domingo, 20 de febrero de 2011

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El ilusionista: La Gran Ilusión

Homenaje a Tati desde sus títulos de crédito donde aparece como firmante del guión. No es el único ya que la simbiosis entre realidad y animación se interconecta en una sala de cine proyectándose una de sus joyas: “Mi tío”. Esa escapada y evasión se estable en el truco con el que arranca la película. La proyección de la película que vamos a ver se paraliza por un inconveniente técnico y aparece en escena el mago Tatischeff. Comienza otra película, la película del ilusionista, nuestra otra película al otro lado del telón. Es ahí donde la gran ilusión se nos proyecta como gran metáfora del arte cinematográfico.

Ambientada a finales de los años cincuenta y en el albor del nacimiento de la televisión “El ilusionista” nos habla de la indiferencia del público frente a las ilusiones realizadas por los magos. Parecen no ser los únicos en crisis: funambulitas diminutos, marionetas muertas y payasos que han dejado de llorar. El mundo artístico ha perdido la gracia y magia del pasado. El público parece fijarse en ídolos musicales e iconos generadores de chillidos y se busca en la ilusión el truco. No existe la magia… o al menos ya nadie cree en ella… aunque no para Alice que cree que aquel viejo ilusionista es capaz de traer incluso la nieve y que la magia se genera desde lo gratuito, desde un pequeño rincón del corazón. La realidad para mantener es otra: hay que pasar por caja e incluso malvivir para poder realizar ciertos trucos.

“El ilusionista” fue concebida como una carta para una hija perdida en la distancia. Tal vez el reflejo de amor al cine y a ese gran truco e ilusión que evitó ciertos momentos personales y privados perdidos y arrebatados por una profesión de sacrificio y escasas recompensas. Tati las tuvo en un legado del que todavía resuenan los aplausos pero Tatischeff únicamente lo encuentra alejado del mundo más cosmopolita, como si allí todavía creyesen en algo más entero y satisfactorio que los nuevos artistas de la canción bajo el neón y los halos catódicos. Queda poco más que ‘prostituir’ el oficio en el escaparate, sumergirse en trabajos basuras con otros uniformes o vivir en la clandestinidad de la mendicidad.

EL MÁS DIFÍCIL TRUCO: VIVIR
Ese tono crepuscular emerge en el memorable pasaje final. No hay más magia más allá de lo que queramos ver y sentir dentro de las vivientes sombras o la decadencia de las luces en una gran ciudad. Mejor vivir en una realidad sin magia que suplantarla con falsas esperanzas. Tal vez. Y es ahí donde “El ilusionista” alcanza la perfección en una simbiosis de arrebatada belleza e impostura, de un viaje directo a la nostalgia y a la melancolía donde queda revelado el más doloroso truco de la vida que nos somete a las lágrimas de la lluvia. Donde demuestra que Sylvain Chomet, aparte de una excelente cineasta de animación, es un gran poeta.

MAGIA Y ARTE, LA GRAN ILUSIÓN

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