sábado, 13 de agosto de 2016

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Los cazafantasmas: Cómo montar tu propio negocio y no morir en el intento…

“Los cazafantasmas”
Título original: “Ghostbusters”
Director: Ivan Reitman
EEUU
1984

Sinopsis (Oficial):

Peter Wenkman (Bill Murray), Raymond Stantz (Dan Aykroyd) y Egon Spengler (Harold Ramis) son tres magníficos parasicólogos que estudian fantasmas y otros fenómenos sobrenaturales. Pero llega el día en que ponen su propio negocio: Los Cazafantasmas. La gente al principio es reacia a llamarles para pedir ayuda, pero una vez que empiezan... surgen muchísimos problemas de fantasmas. Peter Wenkman se siente atraído por una muchacha, Dana Barret (Sigourney Weaver) que tiene un problema: su refrigerador está poseído por los espíritus. Sólo Los Cazafantasmas lo pueden resolver.

Crítica Bastarda:

Considero que “Los cazafantasmas (Ghostbusters)” (1984) es una película que se suele analizar/revisar incorrectamente desde un prisma afectado por lo nostálgico o sencillamente por sus aportaciones al género —y cine comercial de los 80— cuando, por el contrario, debería ser estudiada en cualquier carrera/grado enfocado a la actividad empresarial. El film de culto de Ivan Reitman, en realidad, trata sobre cómo tres emprendedores inician un negocio y tratan de mantenerlo a flote para conseguir triunfar siguiendo el sueño americano. Quitemos, por lo tanto, todas esas capas fantásticas o sus aportaciones a la cultura popular que quedaron impresas en la melancolía ochentera. Desde sus uniformes y logo, pasando por el tema de Ray Parker Jr. (nominado al Oscar), hasta llegar al carisma desplegado por Bill Murray, Mocoso e incluso el Hombre de Malvavisco. Esos iconos quedaron sellados en la mente de una generación y todavía tratan de hacerse un hueco entre las nacientes y presentes, aunque interesa enfocar la cinta sobre las posibilidades de todo modelo de negocio. Es simple: la demanda genera una oferta y si, existe una posibilidad de que los fantasmas campen a sus anchas y torturen a los mortales (por absurda e imposible que parezca), allí surgirían cazafantasmas para pasar a los necesitados mortales la factura al final de su trabajo. ¿O a quién va a llamar si un espectro se mete en su casa y no le deja ni ir al baño?


Hasta que llega la agencia medioambiental todo va viento en popa y a toda vela, convirtiéndose nuestros protagonistas en héroes nacionales y retroalimentando tal publicidad en los medios en su propio negocio. En realidad, los cazafantasmas desvelan que un modelo original y llamativo de empresa con un añadido fundamental de mercado, al no existir competencia, equivalen a elementos que combinados son sinónimos de éxito instantáneo. Ellos mismos han fabricado la tecnología que les permite capturar a las entidades sobrenaturales y no da la impresión que exista alguna réplica o intento de imitación. Aquello que resulta normal es que una vez en la cumbre aparezcan los parásitos gubernamentales para exprimir y erradicar toda posibilidad de crecimiento o asentamiento de un negocio. La vida es así de cruel y dura, nada es fácil ni sencillo si usted está en un intricado sistema de poder, envidia o, simplemente, mera necedad destructiva. La burocracia apesta y los magufos y chupatintas del medio ambiente hacen acto de presencia para poner en peligro a la propia sociedad que dicen proteger o por la que operan de modo tan suicida. Como suele ocurrir cuando una estructura de negocio asentada es ‘intervenida’ por el ‘Estado’ surgen las consecuencias y los problemas debido, en gran parte, a que nunca se pensó ni siquiera en la expropiación de su tecnología para utilizarla en beneficio propio o, simplemente, tener un plan alternativo en caso de la propia demanda fuera exigida desde las instituciones gubernamentales. En resumen, la incompetencia se paga cara, ergo si la cosa se complica volvemos al punto de partida: ¿a quién vas a llamar? 


En “Los cazafantasmas” hay sucesos paranormales como la ausencia de los créditos iniciales (atrapados en el más allá), el cambio de Eddie Murphy (entre otros actores conocidos que se postularon para diversos papeles), el título original en mente (Ghost Smashers), la aparición del policía de “Cosas de casa” y “Jungla de cristal”, las versiones alemanas o cambios malsonantes y juego de palabras (Dickless por Wally Wick), el ‘fantasma’ de John Belushi en la presencia de Mocoso o ese inexistente desarrollo del guiño a “King Kong” más allá de la efigie de la monstruosa forma de Gozer, destructor gentil y amable con todos aquellos insectos a los que aplastar hasta la muerte (salvo si son dioses). Incluso los parecidos de Slavitza Jovan con Lucia Bosé o Bimba Bosé (o Miguel Bosé haciendo de su madre y al mismo tiempo interpretando a su hermana), nos lleva a plantearnos los detalles de ese traje semitransparente con pústulas de ectoplasma censor hasta en los interiores de sus cavidades vaginales (y con la capacidad de electrificar hasta sus pezones). El plan de Gozer estaba condenado al fracaso desde su propia concepción apocalíptica ya que Japón enseñó al mundo cómo lidiar con Godzilla décadas antes y, además, por no contar con un apropiado asesor de imagen personal ni siquiera para sus fieles perras satánicas.


Uno de los contrapuntos de la película lo pone encima de la mesa el pobre Louis Tully. No se le recuerda apropiadamente cuando es el gran héroe de la historia. Rick Moranis se esfuerza para revindicar su propio espacio aunque nadie en el mundo (excepto sus propios clientes) entienda tales voluntades. Su aportación al infortunio, sin contar con sus intentos infructuosos de conquistar a la ‘mujer’ de la película, se sintetiza cuando es perseguido por la bestia y es finalmente ignorado por esa multitud acristalada en su distancia sobre la víctima, cuyo grito de socorro solamente produce un breve lapso en unas personas que ignoran los problemas reales que viven los ídolos anónimos. Que nadie se asuste, que a veces hacer lo incorrecto y cruzar los rayos es como cruzar los dedos y trae buena suerte. O, lo que es lo mismo, para triunfar ante el gran absurdo uno tiene que lanzarse ciegamente a los peligros del propio absurdo. Esa celebración multitudinaria de los créditos finales, para festejar el aborto del apocalipsis, también nos remite a la ignominia causada al orgullo de Louis, conducido como un apestado a otro lugar alejado de esos afamados cazafantasmas que salvaron el mundo —y se reservaron una parcela de la nostalgia de los 80—. Otro de los detalles que pocos comentan es disfrutar de Sigourney Weaver poseída por Zuul, recordando y evocando a Tim Curry en “The Rocky Horror Picture Show”. Existe también una metáfora sexual y evidente sobre el libido de Dana en su nevera (y alegoría de su vagina): ese refrigerador exige que un hombre se asome allí a indagar ese punto G que simboliza esa visión lasciva y fantasiosa de verse como una perra deseosa (literalmente) entre fulgores uterinos. Dana, amparada en un álter ego (Zuul) que haga despertar todo el potencial de la fiereza de sexo, busca al hombre perfecto para tal tarea, siendo el orgasmo la propia llegada de Gozer. Y yo digo, ¿por qué el mundo enteró perdonó a Sigourney Weaver tras ser la perra (en celo) de Satán (más o menos)? ¡¿Y por qué encima se fue con Bill Murray como trofeo y presa si fue otro maromo (o intento de) el que se llevó la perra (y su palpitante nevera) al agua!? ¿Por cacho-perra? Menos lobos (y aullidos de placer), Caperucita, que Louis Tully tiene muchas cosas y gemidos que contar al respecto… ¿¡O cómo se piensan que abrieron el portal a otra dimensión para liberar a Gozer!? ¿¡O qué creen a lo que se referían con aquello de la llave y la cerradura si estos chuchos diabólicos y en celo iban en porretas y sin argolla!? En fin, ¿a quién vas a llamar para que te clave el chorro de protones si te entran ganas de?

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