“Elle”
Director: Paul Verhoeven
Francia / Alemania / Bélgica
2016
Sinopsis (Página Oficial):
Michèle, una exitosa ejecutiva de una empresa de software, busca venganza tras ser asaltada en su propia casa por un intruso.
¿Cómo adentrarse a plasmar una violación dentro de una ficción y película? ¿Es posible no generar un debate en tiempos en los que todo ha de ser tan invisible como políticamente correcto? Paul Verhoeven siempre ha tratado a sus personajes como objetos, desabrigándolos de sus conflictos más emocionales para guiarlos a través de necesidades básicas sin importar el efectismo que retrate las mismas. Desde la lujuria al deseo pasando por la venganza, la búsqueda de la identidad (o realidad) o la simple supervivencia en los claroscuros de un idealizado mundo que no es tal. El director neerlandés era conocedor que tal acercamiento a un asalto sexual, desde el anterior prisma, pudiera ser considerado tan superficial como banalizar un tema tan delicado para sociedad actual como la violencia de género. La sinopsis de “Elle” invita a la desconfianza, valiéndose de una proposición digna de un telefilm de sobremesa sin demasiadas expectativas. Pero, no obstante, el largometraje decide inocular un concepto netamente cinematográfico a través de la propia e implícita oscuridad de la sala de cine y dejar al otro lado de la pantalla la asimilación de esos ruidos que nos introducen y asientan la premisa. La mirada se reproduce sobre la de un gato, contraponiendo al espectador a los ojos de ese felino que acaban siendo los nuestros. Vivimos impasibles y expectantes, desde nuestra presunción y posicionamiento en la butaca, la cruda violación que sufre la protagonista por parte de un desconocido enmascarado. ¿Se trata de una burla y crítica respecto a esa domesticada sociedad inerte y pasiva cuya única funcionalidad es simplemente observar sin que pueda alterar la desagradable escena? Una vez que el espantoso acto finaliza, Michèle Leblanc (Isabelle Huppert) se recompone de sus cenizas y toma el control absoluto tal y como remarca el conflicto de su personaje: ella decide en todo momento quiénes pueden encontrarse a su alrededor y qué tipo de relación son capaces de establecer. Como un colosal agujero negro, Michèle atrae a cualquier elemento a su potente disco de acreción y lo moldea a sus intereses o, simplemente, lo absorbe y destruye si lo cree conveniente en ese olvido interior del que no puede escapar nada ni nadie. Incluido nosotros. La frialdad del personaje se corresponde con una asociación a través de Huppert y el consecuente baño del ‘pecado’ tras la violación, en el que la sangre a través del sexo, hace acto de presencia para enlazar con Erika Kohut de “La pianista” de Michael Haneke. Ese vaso comunicante sirve al propio Verhoeven como una declaración de intenciones para que su heroína decida seguir con su vida sin ignorar el ataque del que fue víctima pero, por contrario, sin permitir a ese instante que tome el control sobre su vida. Mientras que Erika se perdía en su propia represión sexual y autodestrucción, Michèle exterioriza sus emociones a través de una durísima, mordaz y seca sinceridad, tan cruel y afilada como un arma arrojadiza. Pero, sin embargo, sigue manteniendo sus propios secretos que impiden que pueda liberarse. Y el asalto sexual se convierte en uno nuevo con el que comenzará a desenterrar el resto. Es hora de renacer y encarar otro nuevo peligro.
“Elle” no desea ser una revisión bastarda de un planteamiento del autor de joyas como “La cinta blanca” o “Amor” sino que el director de “Desafío total” o “Showgirls” es conocedor de cómo saltar sin red para entablar un diálogo entre un thriller prototípico como eje primordial de una comedia ácida y muy negra sobre la sociedad contemporánea y las necesidades un tanto pervertidas, masoquistas y depravadas de la burguesía. El film bebe de referencias ilustres como de algunos aspectos de la filmografía de Claude Chabrol e incluso de Buñuel para retratar de un modo cínico y satírico esos indiscretos encantos de la opulencia que estigmatiza la sociedad actual más hedonista y despreocupada. ¿Nos cuenta acaso Verhoeven que nos hemos hartado del sexo ‘normal’ y, tras haber asimilado el mismo, estamos condenados a la ambigüedad e indagar en su lado oscuro autodestructivo? El film admite una retorcida visión respecto a una estructura clásica alrededor de una historia de venganza como una lectura sobre el precio de vivir rodeada de monstruos con distintas y variopintas caras y en aquello en lo que hay que transformarse para sobrevivir. Michèle decide actuar y no denunciar el acto, mezclando de nuevo la peliaguda controversia de no convertirse en esa víctima que la sociedad decreta cuando la policía hace acto de presencia y sella una denuncia. Ella reniega en todo momento de seguir un guion coherente y predefinido, ya que apartaría al personaje de ese control absoluto que desea y que obtiene habitualmente a través de su propia sexualidad. Ese arriesgado elemento personal sirve al cineasta para narrar la crónica de una anti/heroína con la que espectador no empatiza, que se dispone y se prepara para un nuevo encuentro con su violador, comprando espray de gas lacrimógeno, un hacha e incluso aprendiendo a disparar un arma de fuego. Su investigación es, de nuevo, propia e intransferible, enlazando con su propio discurso que permite al personaje resolver sus propios problemas alrededor de su vida sin que desee marcar un ejemplo al otro lado de la pantalla. Ella es… ella. Siguiendo el camino del género, “Elle” se ciñe a la presentación de varios sospechosos mientras que Michèle flirtea con variopintas fantasías que van desde la idea de haber asesinado a su atacante en la agresión inicial hasta una vuelta de tuerca sorprendente —e incluso cómica— para arrastrar al espectador a un torbellino de polémica y trasgresión ideológica. Tal vez, aquello que desea plasmar Verhoeven es que la violación va a ser trivializada por una sociedad que ha vulgarizado y simplificado todo a niveles del absurdo y, sobre tal dinámica, la cinta introduce ciertos aspectos psicológicos, sociales y familiares con los que recrear un gran todo alrededor de esa absorbente oscuridad bajo un tono de pretendida comedia.
A medida que avanza el metraje vamos descubriendo quién es realmente Michèle Leblanc y continuamos añadiendo información respecto a los círculos que componen su existencia. Desde la familia a amigos íntimos, vecinos o subordinados de su trabajo, el personaje va estrechando el cerco a su investigación revelando el poder y magnetismo de una poderosa moraleja: ten cuidado con lo que deseas. Y, en cierto modo, el deseo se entromete en la narración como núcleo fundamental de los conflictos de los personajes, expectantes de encontrar a otra persona que los complemente y les permita seguir adelante. El libreto de David Birke, adaptando la novela de Philippe Djian, nos ofrece un catálogo de seres imperfectos y humanos, que cometen equivocaciones en las que no existe un lugar de retorno. Y nadie está libre de pecado salvo del único personaje que rinde cuentas a Dios y que arrastra su propia penitencia en paralelo como un objeto lejano de ese contexto que rentabiliza finalmente Verhoeven en su acto final. Desde esa imposibilidad de regresar a un tiempo anterior se articula una historia en la que todos acaban siendo víctimas del propio sarcasmo e ironía de la vida, sin poder evadirse de la propia telaraña que han construido a su alrededor. El autor de “Delicias turcas” nunca había alcanzado una elegancia tan sobrenatural al controlar los tiempos y equilibrar la comedia ácida y un thriller social y familiar, tan penetrante como el filo de un incisivo bisturí. La propuesta se recrea, además, en la monumental interpretación de Huppert y los matices que consigue ejecutar con un material tan complicado, como la evolución de una violación a una medida y depravada fantasía sexual. También existe otra lectura sobre la posibilidad de que la tragedia (e incluso cometer o presenciar un crimen iniciático) desprende al individuo de cualquier halo inmaduro y lo integra en ese mundo ambiguo. Esas maniobras controvertidas se amoldan a la perfección al introducirnos, como un minino en casa de su nuevo dueño, en ese universo en el que los videojuegos han de ser los más violentos y sexuales posibles. Vivimos en tiempos en los que las personas de un día a otro pueden cometer las mayores y más sangrientas matanzas de un país o en los que nos convertimos constantemente en víctimas de nuestros propios deseos (y los de otros). La hipocresía de la propia burguesía se trasladada a Michèle Leblanc y esa bisagra y contraposición que ofrece un acto del pasado que rompió el matrimonio y del que se arrepiente su ex esposo, ubicando al espectador como juez de ese cuestionado personaje incapaz de establecer palpables lazos emocionales con otras personas y que utiliza a las mismas para completarse. Los fuegos artificiales tampoco se hacen esperar ya que el discurso se adentra en la propia controversia que genera el relato. ¿El control de la violación supondrá el final de la sumisión y la misoginia? En realidad, “Elle” traslada distintos matices de los personajes femeninos para hacerse con el dominio de los hombres a su alrededor. Tal acto, permite al autor para modular una visión acerca del feminismo y la feminidad. La pregunta para trazar una lectura satisfactoria de tan perturbadora y fascinante película debería ser si las propias víctimas asimilan su condición por imposición de la sociedad y quedan recluidas en tal estado de aprensión y eterno terror en su interior, marcadas sin la posibilidad de controlar la situación y su propia supervivencia. La víctima es confundida muchas veces como responsable y el film integra tal alegoría tanto en el relato como en el discurso. Desprenderse de la humanidad tal vez sea el precio para sobrevivir en un mundo de monstruos, parece decirnos la cinta, donde el enfoque psicológico se apodera en todo momento de esa pantalla en la que observamos como nuestra mirada felina se transformar en una visión censora. Trasladando esos conflictos repletos de tormento y angustia a nuestra propia incomodidad frente al relato, queremos alzar la voz pero, en ese preciso momento, nos damos cuenta de que estamos en manos de Michèle Leblanc. Ya solo somos títeres de ella, estamos en manos de Elle.
Reseña redux de la publicada originalmente en Cinema Ad Hoc.
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