Un día como hoy, hace 50 años, el corazón de Norma Jeane
Mortenson dejaba de latir. Tal vez tiempo atrás ya lo hizo y ni ella misma
se diera cuenta. Porque esa joven tan maltratada por la vida se convirtió en un
mito inmortal, en Marilyn Monroe, en una muñeca de cera y maniquí que se
consagró en el séptimo arte dejando en su alma el legado de un icono. ¿Es esa
la mayor inmortalidad que puede alcanzar el ser humano?
Siempre se ha planteado, desde un punto de vista espiritual y
supersticioso, que cada fotografía roba un fragmento del alma humana. Marilyn
fue (y sigue siendo) la mujer más fotografiada de la historia y, al mismo,
tiempo la más copiada y clonada a lo largo de estos 50 años… sin que pudieran
alcanzar más que un parco parecido artificial. Siempre fue y será la estrella y
diosa más imitada y, paralelamente, en cada una de esas injustas reproducciones
vive una chispa de su alma que nos recuerda su mito.
El ser humano siempre ansia la esperanza y tal vez necesitemos
comprobar a través de nuestros ojos y sentimientos dicha inmortalidad. Marilyn
Monroe sigue viviendo con nosotros en cada una de esas imágenes y
fotogramas eternos y celebramos el 50 aniversario de su muerte para reivindicar
que realmente sigue con vida. Simplemente, lo necesitamos… la seguimos
necesitando… y la seguiremos necesitando durante toda nuestra mortalidad.
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