“A propósito de Llewyn Davis”
Título original: “Inside Llewyn Davis”
Directores: Joel Coen, Ethan Coen
EEUU
2013
Sinopsis (Página Oficial):
“A propósito de Llewyn Davis” cuenta la vida de un joven cantante de folk durante una semana mientras navega por la escena folk del Greenwhich Village neoyorkino en 1961. Llewyn Davis (Oscar Isaac) se encuentra en una encrucijada. Con la guitarra a cuestas y protegiéndose del implacable invierno neoyorkino, lucha por convertirse en un músico de éxito, para lo cual deberá salvar obstáculos supuestamente insuperables, alguno de ellos creados por sí mismo. A expensas de amigos y de extraños, rascando el poco trabajo que encuentra, las desventuras de Llewyn le llevan de los bares del Village a un club vacío de Chicago en una odisea por tocar ante el magnate de la música Bud Grossman, y de vuelta otra vez. Con música de Isaac, Justin Timberlake y Carey Mulligan (el matrimonio amigo de Llewyn en el Village) y de Marcus Mumford y los Punch Brothers, “A propósito de Llewyn Davis” —al estilo de “O Brother!” nos transporta a una época y a un lugar distintos. La cuarta colaboración de los hermanos Coen con el productor de música T-Bone Burnett, ganador de un Academy Award® y de varios premios Grammy, es una historia épica a escala íntima.
La película se convierte en una canción repleta de sentimiento, ironía y desventura encapsulada sobre líneas y más líneas circulares, sobre un gran telón negro que acaba siendo un vinilo con la portada de la vida soñada del protagonista. “A propósito de Llewyn Davis” es el futuro para acabar con todas las toneladas de mala suerte y negror en surcos que realmente atrapan su objetivo. El destino de la desgracia está grabado y mezclado, estampado en una sola cara y es el patrón de cada día de adversidad. ¿Conseguirá Llewyn Davis escapar de su propio disco, vida y película? ¿Logrará expulsar todo ese sentimiento pulido milimétricamente en líneas circulares que giran alrededor de un mecanismo inamovible y que sentencian su destino?
Los hermanos Coen son esa afilada aguja suspendida sobre la que pasa un guión hecho vinilo, hecho canción, en la que todo aquello que es la vida gira todavía en un lugar a determinar, sin saber si entre la elipsis existencial despertaremos en el mañana o el ayer. El (mal)vivir pasa por un sofá, por desconectar de un mundo gélido en que no hay ningún enlace con sus habitantes incluso por encima de la biología o el supuesto amor, caminando por unas calles que no son suyas con un gato sin nombre (ni sexo), cabalgando por estaciones y carreteras desconocidas con extraños forasteros y en el que solamente queda la música para exorcizar esos demonios interiores. Aunque no queda nada porque no hay nada que contar en una canción que quedó atrapada dentro de un sueño que ella misma construyó, donde el artista da la impresión de estar por encima de todo cuando sobresale de ese escenario que marca un pulido y afilado guión, montaje y dirección.
Que “A propósito de Llewyn Davis” conecte con “O Brother!” (T. Bone Burnett y Ulises) no es de extrañar en esa filmografía también circular donde se dan cita paralelismos de “Barton Fink” y de cualquiera de sus road-movies y singulares pasajeros. Podemos situarnos en el punto de vista del productor, el Sr. Grossman (F. Murray Abraham), y mirar directamente a la cara de ‘la película’ y decir no vemos mucho dinero en todo el asunto. Es arte es estado puro y puede ser diseccionado, mutilado y enmascarado para fines comerciales y conectarlo directamente con el público; enlatado para el disfrute de esa audiencia entregada a letras frívolas, pasajeras y cegado por sonrisas, destellos y mitos. Y precisamente al final de todo aparece un gran cuento de invierno, donde nuestro trovador nos cuenta su historia mientras canta y da el relevo a aquel que será leyenda. Él no es el protagonista de su propia historia, es el Tony Wilson de esta década cinematográfica. No hay ninguna concesión emocional en ese punto muerto en el que estará atascado perpetuamente su antihéroe, como si toda la cinta fuera consciente de ser ese vinilo que se repetirá una y otra vez a lo “La rosa púrpura del Cairo”, como si la vida y muerte fueran las dos caras del mismo disco, de esa melancólica, carretera sin ruta y, en definitiva, canción de folk.
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