Deadwood: Bienvenidos a Deadwood

Antes de ver esta excelente serie castrada (por y) de la HBO debe tener en cuenta:

— Si Al Swearengen te quiere muerto y te encuentras a menos de metro y medio eres un cadáver desangrado.

— El consumo medio de alcohol por habitante de Deadwood es de cuatro litros al día.

— El índice de mortalidad es el 10% en las minas y del 40% en el pueblo. Del 95% si eres enemigo de  Al Swearengen.

—  El oro vale más que la vida y que varias vidas.

—  Si eres proxeneta y narcotraficante, en Deadwood llegarás lejos.

— Poder, respeto y autoridad valen menos que un cuchillo y una buena estrategia.

— Los chinos, por la puerta de atrás.

—  Las manchas en el suelo de sangre salen frotando con fuerza y perseverancia.

— Nadie decía ‘cocksucker’ ni ‘fuck yourself!’ en aquellos tiempos pero queda tan bien…

Es triste escribir sobre lo que fue y nunca terminó, sobre aquello que vimos, sentimos y nos hizo dilatar nuestro corazón para dejar un hueco allí y que nunca supimos cómo acabó. Las leyendas escriben su historia por lo que otros cuentan de ellas. Sus méritos son los de otros. “Deadwood” es leyenda desde que la HBO la cancelase rescindiendo los contratos de sus actores. Fue un golpe bajo, digno de las intrigas y golpes de efecto de los protagonistas de la serie. Rumores sobre dos películas, discusiones en el  número de episodios extras que le daban a David Milch para cerrarla y las brumas del tiempo que dejan la historia atrás. Los 36 episodios que vivimos forman parte de un mito.  De una de las grandes series que parió la HBO y que fue desterrada de la posibilidad de tener, al menos, una temporada final como “A dos metros bajo tierra”, “The Wire” y “Los Soprano”. Un epílogo y despedida que quedó en los extras, a modo de documental, que explicaba y concluía la vida de todos sus protagonistas.

GEM SALOON

El plano final de la serie en el último episodio de la tercera temporada correspondía a Al Swearengen limpiando sangre de su suelo con alevosía, ganas y fuerza antes de un fundido a negro. Es como tenía que hacerse. La única manera de borrar el pasado y dejar atrás uno de más crímenes cometidos. ‘Ve a decirle algo bonito’, decía… Digamos algo bonito a “Deadwood”, a esa leyenda de la vimos belleza que nos arrebataron y que formará parte de lo que nunca fue.

Hubo otros enlaces: en el episodio que cerraba la cuarta temporada de “The Wire” aparecía un fragmento de uno de los populares ‘cocksucker’ de Al Swearengen. Y es ahí precisamente todo aquello que definía una gran serie como “Deadwood”. El anacronismo del insulto que lo enlazaba con nuestros días: en la serie se emplearon 2980 ‘fuck’ y derivados y un personaje mítico y monumental interpretado por Ian McShane. La filosofía del villano que acaba siendo un héroe temido, admirado y showman del espectáculo es conocer a su enemigo para rebanarle el cuello si es necesario.

PISTOLEROS RÁPIDOS

Porque hablar de “Deadwood” es hablar de personajes y de su extraña interrelación. Por ejemplo, Alma Garret y Al apenas mantienen contacto físico y eso que el hotel y posterior casa donde se aloja están a  menos de cien metros. Y esas extrañas conexiones les convierten en antagónicos o aliados en cuestión de tramas o intereses. La línea que separa el amigo del enemigo, el villano del héroe es tan absolutamente tan delgada, invisible y traspasable que los personajes se entienden como almas errantes que desean sobrevivir en un ambiente hostil plagado de intrigas.

Desde el psicópata humano en una manada de lobos hasta el confabulador nato todos los personajes y protagonistas parecen perdidos en una tormenta que sería caótica si no hubiera un mástil llamado que regenta el salón Gem.

Wild Bill Hickock

Entre la realidad y la ficción, entre la leyenda y la sutil diferencia por la creación del mito, entre el barro y el sabor a sangre y pólvora. Porque en “Deadwood” hay pocos tiroteos que desvinculan la serie del género, hay intensidad por el odio y el beneficio (mutuo, conjunto o individual), el cuchillo queda afilado para apuñalar y segar vidas. Hay entretenimiento monumental por humor negro y afilado, por socarronería y devoción, por risas entre la tragedia y la locura. El mundo que nos presenta David Milch es un nido de ratas hambrientas y deseosas de devorarse entre ellas e incluso a sí mismas. 

COCKSUCKERS-GO!

Un caballo salvaje galopa y emerge de las profundidades del bosque. Llega la civilización, la violenta fiebre por el oro, la avaricia del deseo, la cuenta atrás de un reloj de arena con pepitas sangrantes y costosas. El apetito de las bajas pasiones, sinuosas curvas hundidas en el fragor del un baño purificador de pecados, del placer pagado por cinco dólares hasta los efluvios etílicos a golpe de lingotazo. Lingote y barro, barro y sangre mezclada con el lento galope de un caballo que mira el nuevo florecimiento urbano. Las leyendas se marcan a golpe de imprenta, en el reflejo de lo que nunca fue y siempre ha sido. Bienvenidos a Deadwood.

LOS TIEMPOS CAMBIAN