sábado, 23 de junio de 2012

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La cueva de los sueños olvidados: De la Venus de Willendorf a Pamela Anderson

“La cueva de los sueños olvidados”
(2010)
Francia
Director: Werner Herzog
Título original: “Cave of Forgotten Dreams”

Sinopsis (Página Oficial):

Durante más de 20.000 años, la cueva de Chauvet permaneció totalmente aislada del mundo debido al derrumbamiento de una pared de roca en su entrada. Su interior, incrustado de cristales, tiene el tamaño de un campo de fútbol y está sembrado de restos petrificados de mamíferos gigantes de la Edad de Hielo. En 1994, los científicos descubrieron las cavernas y en ellas encontraron cientos de pinturas rupestres en perfecto estado. Obras de arte espectaculares que tienen más de 30.000 años (casi dos veces más que cualquier descubrimiento de estas características). Estas obras se remontan a una era donde los Neandertales aún vagaban por la tierra y los osos, mamuts y leones de la Edad de Hielo eran las poblaciones dominantes de Europa. Desde entonces, sólo un pequeño grupo de personas ha tenido acceso a la Cueva de Chauvet. Antes de que Herzog lograra entrar, su contenido pasó casi desapercibido. Al filmar en 3D, Herzog ha logrado captar el asombro y la belleza de uno de los lugares más sobrecogedores del planeta, un emplazamiento que le invitó a meditar sobre sus habitantes originales, el nacimiento del arte y los curiosos visitantes que visitan la cueva en la actualidad. 


Crítica Bastarda:

Un documental como “La cueva de los sueños olvidados”  puede convertirse en el reflejo de su autor y al mismo tiempo proyectar su sombra en sus descubrimientos. Werner Herzog nos sitúa a su mismo nivel para ver, con todo lujo de detalles y en tres dimensiones, sus hallazgos dentro de la cueva de Chauvet gracias al permiso exclusivo que consiguió. Realmente nos desvela la otra cara del turismo ante los descubrimientos: ¿hasta qué punto debe ser un hallazgo arqueológico algo público? En el caso de las creaciones pictóricas más ancianas integradas y expuestas en su entorno natural únicamente quedaba una vía de conservación debido a sus condiciones especiales: la científica. Esa fosilización del instante llevó al cineasta a reflejar el interior en tres dimensiones para conseguir imitar sus sensaciones en su interior.

Venus y Venus
Herzog parece en cierta medida preocupado por hacer llegar al espectador el sentimiento de encontrarse en el interior de esa cueva milagrosa. Desea que ese milagro que sintió él sea revivido al otro lado de la pantalla. Lo prueba con todos los sentidos… El director reconoce que hizo su propio casting y se nota que quiere dejar su huella implícita. Parece querer buscar personajes que pudieran figurar y orbitar alrededor de toda su filmografía: un arqueólogo que tiempo atrás tuvo una vida como artista circense, un todo señor friki vestido como un esquimal tocando una flauta de marfil y el himno americano, otro señor friki que ejerce de nariz y que obviamente no huele a nada cuando le llevan allí (¿¡qué ‘narices’ iba a oler después 20.000 años!?), otro señor friki haciendo su momento-homenaje a “Jackass” tirando una lanza (los caballos invisibles también mueren de risa) e incluso al propio Herzog mofándose en la cara del señor friki anterior. Como ha podido observar la palabra (castellanizada) ‘friki’ se repite anteriormente demasiado. Herzog parece buscar precisamente el contraste anterior: entre la profundidad, forma y fondo de la revelación y el misticismo con condimentos peculiares y humanos que puedan generar ciertas respuestas en los espectadores.

El señor de la flauta
Y es que, desde ese ‘homo-espiritualis’ que se nos presenta hasta Mitch Buchannan y los pechos de esa nueva Venus de Willendorf llamada Pamela Anderson, la suma de contrastes es dispuesta por el propio Herzog. Incluso se atreve a visionar el futuro mediante la ciencia ficción a modo de epílogo: los cocodrilos albinos surgidos de la era nuclear dominarán el mundo y tal vez vean en DVD fosilizado y recuperado la silueta de Pamela Anderson en una playa con sus iris plateados. Queda el silencio… el silencio de estar en esa cueva, como si nosotros también fuéramos esas canonizadas imágenes. El silencio en una sala de cine (una representación con butacas de una cueva) es buen momento para recapitular, recapacitar y abstraerse… también para saber quién en la sala se ha quedado dormido y quién tomó su salida para no yacer nunca más allí.

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