Título original: “The Congress”
Director: Ari Folman
Israel
2013
Sinopsis (Página Oficial):
Robin Wright, que se interpreta a sí misma, recibe una oferta de uno de los grandes estudios para comprarle su identidad cinematográfica. La escanearán digitalmente y podrán hacer uso de su imagen sin restricción alguna en cualquier tipo de película de Hollywood, incluso en las más comerciales que hasta ahora siempre ha rechazado. A cambio recibirá una importante suma de dinero y el estudio aceptará que su personaje digital se mantendrá eternamente joven en todas las películas. El contrato tiene una duración de veinte años. Robin regresa al finalizar el contrato y entra directamente en el mundo del cine fantástico del futuro.
“El congreso” es Robin Wright a todos los niveles, la musa e icono sobre lo que todo confluye, explota y envejece para ser eterno. Pero en el film de Ari Folman hay doble cara respecto a esa actriz que parecía iba a comerse el mundo tras “La princesa prometida”, “Forrest Gump” y “El clan de los irlandeses” y sucumbió a malas decisiones. El director de “Vals con Bashir” olvida conscientemente su mejor versión en “Nueve vidas”, “Moneyball: Rompiendo las reglas” o “Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres”. Y, sobre todo, con el papel que ha revivido su carrera ejerciendo como la esposa del pérfido Francis Underwood en “House of Cards”. Interesa llegar a antes de ese resurrección y transformar la carrera de Wright en un pacto con el diablo —representado como la industria cinematográfica— para alcanzar la eternidad del actor sobre la propia pantalla. Y la pantalla se hace una plantilla infinita. No obstante, esa burla de Ari Folman sobre el concepto de negocio hollywoodiense no pretende ser realista, como muchos erróneamente han señalado, sino una premisa e incluso macguffin para el auténtico discurso: la imagen como religión para la sociedad.
Planteemos que, en estos tiempos de confusión e inmediatez, muchos confundieron la idea originaria con la elaboración del otro mensaje que desea satisfacer Ari Folman. Evidentemente es ilógico el planteamiento de “El congreso” dentro de los actuales y futuro márgenes de Hollywood ya que no se trata de confeccionar una sátira tanto sobre la preservación del star system. Tampoco de una vía de rentabilidad infinita para esa industria devoradora de sus estrellas sino que, por el contrario, trata de revelarnos la imagen como capitalización y esencia de la sociedad. El filme se transforma en una fantasía distópica, donde la ficción ha sido una vía para evadirse de la realidad y Folman quiere representarla como droga del pueblo entre la realidad y la ilusión onírica. Ese choque nos lleva a una conceptualización artística que se acerca más a “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” que a “Avatar”, donde la mente se transforma en la experiencia y el conflicto entre dos mundos: el personal y ese otro gris —y tenebroso— que conforma la realidad. El color revela esas posibilidades infinitas donde todo es viable y ese ‘Congreso’ es la oda al cambio y punto de giro la sociedad: la imagen se convierte en droga en la que la fantasía es constante y no sabemos si nos encontramos ante un sueño imposible o un viaje distópico que homenajea a “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas” con un trasfondo más macabro con terroristas y corporaciones luchando en ese mundo delirante. O lo que es lo mismo, ese choque que el cineasta establecía en “Vals con Bashir”, donde la animación introducía una sensación de crudeza demoledora.
Puede que Ari Folman haya querido ser más ambicioso, ser más hipnótico, alucinógeno en ese arsenal de imágenes cultivas en referencias pop. “El congreso” es el espejismo de una fantasía que explota precisamente en el conflicto básico y la relación de una madre con su hijo. Viajamos y viajamos ante el poder de las drogas químicas y la tecnología, atravesamos los difusos sueños y anhelos de la sociedad por convertirse en una estrella y abrazar la fama, nos replegamos entre los estigmas de toda obra cinematográfica, atados a la aventura y la historia de amor. Y precisamente Folman nos habla sobre el tiempo y las resurrecciones de esa gran maquinaria e industria, capaz de convertir a seres harapientos en grandes y brillantes iconos, de que los mortales se liberen de las cadenas que les atan a sus duras realidades —y grises mundos— y comiencen a soñar e imaginar. El despertar es lo más duro y esas imágenes de la recta final de “El congreso” pudiéramos anexarlas a las del desenlace de “Mulholland Drive”: la puta y jodida realidad… cuando se desvanece la irrealidad, ese inabarcable telón rojo de la fantasía. Folman, sin embargo, nos invita a nuestra propia conciencia para desentrañar el enigmático final de la película. ¿Realidad o sueño? Mejor identifiquémoslo como lo que realmente es: cine.
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Me alegra que hables de esta pelicula, la escena donde ella se suelta ante la maquina que toma todos sus gestos es excelente, luego el viaje onirico a muchos les espanta, a mi me fascina.
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