“10.000 km.”
Director: Carlos Marqués-Marcet
España
2014
Alexandra y Sergi son una pareja de Barcelona que está buscando un hijo cuando a ella le hacen una oferta profesional irrechazable para ir a Los Angeles a trabajar un año. Confiando en la fortaleza de su relación deciden posponer sus planes y afrontar el reto de los 10.000KM de distancia que les separan.
Crítica Bastarda:
A veces, el interés de una película no está en la propia historia que cuenta ni siquiera en sus imágenes, frases o esas emociones que vemos proyectadas frente a la pantalla. Simplemente no nos afecta más allá de su capacidad de establecer un diálogo con aquellos seres que la observan en las butacas, frente a su televisor o incluso delante de un ordenador o smartphone. Devoramos tanto cine (y de tan distinto modo), en lugares cambiantes o mediante herramientas —destinadas muchas veces a formar parte de nuestra otra vida virtual en redes sociales o en internet—, que realmente la propia película y el espectador se convierten en dos entidades frente a frente. El careo que nos propicia Carlos Marqués-Marcet nos remite más a su fondo que desigual forma, a esa capacidad de entablar un diálogo inexistente en un espacio físico y propiciado por ese otro cosmos virtual. Del mismo modo que se pudiera simplificar ‘Be Right Back’ de la segunda temporada de “Black Mirror”, como un chiste de humor negro ideado por Charlie Brooker para ver cómo una mujer llora más la ‘muerte’ de un Smartphone —donde ‘vive’ su amor de manera virtual— que la propia muerte física del difunto, en “10.000 km.” nos encontramos con esa pareja de enamorados que bailan agarrados cada uno a su ordenador portátil. El amor no es un objeto físico en el Siglo XXI (aunque tampoco lo fuera a principios del Siglo XX con “Sueño de amor eterno” de Henry Hathaway) y no hace falta que nos lo explique Spike Jonze (“Her”) o rememorar ese F5 como nueva pulsación emocional del corazón en el cierre de “La red social” de David Fincher. Carlos Marqués-Marcet nos lo evoca desde un frente orgánico y químico, enfrentando a la disposición que ofrece una separación física y una unión en un espacio invisible, como una alegoría del plano/contraplano y, por extensión, del propio cine.
Tenemos todo y, al mismo tiempo, no tenemos nada porque las posibilidades simplemente remarcan nuestras propias y egoístas barreras. En “10.000 km.” observamos, desde su plano secuencia inaugural, que la pareja de enamorados más pasionales —y cuyos planteamientos más inminentes pasan por formar una familia tras una relación de siete años— se fractura completamente en pocas semanas en ese seguimiento a modo de video diario. Vivimos en un mundo inmediato, en el que todo parece resolverse con un clic, del que internet ocupa una enorme parcela y empequeñece en milisegundos kilométricas distancias, pero también nos desvela nuestra incapacidad para satisfacernos plenamente o sustituir la ya mencionada relación química y orgánica, plenamente física. Dudo que Carlos Marqués-Marcet quiera dictar sentencia respecto a los (cyber)amores, o mostrar una evolución de aquellos romances a golpe de sello y carta cuya tinta más profunda eran los sentimientos, pero sí estimular la estructura de su película con insertos de otros materiales y texturas más experimentales con los que trabajó anteriormente, como si la obra finalmente fuera en cierta medida un compendio de aquello que es (y ofrece) internet. En realidad, el mérito de en “10.000 km.” es que muchas situaciones que vemos proyectadas en pantalla las hemos vivido, ya sea en nuestras carnes, en las de un conocido o dentro de ese cosmos que es el ciberespacio. Todo está tan desgastado, ya nada nos inquieta… porque creemos que hemos sentido esas emociones anteriormente frente a nuestras pantallas, frente a nosotros mismos. La crisis de la pareja protagonista desvela aquella de la que trata de escapar la propia cinta, galardonada en último Festival de Málaga y condenada a formular una nueva apuesta para el cine español. De esta manera, la película actúa por establecer su propio diálogo con el espectador, ser esa otra pareja que nos habla al otro lado de la pantalla, que trata de conmovernos y que espera que la agarremos y sostengamos para ser nuestra pareja de baile… aunque sepamos que nos vamos a olvidar de ella cuando acabe la canción, al darnos cuenta finalmente de la fantasía y despertarnos con esos 10.000 kilómetros de distancia que nos separan.
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Mil gracias por hacer esta crítica! Llevo días queriéndola ver y te me has adelantado :)
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