La
renovación para una tercera temporada de “The
Walking Dead” junto a la segunda de “America
Horror Story” parece demostrar que las series de terror pasan por un
momento dulce. Los vampiros de “True
Blood” se han convertido en un éxito de audiencia y poder mediático para la
HBO y la AMC ha encontrado un filón sin competencia bajo el material
generado por las viñetas de Robert
Kirkman. “Save the Last One”,
tercer episodio de su segunda temporada, confirma que tenemos serie para rato y
empieza a disipar esas malas sensaciones y críticas negativas que llegaron con
la recta final de la primera temporada. El motor dramático de la serie con esos
personajes sumidos en un apocalipsis, donde los muertos se levantan, es que
cualquiera de ellos puede morir en cualquier instante. Pero no sólo el peligro
se encuentra en las fauces de la horda de caminantes que deambulan sin rumbo
por ese mundo perdido sino en aquellos que les rodean o, incluso, en ellos
mismos.
“The Walking
Dead” no
necesita un especial de Halloween como el resto de ficciones y se está
convirtiendo en una cita fija para los aficionados del género. Unas sorprendentes
declaraciones de George A. Romero ponían
en la mirilla a la serie de la AMC
que ‘dejó’ Frank Darabont. Es cierto
que aquí el valor dramático se orienta hacía los vivos frente a los muertos.
Los que yacen con vida deben plantearse el motivo para seguir viviendo, una vez
superada la supervivencia, en un mundo muerto y sin esperanza. El suicidio
parece ser un referente en la serie y ya vimos como Jacqui decidió poner fin junto al Dr. Edwin Jenner pero Andrea,
que profundiza su relación con Daryl,
ve que no es oro todo lo que parece.
El Lado Oscuro |
La
esperanza en el futuro parece tener consciencia en los más pequeños de la
serie. Precisamente Carl y Sophia son los más castigados, de
momento, de esta segunda temporada. El primero herido de mucha gravedad y la
segunda en paradero desconocido. Pero Carl
se recobra y da a entender a sus padres aquello que lo mantiene con vida: la
figura de belleza de ese ciervo que vio y sintió antes de ser atravesado por
los fragmentos de una bala. Es curioso que “The
Walking Dead” nos haga ver la humanidad y esperanza de sus protagonistas con
la figura de un ciervo, al igual que ya lo hizo “The Queen” con la figura de la Reina
Isabel. La esperanza se recobra plenamente con la llegada de Shane y nos elementos necesarios para
una operación que tenía que hacerse a vida o muerte.
Nuevos encuentros |
Todo
no es suerte ni sonrisas. Hay lágrimas. Las de la mujer de Otis, que es devorado por zombis y por una mirada de Shane turbia que da paso al flashback
que conforma el episodio. Las lágrimas de Dale que no encuentran el completo perdón de Andrea. Las lágrimas de felicidad de T-Dog que es salvado precisamente por la medicación de su peor
enemigo. Las continuadas lágrimas de Carol
que ve la desaparición de su hija un camino sin retorno. Las lágrimas de Maggie Greene por sus seres queridos desparecidos…
Todos lloran menos uno. Shane ha
sacrificado una vida para salvar la suya y la de otro. Un truco o trato que
empieza a acercarle a un abismo sin posibilidad de salvación.
El Shane es un cabroncete de cuidado, si ya pintaba desde el inicio de la serie tirándose a la novia de su mejor amigo, abanadonado a su suerte en un hospital... Y ahora le pega un tiro a Otis, que es lógico, cualquiera lo haría en esa situación (el hombre pobrecillo, pero no estaba nada en forma y es una de las reglas básicas para sobrevivir en tal realidad), lo incomprensible es que no le pegara el tiro en la cabeza y evitar que fuera un zombie más (además de pasar por zombie-muerte terrible). Lo dicho, un cabroncete.
ResponderEliminarAún voy por aquí. La serie sigue sin convencerme, pero la seguiré de todas formas, quizás por un descuido me acaba gustando.
Saludos, Bastardo!