viernes, 23 de mayo de 2014

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Todos están muertos: Todos muertos, incluidos los espectadores

“Todos están muertos”
Directora: Beatriz Sanchís
España
2014

Sinopsis (Página Oficial):

Viendo a Lupe encerrada en casa, en bata y zapatillas, nadie diría que en los 80 fue una estrella del rock. Atrás quedaron los conciertos, la fama y los éxitos. La agorafobia no le permite salir de casa. Depende totalmente de Paquita, su madre, una mexicana supersticiosa y con gran corazón, que no sólo se ocupa de su hija sino también de su nieto adolescente, Pancho. El problema es que a Paquita se le acaba el tiempo y no quiere marcharse sin antes recuperar a su hija.

Crítica Bastarda:

Premiada en el pasado Festival de Málaga, la pregunta emerge rápidamente en la consciencia del espectador: ¿hubo algo más de calidad aparte de 10.000 km. y “Carmina y amén.”? ¿El cine español ha quedado reducido a las esencias del primer largometraje de Beatriz Sanchís? ¿A tener una estrella que te tape (con algún destape) la falta de talento e ideas? Y es que “Todos están muertos” está esculpida sobre los más terribles clichés y lugares comunes, donde Elena Anaya es la efigie sobre todas esas moscas atrapadas en ese olor a rancio que desprende nuestro (peor) cine. Más allá de la publicidad gratuita que puedan hacer tanto la prensa rosa como distintos medios debido al tirón de la actriz ganadora del Goya por La piel que habito, la cinta de Beatriz Sanchís apenas se desarrolla y consigue evadirse de sus múltiples referencias. Se convierte en una simple cáscara con esos pulidos y acertados detalles ochenteros. Partimos de la protagonista, Lupe, que durante los 80 fue una estrella del rock y junto a su hermano Diego formaron un grupo llamado Groenlandia. La tragedia marcó a Lupe, que quedó atrapada en ese museo de cera que conforma su hogar y de la que es incapaz de salir. No es su único drama porque también nunca ha sido una madre para su hijo Pancho, siendo su madre mexicana aquella que mantiene de pie a la familia en todos los aspectos. ¿Es un homenaje a Alaska? ¿A Los Zombies como nueva reformulación de una cinta con otro tipo de zombies? 


Si nos vamos a la canción del grupo de pop español junto a «Todas las secuencias» que «han llegado a su conclusión», nos metemos de lleno dentro de ese viaje al pasado que ya es un cadáver y que va a ser resucitado por dos jóvenes venidos del presente y el pasado como marca de la pretendida catarsis familiar. Pese a que Beatriz Sanchís habla del neorrealismo italiano o Tenesse Williams como referencias, esta historia de fantasmas y amores prohibidos da la impresión de ser una revisión y Cara B de Arturo Ripstein bajo el amparo de ‘El día de los muertos’ de “Macario” de Roberto Gavaldón. Lamentablemente “Todos están muertos” no tiene nada que ver con las excelencias de la cinematografía mexicana y sí con los peores defectos de la española. El arsenal de aburridísimos lugares comunes e incongruencias que propone Sanchís despierta tanto la simpatía como el horripilante bigote que luce durante toda la cinta Christian Bernal (Pancho), porque a la directora de “Mi otra mitad” la pierde la dependencia icónica y el paralelismo que ésta pudiera engendrar. Es interesante que esos dos personajes que van a provocar la superación de los conflictos familiares, estrechen el paso entre los 80 (Diego) y los 90 (Víctor) pero dudo que alguien se pueda tragar que un adolescente pudiera imitar a Kurt Cobain y estar escuchando todo el día a Los Planetas. Lo siento, suena a mp3 en el 94. Mucho menos podemos asimilar el componente mexicano y la celebración de una invisible fiesta tanto en ese pasado que dibuja Sanchís como en el actual presente y, para colmo, diferenciar a esa ¿bakalaera pastillera? interpretada por Macarena García por una de las chonis de “Yo soy la Juani”


Planteemos que la perspectiva del presente de la directora de “Todos están muertos” enmaraña completamente esa atmósfera que trata de imprimir y nunca acaba de funcionar. Ni sensible, ni luminosa ni mucho menos conmovedora. Son todos esos clichés tan trillados y tan mal ensartados en la película aquellos que desentonan una canción sin pasado y mucho menos futuro. Nos quedamos con la pose y la carcasa, con la recreación made in 80's de Amor automático, el diseño y el celofán que cubre esa acertada fotografía pero dentro de esa caja de vinilo no hay nada, está tan vacía como esos personajes y la propia película. Supongo que existe una rima de todo el asunto o que como suele pasar en el mundo de la canción, el artista vende por encima de la perfección. El problema precisamente es que si Ocho apellidos vascoses una suma de tópicos cuyo mérito es la conexión con el espectador afincando en la ficción más rancia de Mediaset y Atresmedia, al debut en el largometraje de Beatriz Sanchís le falta quitar drama y postureo de esa anodina tarta musical de manzana y añadir algo de humor y gracia que haga más digestivo un dulce, porque al final todos están muertos. Sí, incluidos los espectadores.

P.D.: Me parece un poco insultante que la madre que vio morir a su hijo en un accidente de tráfico, provocado por el consumo de alcohol, vaya y se tome un tripi antes de ponerse al volante… y hacerle al fantasma un chiste sobre su propia muerte: «Ponte el cinturón». ¡Y deja tú de drogarte, bitch!

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