Serie de TV
“Boss”
(2011)
EEUU
Sinopsis (Filmaffinity):
El alcalde de Chicago Tom Kane
se sienta como una araña en el centro de su telaraña de poder. Una telaraña
basada en un pacto con el pueblo. Ellos quieren ser liderados, resolver los
problemas, conseguir puestos de trabajo. Si se logra a través del engaño y la
falta de moral, que así sea.
Sin embargo, a pesar de ser el
alcalde más eficaz en la historia reciente, un desorden cerebral degenerativo
está haciendo estragos en su vida. Su esposa por conveniencia, Meredith Kane,
no sabe nada. Sus asesores, Kitty O'Neil y Ezra Stone, tienen sus
sospechas pero no hacen preguntas. Sólo Emma, hija sin apenas relación
con Kane, tiene la oportunidad de conocer su secreto.
El apellido Kane
del protagonista tal vez no sea casualidad frente a un enlace sobre el poder
absoluto en la vida, milagros y obra de Charles
Foster Kane y al mismo tiempo ese desenlace mutuo como estar desposeído del
secreto de la felicidad. “Boss” es lo mejor que ha hecho Kelsey Grammer en la pequeña (y gran
pantalla) desde “Fraiser”. Retrata
la caída y decadencia personal, física y mental, del alcalde de Chicago. Su
poder es, al parecer, su único consuelo personal: tiene una hija con la que
apenas se relaciona, una mujer que es simple consorte publicitario y
conveniencia y ahora es víctima de una enfermedad degenerativa, su creciente
tara, que debe mantener en el más absoluto secreto de amigos y enemigos para no
caer de su trono inmediatamente.
Política y Palabra |
La
ficción americana parece querer llevar a sus personajes a extremos
(emocionales) terminales. “The Boss”
podría entenderse como uno de los múltiples hijos bastardos que están por
llegar de “Breking Bad” aunque en
España podríamos buscar parecidos razonables en el esquema que mostraba “Crematorio”. No es que la corrupción
envuelva la vida política de Tom Kane
tan brutalmente como la de un empresario como Rubén Bertomeu aunque en ambos el fin justifica los medios. Los
títulos de crédito con el tema de Robert
Plant ‘Satan, Your Kingdom Must Come
Down’ parecen jugar con una estética seria y un delineado indie
y más al constar en ellos Gus Van Sant
de productor. El drama político que dibuja “Boss”
es aparentemente frío y autodestructivo, emocionalmente inestable para sus
personajes. El problema es saber si esa enfermedad degenerativa que va a producirle
en unos años un deterioro de sus funciones mentales principales, que le
afectará al modo de hablar diciendo muchas veces cosas sin sentido, que le hará
tener alucinaciones, depresión, paranoia y espejismos… temblores y perdidas de
conciencia hasta la muerte como un escuálido vegetal dará el suficiente juego
para perpetuar la serie. ¿Sería mejor una miniserie? Tal vez, aunque “Breking Bad” va a llegar a cinco
temporadas…
Locura y Secreto |
Tal
vez la lectura que nos ofrezca “Boss”
sea la de una metáfora sobre el mundo actual, entendiendo la serie como esa
política enferma y palpitante que agoniza en secreto su futura desaparición.
Los reinos y caballos podrían estar emparentados con “Ricardo III” de William
Shakespeare aunque también “La
locura del rey Jorge” podría expresar las explosiones y desvaríos de su
protagonista. “Boss” me gusta por su
presentación y pero sobre todo por el uso de los primeros y primerísimos planos, los
encuadres y la percepción del detalle… pero por otro lado al intentar utilizar
el montaje, la cámara lenta y esos recursos anteriores sobre las secuencias de
sexo todo me recuerda a un anuncio de condones para ejecutivos. Y, por
supuesto, no falta el periodista-que-busca-la-verdad como dicotomía moral que
inspeccione los resortes de corrupción para generar suspense. Sí, es necesario el cliché.
Las rubias ya no son tontas |
Los
personajes viven atrapados en una mentira, en un crematorio político del que
tan sólo podrán acabar hechos cenizas aunque lo mejor del show (una vertiente más ácida y cómica sería recomendable entre
tanta sordidez) son los papeles de los asistentes y asesores de Tom Kane. Son, por supuesto, los que
manejan todo el cotarro. Uno lo interpreta Martin
Donovan que fue nuestro inolvidable Matthew
Slaughter de la bellísima “Trust”
de Hal Hartley y la otra es
encarnada por la también bellísima Kathleen
Robertson que ha preferido ocultar su personaje con unas gafas de pasta
gruesa para hacerse la listilla. Y realmente lo es. Puede recordar al de esa
asesora política en “The Wire” y
aquí es capaz de utilizar a futuros gobernadores como objetos sexuales de usar
y tirar y por supuesto darnos lecciones de ligue. Después de despachar
políticamente a su maestro en la barra de un bar es asediada por el guaperas de
turno que la invita a una copa con cierta retórica. No cuela. Ella primero
le mira directamente a los ojos y, sin cortarse ni pestañear, le mete la mano
dentro de la cremallera para ver la materia prima. Su siguiente frase, mientras
recoge el bolso de la barra y se levanta es: «Bien, vamos». Las rubias en el
Siglo XXI han dejado de ser tontas.
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