que sugería “Asesino invisible” de Elliot Silverstein. El director quiere ir un poco más lejos homenajeando y citando como referencias que abarcan desde “El enigma... de otro mundo”, “La mujer y el monstruo”, “La noche de los muertos vivientes” o “El resplandor”. Esa retrospectiva es premeditada ya que Robert Mitchell nos sumerge en un mundo que combina el anacronismo con la atemporalidad, que nos envía directos a un viaje a un extraño universo alternativo ochentero donde únicamente pasan por televisión malas y viejas películas de ciencia ficción (“Asesinos del espacio” y “Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas”), donde no hay smartphones, ordenadores ni internet pero sí sugerentes eBooks. Todo se reduce a disponer de Carpenter como gran eje para pivotar la puesta en escena, la banda sonora (Disasterpeace) y e incluso el mimetismo y perfección en la dirección con lentos zooms, planos fijos o panorámicas de 360 grados. La intención de “It Follows” es dirigir ese suspense en su propia y malsana atmósfera, cual foco reflectante, sobre el público por encima de esos desconcertados personajes. Hay que despertarse, huir… o morir. El espectador no es que hubiera perdido ese sentimiento de pavor ante una amenaza invisible ya esa incertidumbre es inherente y el concepto de una presencia sobrenatural —lenta y persistente como un zombi clásico romeriano, que es capaz de mutar en cualquier forma humana— es claramente alegórico. ¿Esa pesadilla simboliza que el terror no tiene forma o es una representación de la muerte desde la pérdida de la adolescencia —remarcada en esas citas literarias— o el temor social y claramente psicológico a un embarazo no deseado (o infección) tras el sexo? 


El director se ciñe al género, a ese slasher adolescente muy cercano a “Pesadilla en Elm Street” de Wes Craven, donde un grupo de amigos decide enfrentarse a una intangible pesadilla con un plan completamente absurdo y suicida. Incluso nos somete a la paranoia de su protagonista sin que sepamos distinguir en ciertos momentos si sus visiones son ‘reales’ o simple producto de su maltrecha imaginación. ¿Es que alguien puede explicar la aparición de ese inmóvil y provecto hombre desnudo en el tejado de la casa de la heroína? Esa incomodidad por una amenaza inevitable articula el propio mecanismo de tensión, como si el suspense fuera la propia espera ante una amenaza que utiliza conceptos sexuales freudianos respecto a los progenitores, que somete al deseo sexual tanto a ese súcubo cambia-formas como aquellos que hacen tiempo hasta la aparición de la sobrenatural presencia. El minimalismo de “It Follows” viene generado desde su propia premisa, como una gran maldición engendrada en un concepto de enfermedad de transmisión sexual: el rito femenino para prepararse ante una cita, la invocación frente al espejo, el resplandor de la juventud y la lenta agonía ante el adiós de la virginidad. Precisamente considero que la propuesta de David Robert Mitchell queda retratada en sus primeros compases hasta la primera aparición de esa presencia ‘desnuda’, claramente representativa de la madurez femenina e incluso siendo una proyección al futuro (y vejez) de la propia protagonista. El prólogo (¿o tal vez epílogo?) ya nos revela las armas del cineasta, desde esa panorámica que introduce en un plano secuencia a una joven acosada por una amenaza invisible; que rehúsa la ayuda de personas que están a su alrededor (incluido su padre), que huye en un coche hasta una playa para esperar su fatal destino. La introducción respecto a la vida de la protagonista nos habla de un despertar pero también de esa liturgia a golpe de carmín para tener una cita en un cine, donde previamente hemos divisado la nostalgia televisiva a golpe de blanco y negro. Que en esa sala se proyecte “Charada” es un macguffin más allá del título propuesto—y algún guiño al film de Stanley Donen— y la llegada de ese peligro invisible dentro de ese juego que plantea Robert Mitchell con la audiencia. Todo ese conjuro fílmico e incertidumbre respecto a la proyección de una cinta en una gran sala con público —y sus múltiples adornos y ornamentos como esa preparación de una música en directo durante la proyección— nos remite a un enfrentamiento entre lo diegético y lo extradiegético, de lo real y lo paranormal. Comienza nuestra otra película pero fuera de ese cine



Llegamos a la unión del punto de vista de la protagonista con el propio espectador, como si esa maldición también nos hubiera sido contagiada a nosotros y fuéramos portadores. Precisamente somos el objetivo del cineasta, esa conexión entre un plano en el que un ‘caminante’ se dirige al restaurante donde cenaba la pareja del comienzo de la cinta (Hugh y Jay) y la secuencia final en la que Paul y la heroína son ‘seguidos’ por un desconocido. Esperamos un contraplano que es suplantado por los créditos finales. No hay respuestas salvo ese suspense trasladado fuera de la pantalla. Posiblemente nos interesa más la metafísica que ese terror lento pero implacable: nada es inevitable tanto para aquellos que están atrapados en esa película como para los que la observamos. Esa muerte que camina también seguirá nuestros pasos. Vendrá a por nosotros. Y nadie está a salvo… 

NOTA: Existe una línea de debate sobre uno de esos planos finales en lo que vemos a Paul en su coche mirar a un par de prostitutas. ¿No era la primera solución por la que tenía que haber optado Hugh (Jeff)? ¿Serviría de algo? ¿No existen conflictos morales por convertirse en ese momento en un gran asesino en serie de manera indirecta? ¿Fue tal vez una meretriz el origen de todo? ¿Quién es el paciente cero y germen de la maldición? ¿O todo ese conjunto no reincide en ese discurso y alegoría sobre las enfermedades de transmisión sexual? Realmente no importan las respuestas sino los objetos a la pregunta: ¿Quién es seguido? ¿Logrará alcanzarlo su perseguidor? He ahí la gran cuestión y el gran suspense de una gran película.

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