(2011)
España
Director: Pedro Pérez Rosado
Sinopsis (Página Oficial):
“Wilaya” es una sencilla y bella
historia sobre dos hermanas que se reencuentran en los campamentos saharauis.
Nos cuenta cómo es la vida allí a través de Fatimetu (Nadhira
Mohamed), una española de origen saharaui que se ve obligada a regresar a
los campamentos tras la muerte de su madre.
Fátima encontrará
el “amor” de Said. Pero por encima de todo se encontrará con su hermana Hayat
(Memona Mohamed), un ejemplo de superación que nos demuestra que si se
quiere se puede salir adelante incluso en circunstancias tan adversas, casi una
metáfora de lo que pasa en los campamentos donde parece que se ha instalado la
idea de que ya no se puede hacer nada y es mejor vivir dejándose llevar por las
circunstancias.
Hay películas que son víctimas de un hosco deseo
aleccionador al espectador. “Wilaya” nos
propone tanto en su inicio y cierre unos títulos que nos muestra (y demuestra)
la vocación y espíritu de un filme que tendría que hablar desde sus imágenes
sin interacción con nadie ni nadie. No sé si será falta de confianza en su
discurso o simplemente que el pueblo saharaui tiene que tener una cuota
política en la producción patria cada año. El hecho es que tanto al principio y
al final se pulveriza la esperanza interior cinematográfica que yacía en el
filme de Pedro Pérez Rosado. Nos
recuerdan el estado, situación y motivo de la obra como si el marco importara
más que el componente pictórico interior y su mensaje implícito.
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Pérdidas y Encuentros |
“Wilaya”, con
su estilo documentalista con actores no profesionales, tienen un componente de
iluminación femenina sobre el hombre que queda como una simple sombra de ellas.
Se convierten en el foco que ilumina el camino de los demás. Ese viaje
feminista, psicológico y espiritual se traza sobre las líneas del desierto para
conocer el interior de esas mujeres que deben encontrarse a sí mismas. Más allá
de una lucha por la supervivencia y ese retrato implícito femenino que propone
la historia, la cinta reivindica las raíces perdidas en esa generación que fue
acogida por países europeos y que ha sido desvinculada tanto del conflicto como
el que ya considerar retrógrada modo de vida. Como si esa identidad hubiera
sido abandonada en el desierto. También subsiste una metáfora sobre el abandono
español a esos ‘hijos’ condenados a un lugar que tampoco les pertenece. Los
refugiados, en el fondo, siguen siendo aquellos que viven alejados de la tierra
que reclaman como suya.
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Picnic en el desierto |
Lo importante aquí es que los elementos emocionales
están desligados del dramático producido por la retorica y el adorno. Lo
interesante es que los personajes expresan sus sentimientos en acciones simples
y diálogos precisos y cortos. Queda el silencio del desierto y lento caminar del
paso del tiempo en una historia de hermanas, reencuentros, posiciones frente a
la vida y el entorno en el que uno se encuentra, contrastes, distancia, arena y
raíces arrancadas. El filme podría proponer un debate sobre ese alejamiento y
la pérdida real de la naturaleza de un pueblo sin tierra. No hay árbol sin
raíces y Pedro Pérez Rosado es
consciente de que su personaje tendrá replantearse su futuro mientras su pasado
y supuesta ‘familia’ española parece ignorarla. Se trata de una nueva metáfora
obvia sobre el coche del pueblo español de disentimiento y desentendimiento de
una lucha que viviría en la ignorancia se nadie nos la recordarse. Tal vez la
necesidad de películas como “Wilaya” sea
precisamente extender ese germen mediante sus cauces festivaleros. Puede que el
problema llegue fuera pero en España me temo este tipo de cine está condenado a
lo invisible.
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