“El cuento de la princesa Kaguya”
Título original: “Kaguya-hime no Monogatari (The Tale of Princess Kaguya)”
Director: Isao Takahata
Japón
2013
Sinopsis (Página Oficial):
“El cuento de la princesa Kaguya” es una de las últimas películas del Studio Ghibli, y la culminación de la extraordinaria belleza estética desarrollada por su director y cofundador, Isao Takahata. Hallada dentro de un brillante tallo de bambú, una pequeña niña se convierte rápidamente en una joven y hermosa dama que es adoptada por un campesino y su esposa. Desde el campo a la gran ciudad, cautivará a todos los que la conocen, entre ellos cinco nobles pretendientes, incluido el emperador de Japón.
En la última gran joya del Studio Ghibli surge una asociación final de la princesa Kaguya con la luna, entablando un diálogo entre esa pequeña niña que fue creciendo frente al espectador generando un torrente de emociones. Esa transformación remanente de la despreocupación de la infancia a los problemas que comienzan a aflorar en la adolescencia entabla también un diálogo respecto al lado oscuro de las tradiciones y aquello que pudiera decretarse como más correcto para la sociedad. La libertad pudiera ser esa belleza que se instaura en el filme de Isao Takahata donde el reino animal y vegetal evoca pasajes tan magnéticos como sugerentes sobre un mundo cambiante y eterna evolución. Tal ciclo y viaje de madurez, en el que se ve envuelta la heroína, nos transporta a una simbólica fábula sobre aquello que es realmente la felicidad y ese suspiro que engendra la propia juventud en el ser humano. Esa alegoría instaurada en la narración penetra en un discurso que se ve fortalecido por la animación de la propuesta. Seguramente “El cuento de la princesa Kaguya” nos hable sobre las implicaciones de todos los personajes a través de cada de sus decisiones, como si la vida fuera un concepto tan espiritual como complejo en el que la felicidad es tan subjetiva como impositiva por parte de la familia y sociedad. Ese sentimiento trágico que va floreciendo en la gema de Takahata, para y por el cine de animación, es otra parábola utilizada junto a la ‘carnalidad’ del cerezo en flor, siendo la apuesta narrativa para retratar la mortalidad a la que se enfrenta la protagonista.
El planteamiento formal de “El cuento de la princesa Kaguya”, no obstante, se eleva en un clímax final donde se instaura esa asociación respecto a ese gélido y magnético satélite que siempre nos acompaña desde las alturas. He ahí el sentido y sentimiento de la eternidad respecto a los mortales que alzan la vista para divisar tal constante. Kaguya se enfrenta también al paso del tiempo como remarca algunos pasajes de la obra, como si en su situación terrenal tuviera que apreciar que la vida son fragmentos que van desfilando a través de su existencia. Esa imposibilidad de retornar al pasado es desarrollada, al igual que el resto de planteamientos narrativos, es desarrollada siempre a través del simbólico escenario. Al mismo tiempo, el filme nos invita a cuestionarnos los diferentes puntos de vista que ofrece el relato, como si el ser humano estuviera condenado a perder cualquier tesoro, ocultando y maquinado su belleza dentro de ese contexto social. La reencarnación no deja de remarcar ese concepto de poesía y belleza de una cinta que desea que el público alce la mirada hacia una historia humanista, que entrelaza el folclore japonés con un trasfondo y eco más universal e incluso anacrónico, invitándonos a pensar que cada noche evocaremos a esa princesa que ya formará parte de nuestros mágicos anhelos y conmovedores sueños. Por toda la eternidad.
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